Tarea. Burucúa reconstruye el taller de Leonardo para comprender su vínculo con la ciencia y el arte.
POR DIEGO ERLAN
La sabiduría, entendía Leonardo da Vinci, es hija de la experiencia. En una época en la que los hombres ilustrados se apoyaban en la autoridad de los autores antiguos, Leonardo no confiaba más que en lo que examinaba con sus propios ojos. Ante cualquier problema, no consultaba a las autoridades sino que intentaba un experimento para resolverlo por su cuenta. No existía nada en la naturaleza que no despertase su curiosidad y desafiara su inventiva. De ese modo exploró los secretos del cuerpo humano haciendo la disección de más de treinta cadáveres para dibujarlos en plumilla y tinta marrón, como se observa en sus estudios anatómicos atesorados por la Biblioteca Real de Windsor. Además fue uno de los primeros en sondear los misterios del desarrollo del niño en el seno materno; investigó las leyes del oleaje y de las corrientes marinas; pasó años hipnotizado por el vuelo de los insectos y de los pájaros, por las formas de las nubes y las modificaciones producidas por la atmósfera sobre el color de los objetos distantes, por las leyes que gobiernan el crecimiento de los árboles y de las plantas, por la armonía de los sonidos.
Esa obsesión por la experiencia es lo que subrayaron José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski al dirigir –en el marco del Programa “Diálogo entre las Ciencias” de la Universidad de San Martín– el “Proyecto Leonardo”. El resultado puede verse hasta el 8 de abril en el Campus Migueletes y luego una parte en la Feria del Libro. Fue el trabajo de un equipo multidisciplinario que se propuso reconstruir el “taller-laboratorio” de Leonardo da Vinci para intentar comprender sus aproximaciones a las ciencias y las artes, sus vínculos con el estado del conocimiento en su tiempo y los posibles aportes que estos hallazgos y experiencias pudieran haber tenido para el desarrollo del saber sobre el mundo natural en los siglos XVI y XVII.
Durante tres años, Burucúa y Kwiatkowski –expertos argentinos en historia del arte, que publicaron recientemente Cómo sucedieron estas cosas (Katz), una profunda investigación sobre la representación de masacres y genocidios– se dedicaron a la traducción y anotación de los Cuadernos de arte, literatura y ciencia del genio vinciano. Quisieron abordar esas notas desde otra perspectiva y unir varias disciplinas. Así surgió este proyecto. Durante dos años trabajaron junto a Fundación Tarea, que aportó a físicos e ingenieros que suelen dedicarse a la restauración y conservación de obras de arte, para que se encargaran de materiales, técnicas y procedimientos. Con esa asistencia reconstruyeron de la manera más fiel posible los aparatos de Da Vinci, desde el automóvil hasta la grúa y el paracaídas, desde la hélice aérea y el planeador, y con la ayuda de un fabricante de juguetes, Cristian Idiarte, reconstruyeron, a partir de dibujos, planos y texto, una maqueta de aquella “ciudad leonardiana” que imaginó Leonardo en la última década del Quattrocento para resolver la dinámica de circulación de bienes y personas y los graves problemas de higiene, a partir de la limpieza y el drenaje de las aguas. Da Vinci pensaba quizás en un barrio periférico de Milán y sospechaba que el problema de la higiene estaba relacionado con los incesantes brotes de pestes. Obvio: tenía razón.
A partir del dispositivo curatorial de Paola Pavanello, la muestra refleja la idea de una mente que fluye. “Así funcionaba la cabeza de Leonardo: –explica Burucúa– una navegación permanente que pasaba de la mecánica a la ingeniería y de un resorte al humanismo”. Con este trabajo, los investigadores aprendieron cuál fue el método o el procedimiento de ensayo y error permanente que tenía Leonardo, que lo hacía cambiar y modificar su idea original hasta llegar a los fundamentos teóricos del saber. De este modo, Leonardo fortalecía su rechazo a la metafísica. Era un humanista. Y además, de manera conjetural, descubrieron la faceta del Da Vinci creador de efectos visuales para las artes escénicas. Así fueron interpretados los dibujos encontrados en el Codex Atlanticus. Ese es el fin de los artilugios que Leonardo ideó para crear efectos teatrales, como la tramoya que simulaba vuelos en escena.
Como aprendiz en el taller del pintor y escultor Andrea del Verrochio, Leonardo fue iniciado en los secretos técnicos de trabajar y fundir los metales, aprendió a preparar cuadros y estatuas, abordó el desnudo, estudió las plantas y los animales y recibió una capacitación en las leyes de óptica y perspectiva. No fue un intelectual y aquí entiende Gombrich radica su genialidad. Según el vinciano, la misión del artista era explorar el mundo visible, tal como lo habían hecho sus predecesores, sólo que con mayor intensidad y precisión. No le interesaba el saber libresco de los intelectuales. Sin embargo, Burucúa y Kwiatkowski identificaron los 116 libros que componían la biblioteca de Leonardo. Para la época, un número considerable entre los que se encontraban volúmenes de poesía, historia, filosofía, diccionarios y gramática latina. También uno de las fábulas de Esopo, que el Proyecto Leonardo reconstruyó, a partir de una edición de la Biblioteca de Munich, con el papel de lino de sus páginas, el blanqueado de las hojas de guarda y el pergamino para las tapas.
Hay una escena de iniciación que podría sintetizar estas líneas y demostrar, si es que esto fuera necesario, las obsesiones de Leonardo da Vinci. Siendo casi adolescente, Leonardo pinta un basilisco de aspecto asombrosamente verídico sobre la rodela de uno de los mezzadri de su padre. Lo cuenta Vasari en su Le vite de’ piú eccellenti pittori, scultori de architettori . Al parecer, el pintor principiante había juntado en una pieza, a la que sólo entraba él, lagartijas, grillos, serpientes, mariposas, saltamontes y murciélagos, y había compuesto, a partir de sus elementos, “un animal horrible y espantoso, que envenenaba con el aliento y convertía el aire en fuego”. En esa imagen está todo: el genio incipiente, solo en una pieza, rodeado de animales que, vistos con atención, podrían ser monstruosos. Un genio entre la observación de la naturaleza y su imaginación.
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