martes, 30 de junio de 2015

Las raíces y función de la empatía

http://www.somosprimates.com/2015/06/las-raices-y-funcion-de-la-empatia/ 
Autor: Pablo Herreros Ubalde 
acicalamiento

La empatía nos permite llegar a los otros desde las emociones para entenderlos mejor. Por ejemplo, si cada vez que un macaco come otros congéneres sufren una descarga eléctrica en una jaula adyacente, éste se negará a ingerir alimento alguno durante seis días aproximadamente. Es decir, el macaco empatiza con los compañeros y ajusta su comportamiento para no perjudicarles más.
Los humanos también sacrificamos energía y recursos si otros lo necesitan. Nuestra especie está programada para conectar con todo lo que está vivo y le rodea. La empatía es el mecanismo que lo permite, poniéndonos mentalmente en el lugar de otros para acceder así a sus sentimientos y emociones. Gracias a ella podemos comprender las situaciones por las que la gente pasa sin necesidad de vivirlas nosotros mismos. Evolucionó porque sirvió a los animales a sobrevivir de varias formas. Por un lado, los primates necesitamos ser conscientes de las necesidades de la descendencia, ya que ésta depende de los adultos durante muchos años.
Los episodios empatía, o simpatía para ser más exactos, es un buena manera de acceder al mundo emocional de los animales. Una cría de pájaro malherida cayó al foso de agua de una instalación de primates, en un zoológico de los Estados Unidos. Mientras luchaba por salir del agua sin éxito, apareció un orangután que había observado la escena. Este, con la ayuda de una hoja que arrancó de un arbusto cercano y tras varios intentos, logró al fin rescatarlo del agua. Ya en tierra firme, el gran simio acaricia al polluelo con suma delicadeza dando muestras de empatía con un ser vivo muy alejado de su especie, y por tanto, con necesidades completamente distintas.
Esta anécdota es muy similar a la que relata el primatólogo Frans de Waal, cuyo protagonista fue una hembra de bonobo, quien un día recogió un pájaro que cayó en un foso tras estrellarse contra el cristal del recinto en un Zoo de Inglaterra. Esta hembra se acercó, lo agarró y escaló hasta el punto más alto de la instalación. Entonces, aferrándose al tronco con sus piernas para poder tener las manos libres, la bonobo desplegó las alas del pájaro con mucho cuidado y lo arrojó con fuerza en dirección al exterior del recinto. Desafortunadamente, el pájaro no pudo alzar el vuelo, cayendo de nuevo en el interior de la instalación. La bonobo bajó rápidamente y lo protegió durante horas de sus compañeros hasta que cayó la noche. A la mañana siguiente el cuidador no lo encontró en el recinto.
Probablemente se recuperó del shock y pudo retomar el vuelo por sí mismo. De Waal cree que lo importante de este hecho es cómo la bonobo adaptó su comportamiento a las necesidades del pájaro, pues esta conducta hubiera sido completamente absurda para ayudar a otro miembro de su especie.
Por otro lado, nuestro grupo de especies se basa en la cooperación, y la conciencia de lo que sucede en la sociedad ayuda a tomar decisiones, lo que significa que las cosas nos saldrán mejor si estamos rodeados de compañeros que se sienten bien. Nuestra felicidad depende en gran parte de la felicidad de los animales o individuos que integran nuestra red social, así que a todos nos conviene el bienestar del vecino. La empatía es el vehículo o medio que permite ajustar mi comportamiento para este fin.
Pero ¿qué estructuras del cerebro hacen posible esta empatía tan característica de los primates? Cada día que nos levantamos las personas experimentamos un continuo «ballet» mental que nos va conectando cerebro a cerebro con las personas que nos rodean. No se trata de una película de ciencia ficción. Esta capacidad de conexión es posible gracias a las neuronas espejo. Lo asombroso, es que se encontraron primero en macacos y no en humanos.
Hace un par de décadas, el neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti trabajaba con su equipo en la Universidad de Parma estudiando las áreas del cerebro vinculadas con la actividad motora de los primates. A un macaco le colocaron electrodos en la corteza frontal; durante el experimento registraban su actividad neuronal mientras cogía frutas. Entonces uno de los investigadores agarró uno de los plátanos y el cerebro del mono registró actividad, a pesar de que no había movido un solo dedo. Tras comprobar que no se debía a un fallo de la máquina que empleaban, repitieron el experimento una y otra vez, obteniendo los mismos resultados.
Habían identificado sin querer unas células nerviosas llamadas «neuronas espejo», que son la evidencia neurofisiológica de la empatía. Se llaman espejo porque reflejan en uno mismo lo que está sucediendo alrededor. Generan en el cerebro una simulación en tiempo real. Eso quiere decir que las similitudes existentes entre observar y ejecutar uno mismo una acción son tantas, y sus efectos tan similares, que pueden llegar a confundirse pero nos permiten entender por lo que está pasando un congénere u otro animal.
Las neuronas espejo nos permiten comprender lo que les ocurre a otros individuos, imaginándonos a nosotros mismos en la misma situación de manera inconsciente y automática. Podemos «sentir» los sentimientos, entender sin necesidad del razonamiento, puesto que se produce una imitación directa en el cerebro. Estas células tan especializadas se han encontrado en humanos, primates y otros mamíferos de alto coeficiente cerebral, como los elefantes o las ballenas.
Consolar es un buen ejemplo de empatía. Entre primates no humanos es frecuente que se consuelen los unos a otros tras un suceso que ha generado angustia. Éstos suelen abrazarse y acariciarse o acicalarse, lo que disminuye el estrés.
Del mismo modo, las personas buscamos el contacto físico en situaciones de miedo y nerviosismo porque nos produce alivio. El primatólogo William Manson ha demostrado que los chimpancés pueden aguantar mejor el dolor y la ansiedad que les provocan las inyecciones del veterinario si alguna persona los sujeta en los brazos.
En humanos se produce un fenómeno idéntico, y se ha probado que también nos duelen menos los golpes o pinchazos si ocurren en presencia de otras personas. Además, acariciarse una herida también hace descender la percepción del dolor. Por esta razón nos solemos llevar las manos a la zona dañada para aliviarnos.

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