Por Mario Dehter Los cambios mentales son la máxima dificultad que los adultos debemos aprender a realizar. Siempre ha sido así. Se incurre en un severo error de concepto si se piensa que esto es una imposición “moderna” de la crisis económica global más severa de los últimos 70 años que ahora estamos atravesando.
Nuestros ancestros, aún con procesos neurológicos y culturales muy diferentes a los nuestros, han estado modificando sus modelos mentales de comportamiento individual y social; cuando no pudieron hacerlo por apego a sus costumbres o limitados por sus recursos: perdieron la vida.
El cambio mental, en términos de ejercer nuestras mejores respuestas psicofísicas y sociales a las condiciones de nuestros entornos, se basa en nuestra capacidad de pensar y entender cómo son las condiciones de nuestros entornos y en cómo aprendemos a vislumbrar sus tendencias futuras.
Es un proceso de aprendizaje que depende de cómo nos estimulan quienes nos “enseñan”. En general, nos cuesta tanto realizar nuestros cambios mentales porque no somos estimulados para desafiar las costumbres de los sistemas que modelan nuestro aprendizaje; más bien, se nos somete a un “plan de estudios” que pone acento en el procedimiento de evaluación de lo que se nos enseña y no en la calidad de la transferencia de lo que aprendemos.
La innovación es un “poema” recitado por “agentes” que, en su mayoría, no arriesgarían jamás la poltrona de su salario para aventurarse en la creación de su propio modelo independiente de “ganarse la vida”. Vamos incorporando, irreflexivamente, ese modelo de sobrevivencia que pulveriza la osadía para cambiar mentalmente al menos hasta que resulte imprescindible… lamentablemente, la mayoría de las veces cuando logramos darnos cuenta que hay que adoptar saltos de fase ya es tarde. La confusión mella nuestra confianza y comenzamos a adoptar comportamientos defensivos y conservadores.
Aprendemos a ser cómodos por temor a lo que suponemos como será lo que (todavía) desconocemos. Las zonas de confort que nos proporciona saber a hacer algo, hace estragos en nuestra disposición para seguir aprendiendo.
Muchos comenzamos a cuestionarnos donde están ancladas las amarras que impiden cambios mentales que permitan superar los problemas que hoy enfrenta la sociedad global. Yo soy de los que creen que en los niveles superiores del sistema educativo formal.
Toda la sociedad, sin circunscribir el problema solo dentro del Claustro, tiene que revalorizar el rol transformador, liberador, del aprendizaje. Todas las personas tenemos la capacidad para aprender y utilizar lo que vamos aprendiendo para vivir mejor; ese es uno de los motivos por los que vale la pena vivir: aprender y enseñar y aprender y enseñar y aprender.
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