Continuamos con la serie “Dibujando el futuro de la web social”. Tratamos un punto de interés y gran sensibilidad: el control del contenido.
Sigo con la serie Dibujando el futuro de la web social, con el hashtag #FutureWeb, y que llega a su punto y final con este artículo. En el primero, hablamos de varias alternativas al panorama actual de robo de datos personales de forma opaca al cliente, como era la creación de perfiles de usuario o centros de interés gestionados por el usuario, o la delegación de qué datos ofrecer a cambio de un producto. Y en este vamos a hablar de otro concepto que a mi entender resulta necesario para conformar el futuro de un internet hecho para el usuario final: El control del contenido.
Antecedentes del control del contenido
Es un tema del que ya hablamos en la serie de entradas El triunfo de las redes centralizadas sobre las distribuidas I (y II), y que conforme pasa el tiempo, más está presente. La llegada de la web 2.0, venía acompañada de la promesa de libertad y segmentación de la información. Sería una web enfocada al cliente en particular, personalizada, y no genérica como hasta entonces.
Paradógicamente, lo que en un principio se alzaba como el fin de la intermediación (serías tú quien eligiera a quién seguir, qué leer y con quién compartir), fue dando paso a un nuevo paradigma de intermediación, donde era el usuario quien elegía, pero siempre bajo unas directrices estrictas.
El control por tanto volvía a estar en el sistema, que en su día se gestionaba de forma humana (véase redacciones de periódicos o canales de televisión), y que ahora se gestionaba mediante algoritmos de recomendación. Una revolución estéril: Buscamos una solución partiendo de un problema, para llegar a otra solución con el mismo problema.
Y la situación se agrava cuando te das cuenta que buena parte de los movimientos de las grandes empresas de internet viran hacia una estrategia de control absoluto, cerrándose las fronteras los unos a los otros, abandonando protocolos y proyectos open source que en su día les permitieron llegar a lo alto, y dejando de lado a esos desarrolladores externos que apostaron en su momento por ofrecer un activo de valor y enriquecer la experiencia y características de su plataforma.
¿Hay alternativa?
Pues claro que la hay, y pasa por devolver el control del contenido al usuario. La mejor forma que se me ocurre es centralizando el control bajo una plataforma que delegue totalmente en el usuario las labores de gestión, y únicamente se encargue del mantenimiento y el desarrollo de las APIs necesarias para la comunicación con el resto de redes.
El proyecto que más avanzado he visto en referencia a este tema es el de Dropbox y su grafo social distribuido. Aprovechando el potencial de compartir carpetas de este servicio, la idea es que el usuario cree una carpeta pública (o varias), donde volcará aquel contenido (llámase vídeos, textos, podcasts o imágenes), y que sean el resto de plataformas sociales quienes enlacen a esa carpeta.
De esta manera, si por ejemplo deseamos cambiar nuestra foto de perfil, bastaría con volver a subir a esa carpeta la nueva foto y renombrarla como la antigua, y se cambiaría automáticamente en todas las redes donde la estuviéramos usando. O si necesitáramos eliminar un vídeo, bastaría con que el usuario borrase el vídeo de esa carpeta, y el enlace quedaría perdido para siempre en todos los medios donde hubiera sido enlazado.
Esta medida tiene un peligro asociado, y es que en el caso de Dropbox, estaríamos cediendo todo ese contenido a una sola plataforma, que a día de hoy es permisiva con el usuario, pero que no deja de guardar nuestros datos y hacer copias en servidores ajenos a nuestro control. Por lo que lo que propongo es el desarrollo de una plataforma open source en local, aprovechando el ancho de banda y esos ordenadores de casa que tenemos criando polvo para transformarlos en servidores de gestión de contenido, sin intermediarios y sin el peligro asociado a la dependencia de terceros.
Las respuestas podrían ser gestionadas dentro de cada web (o si el proyecto despegara con el apoyo de los grandes, valerse de los perfiles de usuario de los que hablábamos en el anterior artículo), o utilizando para ello una red distribuida cuyo mejor ejemplo podría ser Diaspora (EN), o en el mejor de los casos, gestionado dentro de la misma plataforma, aprovechando el P2P y el espacio del que disponga en su disco duro el usuario.
Una imagen enlazada puede ser copiada y recreada en otro archivo, pero esto es un mal (o bien, según se mire) innato en el mundo digital, y pasa tanto ahora como en el futuro que propongo. Aquí entra en juego el papel de las licencias, y en especial de las licencias open source, unas desconocidas por muchos internautas, y que ofrece un sistema legal (y legítimo) al control de posibles abusos de derechos.
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