Estados Unidos siempre ha sido presentado como una sociedad modelo desde el punto de vista del emprendimiento. Sin embargo, algunos países escandinavos como Noruega, campeones del Estado del Bienestar, están en el TOP TEN DE EMPRENDIMIENTO. Hugo Kantis reflexiona al respecto, acompañado por un interesante artículo de la revista Inc., que trae casos de nuevos empresarios noruegos exitosos y comparaciones con el modelo estadounidense.
Por Hugo Kantis
Muchas veces, en nuestros países latinoamericanos, las corrientes de opinión suelen encolumnarse detrás de las ideas y modelos que vienen desde afuera sin el necesario espíritu crítico. Desde el Prodem tratamos de contribuir a la generación de un pensamiento creativo acorde a las características de la región. Por eso nunca nos sentimos cómodos con las definiciones del tipo: “ya todo está inventado afuera, no perdamos tiempo es sólo cuestión de Plug and Play“. Tanto más en momentos en los cuales las grandes verdades en materia de modelos económicos se ven cuestionadas por la realidad, a la vez que la región enfrenta oportunidades muy importantes para su desarrollo.
En este contexto, es fundamental promover el debate acerca de los contextos y condiciones necesarias, así como las cosas que deberían evitarse, en favor del desarrollo emprendedor. Así, por muchos años hemos escuchado que el sistema más pro-emprendedor del planeta era el de Estados Unidos, mientras muchos europeos especializados en la creación de empresas criticaban al Estado del Bienestar en el Viejo Continente, porque no generaba incentivos para emprender.
Sin embargo, curiosamente, algunos rankings como el GEINDEX, que ofrece una medida resumen de las condiciones subyacentes al proceso de formación de empresas en los principales países, captando cuantitativa y cualitativamente el fenómeno emprendedor, parecen mostrar que la realidad es más compleja y que no existen verdades concluyentes ni en uno ni en otro sentido. Por ejemplo, algunos países escandinavos, campeones del welfare state, aparecen en el top 10 en materia de contexto y actividad emprendedora por oportunidad. Noruega es uno de ellos (puesto 9no en GEINDEX, y segundo lugar en actividad emprendedora por oportunidad). Por lo tanto, creemos muy importante conocer de primera mano cómo funciona el desarrollo emprendedor en ese país, a partir de testimonios y casos concretos, en un artículo publicado hace algunos meses en la revista Inc.
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LA FORMA ESTADOUNIDENSE… ¿O LA NORUEGA?
¿Socialismo? ¡SÍ!
Wiggo Dalmo es todo un emprendedor, a pesar de su ambivalencia hacia el capitalismo.
Por Max Chafkin – Revista Inc.
Wiggo Dalmo es el típico empresario: el chico de clase trabajadora que hizo las cosas bien. Dalmo, que tiene 39 años, tiene el cabello muy rubio y la sonrisa fácil. Creció humildemente en un pueblo obrero dominado por la industria del acero. Después de graduarse de la secundaria, trabajó de aprendiz como mecánico industrial y consiguió un trabajo como reparador de equipos de minería. Le gustaba el reto del trabajo, pero no la monotonía de trabajar para alguien más. “Nunca me sentí como si hubiera un lugar para mí como empleado”, explica Dalmo, mientras conducimos entre bidones químicos y enormes montículos de chatarra, por la ruta que lo lleva a su oficina.
(…)
En 1998, Dalmo renunció a su trabajo, compró una camioneta usada y comenzó a llamar a clientes como contratista independiente. Para fines de año, tenía seis empleados, todos mecánicos, y estaba haciendo más dinero que nunca. Luego de tres años, su nueva compañía, MOMEP, tenía reservas de U$S 1 millón al año en ingresos y rápidamente estaba expandiendo su línea de productos. Construyó una sala de máquinas y comenzó a manufacturar piezas para plataformas petroleras, y empezó a ofertar y ganar contratos para proveer a sitios con pozos de petróleo y minas por todo el país. Siguió tomando gente y ofertando y, cuando miró hacia atrás una década más tarde, tenía una compañía de U$S 44 millones con 150 empleados.
Mientras su compañía crecía, Dalmo adoptó los hábitos de los empresarios exitosos: Compró un Porsche, una motocicleta, y un ropero de camisas de polo con su logo corporativo en el pecho. Mientras la música suena a todo lo que da en los parlantes de su oficina, Dalmo me dice que está orgulloso de la compañía que ha creado. “Intentamos construir una familia, y hemos tenido éxito”, dice. “No tengo amigos fuera de esta empresa”.
Este es exactamente el tipo de orgullo que suelo escucharle a los CEOs que conocí en mi trabajo en Inc., pero con una diferencia importante: mientras que los empresarios en la posición de Dalmo se disgustan por pagar impuestos, a él no parece importarle demasiado. “El sistema de impuestos es bueno, es justo”, me dice. “Lo que hacemos al pagar impuestos es comprar un producto. Así que la pregunta no es cómo pagas el producto, sino la calidad del producto”. A Dalmo le gustan los servicios del gobierno, y realmente cree que está pagando un precio razonable. Esto es particularmente sorprendente, porque los precios que paga Dalmo por los servicios del gobierno son de los más altos del mundo. Él vive y trabaja en una ciudad pequeña llamada Mo i Rana, que está a 27 kilómetros al sur del Círculo Ártico en Noruega. Como noruego, paga alrededor del 50% de sus ingresos al gobierno federal, junto con un impuesto adicional, que representa cerca de 1% de su patrimonio neto total. Y eso es sólo lo que paga directamente, porque los impuestos sobre la nómina en Noruega son el doble de los de EE.UU. Y los impuestos sobre las ventas, que suman un 25%, son aproximadamente el triple.
El año pasado, Dalmo pagó U$S 102.970 en impuestos personales sobre sus ingresos y riqueza. Lo sé porque las declaraciones de impuestos, como la mayoría de todo lo demás en Noruega, es un asunto de interés público. Quien sea y donde sea puede entrar a una página mantenida por el gobierno y averiguar las contribuciones de cada noruego – ya sea Ole Einar Bjørndalen, el famoso biatlonista, o el vecino de al lado. Esto, explica Dalmo, tiene un efecto espeluznante sobre cualquier deseo que pueda tener de darse más lujos en su vida. “Cuando comienzas a comprarte cosas caras, la gente empieza a hablar”, dice Dalmo. “Debo tener cuidado porque algunas de las personas que juzgan pueden ser clientes potenciales”.
Bienvenido a Noruega, donde los negocios son radicalmente transparentes, militantemente igualitarios y, por supuesto, cargados de impuestos. Esto es el socialismo, el tipo de cosas temidas por los CEOs estadounidenses promedio. Pero no por Dalmo, y tampoco por la mayoría de los noruegos.
“El sistema capitalista funciona bien”, dice Dalmo. “Pero soy socialista hasta los huesos”.
Noruega, con una población de cinco millones de habitantes, es un país muy pequeño y muy rico. (…) Salió en el tercer puesto de la última encuesta de felicidad global de Gallup. El índice de desempleo, sólo 3,5%, es el más bajo de Europa, y uno de los más bajos del mundo. Gracias a un sistema de bienestar social generoso, la pobreza casi no existe. Noruega está llena de emprendedores como Wiggo Dalmo. Los índices de creación de startups aquí, están dentro de los más altos del mundo desarrollado, y Noruega tiene más emprendedores por cabeza que Estados Unidos, según el informe más reciente realizado por Global Entrepreneurship Monitor, una investigadora con base en Boston.
Un estudio similar de 2010, emitido por la Administración Federal de Pequeños Negocios, informó lo mismo: aunque Estados Unidos permanece en la cima del mundo en términos de aspiraciones emprendedoras – esto es, el porcentaje de gente que quiere comenzar cosas nuevas—, en términos de actividad start-up actual, EE. UU. fue superado no sólo por Noruega, sino también por Canadá, Dinamarca y Suiza.
Si te preocupa la salud a largo plazo de la economía estadounidense, esto puede parecer extraño, quizás hasta problemático. Después de todo, por décadas se dijo que los impuestos altos son, sin ninguna duda, malos para los negocios. El presidente Obama, recientemente se jactó de que su administración había aprobado “16 recortes de impuestos diferentes para los negocios pequeños de Estados Unidos, en los últimos años. Estos recortes podrían incrementar las inversiones”.
Desde la Revolución Reagan, que drásticamente recortó los impuestos a individuos y corporaciones adinerados, los estadounidenses se han acostumbrado a escuchar ese tipo de anuncios de sus líderes. Muy pocos se han animado a argumentar en contra de los recortes impositivos a negocios y dueños de negocios. (…) Así, los impuestos cayeron dramáticamente en los últimos 30 años. En 1978, las tasas máximas de impuestos federales eran las siguientes: 70% para individuos, 48% para corporaciones y casi 40% sobre ganancias de capital. Los estadounidenses en su conjunto se ubican en el noveno puesto en referencia a impuestos más bajos entre los países en la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, un grupo formado por los 34 mercados económicos más grandes y democráticos. Hoy en día, el tope de las tasas impositivas es de 35%, 35% y 15%, respectivamente. (Incluso estas tasas sobrevaloran el nivel impositivo en los Estados Unidos, pues pocas empresas grandes pagan cerca del 35% del impuesto corporativo; Warren Buffett ha dicho que él paga el 18% en el impuesto sobre la renta.) Sólo dos países de la OCDE, Chile y México, pagan un porcentaje menor de su producto bruto interno en impuestos que los estadounidenses.
Pero hay muy poca evidencia para sugerir que la baja de impuestos en los Estados Unidos ha hecho mucho por los emprendedores, o incluso por la economía en su conjunto. “Es realmente muy difícil decir cómo la política fiscal afecta a la economía”, dice Joel Slemrod, profesor de la Universidad de Michigan, que sirvió en el Consejo de Asesores Económicos de Ronald Reagan. Slemrod dice que no hay pruebas estadísticas para demostrar el resultado de los bajos impuestos en la prosperidad económica. Algunas de los países más prósperos -por ejemplo, Dinamarca, Suecia, Bélgica y, sí, Noruega– también tienen unos de los impuestos más altos. Noruega, que en 2009 tenía el ingreso per cápita más alto del mundo, evitó lo peor de la crisis financiera: del 2006 al 2009, su economía creció casi un 3%. La economía estadounidense creció menos de 0,1% durante el mismo período. Mientras tanto, los países con algunos de los impuestos más bajos de Europa, como Irlanda, Islandia y Estonia, han sufrido profundamente. La primeros dos casi fueron a la quiebra; Estonia, el niño mimado de grupos anti-impuestos como el Instituto Cato, en la actualidad tiene una tasa de desempleo del 16%. Su economía se contrajo un 14% en 2009. Por otra parte, los argumentos típicos que promueven los grupos de negocios y en las páginas editoriales de The Wall Street Journal -la idea, por ejemplo, de que los recortes de impuestos de George W. Bush en 2001 y 2003 impulsaron el crecimiento económico-, son problemáticos. La tasa de desempleo se incrementó tras el paso de los dos paquetes de reducción de impuestos, y el crecimiento económico durante los ocho años del mandato de Bush, retrasaron el crecimiento logrado durante la presidencia de Clinton, antes de que los recortes fueran aprobados.
Entonces el caso de Noruega – uno de los países con más emprendimientos y mayores impuestos en el mundo—nos debería dar un descanso. ¿Qué tal si estamos equivocados sobre los impuestos? ¿Qué pasa si no importan tanto como pensamos?
(…)
La idea de que los estadounidenses deban temerle a los economistas noruegos más que a los fabricantes de bombas de Al Qaeda, es bastante loca, pero no puedo evitar preguntarme: ¿qué tan malo sería el socialismo europeo en realidad? (…) En otras palabras, si en lugar de una versión americana del socialismo europeo, ¿qué pasa si conseguimos un artículo genuino? ¿Y si el escenario de pesadilla fuera real? ¿Qué pasaría si despertaras mañana como CEO en un país socialista?
Para responder esta pregunta, pasé dos semanas en Noruega, buscando emprendedores de todas las industrias y circunstancias. Conocí a acuicultores de zonas del interior del norte del país y a ‘techies’ cosmopolitas en Oslo, la capital. Me encontré con fundadores de startups alejados de la preocupación por hacer dinero y luego pagar impuestos sobre él, y conocí emprendedores establecidos que cada año desembolsan millones de dólares para las autoridades (la moneda de Noruega es la corona. He convertido en dólares todas las cifras en este artículo).
Lo primero que noté es que los noruegos no piensan del mismo modo que nosotros sobre los impuestos. Mientras los norteamericanos perciben a los impuestos como una carga, los emprendedores noruegos tienden a verlos como una compra, un intercambio de dinero por servicios. “Yo lo miro como una inversión de por vida”, dice Davor Sufija, CEO de Thinfilm, una startup noruega que está desarrollando la versión de bajo costo de las etiquetas electrónicas que los comercios utilizan para rastrear mercaderías. Sufija tiene una perspectiva única en este asunto: es un americano que creció en Miami y, hace 20 años, se casó con una noruega y se mudó a Oslo. En 2009, como empleado de la antigua compañía matriz de Thinfilm, ganó alrededor de U$S 500.000, cuya mitad quedó en su casa, y la otra se fue para el Reino de Noruega. Si se hubiera quedado en los EE.UU., habría pagado por lo menos 50.000 dólares menos en impuestos, pero no se arrepiente. “No hay escuelas privadas en Noruega”, dice. “Todas la escolarización es pública y gratuita. El estar en Noruega y pagar estos impuestos, es hacer una inversión para mi familia”.
Para un emprendedor modestamente adinerado como Sufija, el valor de vivir en un país socialista supera al costo. Todo trabajador noruego obtiene seguro de salud en un sistema que tiene expectativa de vida más prolongada y mortalidad infantil más baja que Estados Unidos. A los 67 años, los trabajadores obtienen una pensión del gobierno de hasta 66% de sus ingresos de trabajo, y todos tienen educación gratuita, desde la escuela de enfermería hasta carreras de grado (sorprendentemente, esto incluye a universidades fuera del país. ¿Quieres enviar a tu niño a Harvard? El gobierno noruego paga la cuenta). El seguro de discapacidad y las licencias por nacimientos son también muy generosos. Una mamá puede tener 46 semanas de licencia, totalmente pagas – el gobierno, no la compañía, paga la cuenta—o 56 semanas a un 80% de su salario normal. Un padre obtiene 10 semanas cubiertas.
Estos son los beneficios que se les paga a los noruegos, sin importar el nivel de ingresos. Pero debe decirse que la mayoría de los noruegos ganan aproximadamente la misma suma de dinero. En Noruega, el salario básico para un trabajador sin educación universitaria es de unos muy generosos U$S 45.000, mientras que el salario para un profesional doctorado es de alrededor de U$S 70.000 por año (esto hace que cierto tipo de industrias, como la fabricación de textiles, sea imposible de desarrollar; por otro lado, los negocios de tecnología son más económicos para dirigir). Entre los trabajadores con el mismo puesto en una compañía, el salario cambia poco o nada. En la compañía de Wiggo Dilmo, todos los que hacen el mismo trabajo, ganan lo mismo.
El resultado es que las compañías exitosas encuentran otros modos de motivar y retener a sus empleados. El personal de Dalmo puede que esté mayormente formado por maquinistas y mecánicos, pero él los trata como a ingenieros de Google. La compañía organiza una fiesta anual; la cuenta el año pasado fue de U$S 100.000. Dalmo complementa el plan de salud estándar del gobierno con U$S 330 por empleado, por año, de un plan privado que le cubre a los empleados el tratamiento en hospitales privados si un doctor no puede atenderlos de inmediato en uno público. Estos beneficios han mantenido las tasas de rotación en Momek por debajo del 2%, frente al 7% en la industria.
Pero se necesita más que beneficios para mantener a un trabajador motivado en Noruega. En un país con poco desempleo y generosos beneficios para desempleados, la amenaza de un trabajador de renunciar es más creíble que en Estados Unidos, y les da a los empleados una mayor influencia sobre los empleadores. Y a pesar de que Noruega hace que sea fácil despedir a los trabajadores en caso de dificultades económicas, echar a un empleado por una causa suele tardar meses, y los empleadores en general, terminan pagando por lo menos tres meses de indemnización. “Tienes que ser un manager más democrático”, dice Bjørn Holte, fundador y CEO de bMenu, una startup con base en Oslo que hace versiones móviles de websites. Holte se paga a sí mismo U$S 125.000 por año. Su empleado con menor salario gana más de U$S 60.000. “No puedes tratarlos como si fueran máquinas”, dice. “Si lo haces, se irán”.
Si el sistema noruego fuerza a los CEOs a ser más conciliadores con sus empleados, esto también cambia el cálculo de un emprendimiento para empleados que esperan abrir sus propias compañías. “El problema con emprender en Noruega, es que ser empleado es más lucrativo”, dice Lara Kolvereid, la principal investigadora del Global Entrepreneurship Monitor (GEM) en Noruega. Mientras que en Estados Unidos, un cuarto de las startups son fundadas por los llamados emprendedores necesitados – es decir, gente que inicia sus compañías porque sienten no tener otra opción—en Noruega, el porcentaje es de sólo 9%, el tercero más bajo después de Suiza y Dinamarca, de acuerdo con el GEM.
Esto puede ayudar a explicar porqué el emprendimiento en Noruega ha prosperado, incluso si se estanca en los Estados Unidos. “Las tres preocupaciones de los estadounidenses –educación, jubilación y gastos médicos— son cosas por los que los noruegos no se preocupan”, dice Zoltan J. Acs, profesor de la Universidad George Mason y jefe economista de la Oficina de Defensa de la Administración de Pequeños Negocios. Acs piensa que la recesión de Estados Unidos ha intensificado esta disparidad y forma parte de la razón por la que el país se ha deteriorado en los últimos años.
Cuando la economía de EE.UU. está en auge, la ausencia de atención sanitaria garantizada no es una preocupación para los grandes aspirantes a fundadores. Pero con el desempleo cercano a dos dígitos, los emprendedores son más cautelosos.
“Cuando la clase media se reduce, los emprendedores también lo hacen”, dice Acs.
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