Aunque hace años se convirtiese en la escritora mejor pagada del mundo, la inglesa no siempre lo tuvo fácil. Rowling desvela en un discurso en Harvard lo que su experiencia la enseñó
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El 5 de junio de 2008, la escritora J.K. Rowling pronunció en la Universidad de Harvard un discurso ante los alumnos que se iban a graduar. Apenas un año antes había completado la saga de siete libros de Harry Potter, que la convirtió en la escritora mejor pagada del mundo. Pero no todo había sido tan fácil para la inglesa: apenas quince años antes había tocado fondo, como explicó a los estudiantes de la universidad.
“Había fracasado a una escala épica”, reconoció. “Un matrimonio de una duración excepcionalmente corta había implosionado, no tenía trabajo, era una madre soltera y tan pobre como se puede ser en la Gran Bretaña moderna sin ser un mendigo”. Rowling centró su intervención en el fracaso y en la imaginación, y ahora se recoge en un libro llamado Very Good Lives: The Fringe Benefits of Failure and the Importance of Imagination (Little Brown), cuya recaudación irá destinada a su fundación Lumos, que ayuda a los niños más desfavorecidos.
Aunque el discurso completo puede consultarse en la página de Harvard, a continuación extraemos algunas de las perlas de sabiduría que la firmante deUna vacante imprevista deja caer en su discurso.
Los objetivos marcan tu camino: “Metas alcanzables: el primer paso para la mejora personal”
Para explicar la importancia de unas aspiraciones moderadas a la hora de construir el propio camino, Rowling se refiere con sorna a la baronesa Mary Warnock, cuyo discurso leyó para preparar el suyo y que reconoce que apenas es capaz de recordar. En este caso, algo tan sencillo como hacer una broma sobre “magos gais” que llame la atención del público y que garantice que, al menos, su discurso sea más memorable que el de la filósofa británica.
Hay una fecha de caducidad para culpar a tus padres por guiarte en la dirección equivocada
Que los demás no te digan lo que debes hacer: “Estaba convencida de que lo único que quería hacer con mi vida era escribir novelas”
Tristemente para Rowling, sus padres, de humildes orígenes y que nunca fueron a la universidad, no compartían su confianza en el arte como una herramienta útil para ganarse el pan. Por eso renunció a estudiar Literatura Inglesa y a centrarse en algo más práctico (¿?) como Lenguas Modernas, “un compromiso que, visto en retrospectiva, no satisfizo a nadie”.
La culpa de lo que te ocurre es tuya, no de tus padres: “En el momento en que eres lo suficientemente mayor para tomar las riendas de tu vida, la responsabilidad es tuya”
A pesar de haber cedido en la elección de su carrera, Rowling no señala a sus progenitores como los culpables de sus zozobras vitales durante sus años de juventud. “Hay una fecha de caducidad para culpar a tus padres por guiarte en la dirección equivocada”, recuerda.
Sólo a los estúpidos les parece romántica la pobreza: “La pobreza genera miedo, estrés y, a veces, depresión; significa una miríada de pequeñas humillaciones y adversidades”
La autora se lamenta de que la prensa haya presentado sus avatares juveniles de forma idealizada, como una etapa de aprendizaje que, de improviso, se esfumó. No hay nada bello en pasar calamidades, recuerda Rowling, algo que los más privilegiados suelen olvidar a la hora de hablar de ello, quizá porque nunca han tenido que vivir nada semejante.
El fracaso sirve para librarse de lo que no es esencial: “Dejé de engañarme pensando que soy otra cosa de lo que soy realmente, y empecé a invertir mi energía en terminar el único trabajo que me importaba”
Durante años, Rowling trabajó para Amnistía Internacional como investigadora, hasta que en el verano de 1990 una curiosa idea se formó en su cabeza mientras esperaba en un tren retrasado que la debía llevar de Manchester a Londres: la historia de una escuela de jóvenes magos que admite a un niño infeliz e inadaptado. En ese momento recuperó su vieja vocación y se lanzó a escribir el libro que cambiaría su vida –y la unos cuantos millones de personas– para siempre.
Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder: “Tocar fondo se convirtió en la sólida base en la que reconstruí mi vida”
Ya lo cantaba Bob Dylan en Like a Rolling Stone: a pesar de la desesperación que llegó a experimentar en ciertos momentos, Rowling nunca sintió haberlo perdido todo, sino simplemente una libertad absoluta para poder empezar de cero. En su vida sí que hubo lugar para las segundas oportunidades.
El que no juega, no gana: “Es imposible vivir sin fracasar en algunas cosas, a no ser que vivas con tanta cautela que se puede decir que no has vivido en absoluto, en cuyo caso, puede decirse que has fracasado por defecto”
La lógica de que sólo el jugador que apuesta puede perder, pero también ganar, aplicada a la vida y a la carrera profesional.
Sólo el fracaso enseña determinadas lecciones: “Descubrí que poseía una fuerte voluntad y más disciplina de lo que nunca había sospechado; también que tenía amigos cuyo valor era más preciado que el de los rubíes”
Rowling recuerda a los estudiantes que hasta los 21 años es normal que su medida del éxito o del fracaso sea la nota de los exámenes, pero también que la vida nos lleva a situaciones en las que de verdad conocemos cuáles son nuestras principales fortalezas. En su caso, la voluntad y la disciplina.
Nuestras vidas no son reductibles a unas calificaciones, a unos títulos académicos o a la cantidad de ceros en nuestra cuenta corriente
El fracaso otorga sus propios regalos: “Nunca te conocerás a ti mismo ni la fuerza de tus relaciones hasta que los dos hayan sido puestos a prueba por la adversidad”
A veces, el camino más corto hacia la satisfacción personal no pasa por el éxito, traducido, por ejemplo, en unas buenas notas. Rowling reconoce que sin haber experimentado el fracaso en su propia piel nunca habría podido conocerse de la forma en que lo hace: como reza el título del libro de Peter Cameron, el dolor le fue útil.
Tu vida no puede resumirse en una página: “Ni tus notas ni tu currículo son tu vida, aunque conoceréis a muchas personas de mi edad que confundan ambas cosas”
No, nuestras vidas no son reductibles a unas calificaciones, a unos títulos académicos o a la cantidad de ceros en nuestra cuenta corriente, da a entender Rowling. Somos mucho más, una combinación de cualidades y defectos, deseos y miedos, que dan lugar a un ser complejo e imperfecto. ¿O acaso podría una nota de sobresaliente o un par de páginas de méritos desvelar que esa insegura joven madre soltera iba a llegar un día a revolucionar la literatura juvenil?
espléndido....hay que divulgarlo.
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