Extractado de Educación y condición humana, por Juan Miguel Batalloso Navas
«…La noción de que existe un pensamiento puro, es decir, una racionalidad ajena a los sentimientos, no es más que una ficción, una ilusión basada en nuestra falta de atención hacia los estados de ánimo sutiles que nos acompañan a lo largo de toda la jornada. El pensamiento y el sentimiento se hallan inextricablemente unidos y, en consecuencia, albergamos sentimientos sobre todo lo que hacemos, pensamos imaginamos o recordamos…». Daniel Goleman
¿Qué significado y qué sentido tiene la educación de la sensibilidad y de las emociones? ¿Cómo podemos incrementar cuantitativa y cualitativamente nuestra sensibilidad? ¿Cómo aumentar y mejorar el conocimiento y la comprensión de nuestras emociones y sentimientos? ¿Qué podemos y debemos hacer desde la educación?
Educar la sensibilidad es imposible si no prefiguramos en los medios, recursos y métodos pedagógicos el fin anunciado; si no existe una coherencia básica y estratégica entre lo que expresamos con nuestra conducta real y cotidiana y lo que declaramos como deseable en nuestros fines y objetivos, coherencia que es muy a menudo olvidada e ignorada por las lógicas escolares rutinarias, burocráticas y mercantiles. Aprender a ser sensibles resulta imposible también, si no somos capaces de distinguir, de discriminar, de darnos cuenta antes, durante y después de nuestras acciones, de cuáles son realmente las razones, motivaciones, intereses y valores que nos guían. Y esto lleva implícito al menos dos procesos que se complementan entre sí. Se trata de una educación con y para el corazón que envuelve lo emotivo y el sentir humano, pero también de una educación para la contemplación, el agradecimiento y la reflexión, que incluye lo ético, lo estético y lo más íntimo y más profundo de cada persona.
De una parte resulta indispensable la estimulación, animación y desarrollo de la conciencia corporal y de la corporeidad en toda su plenitud y dimensiones de la acción, desde la percepción sensible en sus dimensiones más fisiológicas, en el sentido de adquirir la capacidad de escuchar, de darse cuenta, de prestar atención a lo que nos dicen nuestros ojos, oídos y todos nuestros órganos corporales. Pero también sabiendo interpretar que esos mensajes se producen en un proceso continuo de sentir, percibir, conocer, emocionarse, hacer, expresarse, comunicarse, moverse, observar, evaluar, desear para volver nuevamente a sentir en un ciclo espiral e interminable.
Educar la sensibilidad implica entonces una doble dimensión de incremento de nuestra nitidez, precisión y calidad perceptiva en el continuo de nuestro hacer, así como relacionarnos con nuestra madre naturaleza que nos acoge y nos nutre. La educación de la sensibilidad posee un carácter sensorial y ecológico que al mismo tiempo es sentimental porque genera en nosotros procesos emocionales que llenan de contenido valorativo, vital y artístico nuestra conciencia proporcionándonos así nuevas formas de percepción, disfrute, compromiso y responsabilidad que alimentan el continuo y eterno proceso de despliegue de las dimensiones de nuestra acción humana.
Pero al mismo tiempo, la educación de la sensibilidad, al hacerse sentimental a partir del incremento de la cantidad y calidad de nuestras observaciones y de nuestros procesos de atención a nuestro propio cuerpo y a nuestra propia mente, se va abriendo a los valores a partir tanto del gozo estético, como del sentir compasivo. Educar en la sensibilidad se convierte entonces en una especie de proceso de autorrealización poética y poiética en el que al mismo tiempo que producimos nuevos lenguajes más expresivos, sentimentales e integradores, somos capaces de generar vida, compromiso, solidaridad a partir de los sentimientos de bondad, compasión y generosidad que nos produce todo aquello que niega y obstaculiza la vida.
En este doble proceso de desarrollo corporal-sensible de atención-acción y de desarrollo artístico-sentimental de gozo y compasión, en el que se tejen y entrecruzan todo lo que resulta de la autorrealización individual y/o la transformación personal y de la autorrealización colectiva y/o el compromiso sociopolítico que defiende, mantiene y preserva la vida, se encuentran también procesos que aglutinan, catalizan y dan sentido a todo el conjunto. Procesos que son de naturaleza espiritual, concibiendo lo espiritual como aquello que nos permite sentirnos parte de un Todo que nos sobrepasa, nos transciende y está más allá de las cosas, las energías y las producciones histórico-sociales y culturales, pero que al mismo tiempo nos hace sentir un deseo y una pasión infatigable de vida, acción y expresión que reconociendo nuestra fragilidad y nuestra naturaleza errática nos impulsa a agradecer, admirar, contemplar y situar los compromisos éticos por encima de los intereses personales o colectivos (BOFF, 2006: 23).
La sensibilidad, cuando está referida a las relaciones personales, también puede ser entendida como un proceso de autorregulación entre dos variables: atención y respuesta. Mediante la primera percibimos lo que caracteriza a otra persona en las palabras, gestos o conducta que muestra, así como también en las consecuencias que tienen nuestras acciones sobre ella. Y mediante la respuesta manifestamos la reacción, proporcionada o desproporcionada, meditada o espontánea a lo que la otra persona nos ofrece, respuesta que siempre es una combinación de pensamientos, emociones, palabras y acciones. En consecuencia, el aprendizaje de la sensibilidad con los demás, exige también de un aprendizaje emocional, tanto en el sentido de identificar la emoción que nos embarga, como de regular la reacción y nuestra respuesta, lo que dicho en palabras de A. Berzin implica que «…Los métodos para el desarrollo de una sensibilidad equilibrada se enfocan en dos aspectos principales. El primero es volverse más atento. El segundo es el responder de manera más sana y constructiva con emociones, sentimientos, palabras y acciones más apropiadas…» (BREZIN, A.; 1998).
Enseñar y aprender la condición humana, exige desarrollar nuestra sensibilidad en su más amplio sentido, sentido que únicamente podremos encontrarlo si partimos del corazón, si somos capaces de conocer y reconocer nuestros propios sentimientos y emociones, pero también los de nuestros semejantes y de qué manera influimos e influyen en nuestra conducta y en la construcción y reconstrucción de nuestra vida. Y esto, indudablemente supone implicarnos en un proceso permanente de desarrollo y maduración emocional, de educación emocional en suma, de forma que nos permita ir consiguiendo entre otros, los siguientes objetivos:
Reconocer e identificar emociones y sentimientos en nosotros mismos y en los demás. Tomar conciencia, darse cuenta en cada instante de lo que sentimos y de cómo estos sentimientos influyen en nuestro pensamiento y en nuestra conducta, percibiendo que en toda acción y en el desarrollo de cualquier capacidad existe una o varias emociones subyacentes.
Controlar, dirigir, manejar y conducir nuestras propias emociones sabiendo diferenciar impulsos de necesidades, deseos de apegos, acciones de reacciones, de forma que nuestros pensamientos puedan ser más ecuánimes, sosegados, clarividentes y objetivos, en el sentido de que nos sirvan para fundamentar y expresar un comportamiento más ajustado a los hechos y más responsable con las necesidades de los demás.
Dotarse de procedimientos, recursos psíquicos y habilidades para generar pensamientos positivos, energéticos y productivos capaces de hacer frente y manejar las emociones negativas, fuente permanente de desasosiego, malestar psíquico, culpabilidad y baja autoestima.
Ser capaz de buscar fuentes de motivación; de producir nuestros propios fines, objetivos y proyectos; de imaginar y crear nuevas posibilidades y recursos de bienestar psíquico y desarrollo personal; de encontrar nuestro propio maestro interior que pacientemente observa, escucha, tranquiliza, anima y nos ayuda a enfrentarnos a cualquier situación por dificultosa que esta sea.
Saber identificar las emociones y sentimientos que caracterizan y colorean nuestras acciones intentando ver la relación con los valores deseados por lo que optamos y de qué forma estos entran en contradicción con los valores practicados. Saber analizar nuestras vivencias y como éstas podemos convertirlas en experiencias gratificantes de aprendizaje. Saber aprender de nuestros errores, contradicciones, desajustes e incoherencias, afrontando las consecuencias de nuestras acciones sin sentimientos negativos paralizantes.
Tener una adecuada percepción y valoración de nosotros mismos: autoconcepto y autoestima en armonía y equilibrio. Darse cuenta tomando plena conciencia de nuestro derecho inalienable a ser respetados y reconocidos en nuestra esencial dignidad, así como del deber de respetar y reconocer a todo ser humano como un legítimo igual a mí. Descubrir y aprovechar cualquier posibilidad para mostrarnos en nuestra singularidad, para ser nosotros mismos, afirmarnos en la acción y perdiendo el miedo a los que los otros dirán. Desarrollar nuestra capacidad de ser coherentes, armónicos y congruentes mediante el ejercicio de la sinceridad, la lealtad, la transparencia, la honestidad y en la perspectiva de ser cada vez más auténticos, más nosotros mismos.
Aprender a integrar en cada acontecimiento posible de gozo y placer, la unidad de sentido, de lo sensible y del espíritu para que podamos disfrutar de momentos de alegría, felicidad y bienestar, condición que puede ser constatada en el placer de oir una música que tanto nos agrada o de estar junto y por entero con la persona amada.
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