Álex Rovira llenó el auditorio del Palacio de Congresos de Huesca
J. ARNAL, HUESCA.- Un expectante y repleto auditorio del Palacio de Congresos de Huesca esperaba ayer una nueva inyección de optimismo del escritor y emprendedor Álex Rovira, quien realizó una prospectiva del mundo que nos espera y reflexionó sobre el sentido de la vida y su apli- cación al sector emprendedor. Gente de distintas edades y profesiones tomaron buena nota de la exposición que, bajo el título “Creer, crear… lograr: El mundo que viene”, fue el acto más multitudinario del Salón de la Innovación y el Emprendimiento (SIE 2015) que entre ayer y el jueves organizaron el Ayuntamiento de Huesca y el Gobierno de Aragón.
Creer, comenzó Rovira, tiene una característica humana que lo hace singular, esa confianza “es una apuesta y sin ella no puede haber compromiso”. “Y sin creer –continuó– no hay crear”. Preci- samente, el principal problema del fracaso es el éxito. “Creernos que ya hemos logrado puede ha- cernos vestirnos de narcisismo y desconectar de la realidad”, advirtió.
Es “lícito” vivir sin una misión, dijo Rovira, pero “sólo cabe progresar si se piensa a lo grande, si se mira lejos”. Con esas misiones y la suma de impactos trabaja la prospectiva, y refleja un futuro en el que, apuntó, cambiará la manera en la que percibimos e interactuamos con el mundo y serán altamente apreciadas la formación específica y diferenciada. Mil millones de personas van a entrar en el mercado global, con lo que defendió que “hay que pensar en términos de internacionalización”.
Un panorama con el que Rovira remarcó la necesidad de “movernos, de abrir nuestro marco de referencia, y salirnos de la zona de confort”. Un requisito imprescindible para emprender y generar un valor. Y lo que se carga ese proyecto y destruye una sociedad, es la miseria, la incapacidad de amar. Amar, explicó, “es la voluntad de comprender la singularidad del ser” e inspirar “para crecer y construir nuevas realidades y sentidos”.
Esa voluntad caracterizó al Premio Nobel Literatura, Kenzaburo Oe, quien logró que su hijo, con graves carencias cerebrales, se convirtiera en un gran compositor musical. Igualmente mostró Rovira el proyecto empresarial de La Fageda, de Cristóbal Colón. Este montó una empresa para que personas con problemas mentales pudieran incorporarse al mundo laboral y tener una vida más coherente y digna. “Ha construido un modelo tremendamente rentable, admirado –comentó Rovira–, aplicando la voluntad de cuidar”, dando “dignidad” a las personas y cuidando a las vacas.
Y con estas premisas, Rovira explicó que era posible transformar nuestros proyectos individuales y colectivos, ya que todo dependerá de nuestro sistema de creencias y confianza, de la entrega y la activación de la que denominó “movilización transformadora”. Ésta implica activar todas las “inteligencias” del ser humano.
La primera es la actitud, la inteligencia emocional y social, desarrollar la capacidad de habla para querer. Todo este proceso, insistió, implica “la necesidad de un querer profundo”, de determina- ción. Pero advirtió que no hace falta sólo querer, sino un conocimiento diferencial, “inteligencia practica” (fruto de la experiencia y la reflexión) e “inteligencia creativa e espiritual”. Entonces pasamos de la “incompetencia inconsciente” a la “incompetencia consciente”, que se ha califi- cado como talento.
En España, dijo, “hay mucho más talento disponible que dinero, pero la diferencia competitiva está en la actitud que tengamos”, en la voluntad de entregarnos, el entusiasmo y pasión, en la visión y en el compromiso, aderezado también con la “inteligencia moral”. Cuando trabajamos bien estas dimensiones “emerge el sentido de la vida” y se comprueba que “ha valido la pena realmente el sufrimiento”.
Creer, comenzó Rovira, tiene una característica humana que lo hace singular, esa confianza “es una apuesta y sin ella no puede haber compromiso”. “Y sin creer –continuó– no hay crear”. Preci- samente, el principal problema del fracaso es el éxito. “Creernos que ya hemos logrado puede ha- cernos vestirnos de narcisismo y desconectar de la realidad”, advirtió.
Es “lícito” vivir sin una misión, dijo Rovira, pero “sólo cabe progresar si se piensa a lo grande, si se mira lejos”. Con esas misiones y la suma de impactos trabaja la prospectiva, y refleja un futuro en el que, apuntó, cambiará la manera en la que percibimos e interactuamos con el mundo y serán altamente apreciadas la formación específica y diferenciada. Mil millones de personas van a entrar en el mercado global, con lo que defendió que “hay que pensar en términos de internacionalización”.
Un panorama con el que Rovira remarcó la necesidad de “movernos, de abrir nuestro marco de referencia, y salirnos de la zona de confort”. Un requisito imprescindible para emprender y generar un valor. Y lo que se carga ese proyecto y destruye una sociedad, es la miseria, la incapacidad de amar. Amar, explicó, “es la voluntad de comprender la singularidad del ser” e inspirar “para crecer y construir nuevas realidades y sentidos”.
Esa voluntad caracterizó al Premio Nobel Literatura, Kenzaburo Oe, quien logró que su hijo, con graves carencias cerebrales, se convirtiera en un gran compositor musical. Igualmente mostró Rovira el proyecto empresarial de La Fageda, de Cristóbal Colón. Este montó una empresa para que personas con problemas mentales pudieran incorporarse al mundo laboral y tener una vida más coherente y digna. “Ha construido un modelo tremendamente rentable, admirado –comentó Rovira–, aplicando la voluntad de cuidar”, dando “dignidad” a las personas y cuidando a las vacas.
Y con estas premisas, Rovira explicó que era posible transformar nuestros proyectos individuales y colectivos, ya que todo dependerá de nuestro sistema de creencias y confianza, de la entrega y la activación de la que denominó “movilización transformadora”. Ésta implica activar todas las “inteligencias” del ser humano.
La primera es la actitud, la inteligencia emocional y social, desarrollar la capacidad de habla para querer. Todo este proceso, insistió, implica “la necesidad de un querer profundo”, de determina- ción. Pero advirtió que no hace falta sólo querer, sino un conocimiento diferencial, “inteligencia practica” (fruto de la experiencia y la reflexión) e “inteligencia creativa e espiritual”. Entonces pasamos de la “incompetencia inconsciente” a la “incompetencia consciente”, que se ha califi- cado como talento.
En España, dijo, “hay mucho más talento disponible que dinero, pero la diferencia competitiva está en la actitud que tengamos”, en la voluntad de entregarnos, el entusiasmo y pasión, en la visión y en el compromiso, aderezado también con la “inteligencia moral”. Cuando trabajamos bien estas dimensiones “emerge el sentido de la vida” y se comprueba que “ha valido la pena realmente el sufrimiento”.
Tres reflexiones para
los emprendedores
Toda esta exposición le sirvió a Rovira para lanzar una serie de reflexiones dirigidas a los em- prendedores. Les interrogó sobre si tenían una “visión compartida, esperanzada y positiva” de cómo será su negocio de aquí a 20 años y sobre si estaban haciendo uso de las “extraordinarias utilidades” que aporta la tecnología a la cadena de valor. Igualmente les invitó a reflexionar sobre su entorno, de si eran “conscientes” de lo que estaba pasando para saber realmente si estaban orientándose al mercado.
A todos esos emprendedores les aconsejó tener “los pies en el suelo”, con un “sentido práctico” y una visión, mantenerse abiertos a la cooperación y la negociación entre las partes. Al final, la buena suerte, dijo, dependerá de esa voluntad de “comprender, cuidar y esperar”.
A todos esos emprendedores les aconsejó tener “los pies en el suelo”, con un “sentido práctico” y una visión, mantenerse abiertos a la cooperación y la negociación entre las partes. Al final, la buena suerte, dijo, dependerá de esa voluntad de “comprender, cuidar y esperar”.
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