Ocurre aunque no nos demos cuenta. Son las circunstancias las que aportan muchos de los factores que nos hacen ser como somos. Obviamente, en la fortaleza de cada cual está el establecimiento de la permeabilidad ante tales circunstancias pero, por suerte, a John Holcrofttodo le condujo por los derroteros de la ilustración.
Holcroft salió de la universidad en plena recesión de la economía británica. Esa realidad le llevaba a salto de mata de trabajo temporal en trabajo temporal haciendo las tareas más variopintas. Era, además, un tiempo en el que la tecnología estaba cambiando a una velocidad que le superaba. “Mi portfolio de tipografías y diseños hechos a mano quedó obsoleto. Ahí empecé a preocuparme por mi futuro”, explica.
Llegó el momento de apostar fuerte. “La ilustración era mi único punto fuerte y, mientras pudiera realizarse sin demasiada tecnología, parecía un camino natural a seguir”, señala el británico. Así, se decantó por el acrílico sobre tabla para empezar.
El ilustrador se dejaba llevar por su devoción por Edward Hopper o David Cutter. “Al principio me iba más lo figurativo”, dice. La experimentación llegó porque, en la mayoría de casos, llega siempre, sea antes o después. Ahí comenzó a fijarse en Ian Pollock, David Hughs o Rachel Gosling. Sin embargo, admite que su mayor influencia son los viejos libros de Ladybird de los años 50 y 60. “Los libros de Ladybird eran una marca icónica de los cuentos ilustrados para niños. Eran únicos ya entonces y, aún hoy, puedo mirarlos y dejarme empujar a un tiempo más sencillo e inocente”, cuenta Holcroft.
El ilustrador ha aceptado el uso de la tecnología y juega cada día con su tableta Wacom y con Photoshop. Así, crea ilustraciones que mezclan una estética de mitad del siglo pasado con un surrealismo medido para crear escenarios que tienen mucho de críticos con el presente que vivimos.
Es posible que Holcroft destile algo de pesimismo en sus ilustraciones, pero también podría catalogarse su trabajo como de crudo realismo social. Además, es consciente de que el mercado en el que se mueve no hace rehenes. “Nada permanece constante en esta industria cambiante. Cambiaba mi estilo cada poco tiempo porque no era correcto. Había acabado su recorrido o era horrible y no funcionaba. Dicen que un ilustrador es tan bueno como su último trabajo. En mi caso, eran pocos y separados, así que nadie me recordaba. Eso me animó a explorar nuevos senderos con diferentes recursos”. Y, efectivamente, aún sobrevive.
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