Aprender no es almacenar cosas en la memoria, sino usar lo guardado, unirlo, pensar a partir de ello
Tradicionalmente, la educación ha consistido en fomentar la adquisición de virtudes y para eso hace falta entrenamiento. En griego, virtud se decía areté. Recuerdo que hace años vi en la librería de una estación un libro titulado así, Areté. Era barato y lo compré sin abrirlo porque perdía el tren. Pensé que era un libro de ética, pero resultó ser un tratado de gimnasia. La virtud tenía, en efecto, este carácter deportivo, y su entrenamiento era una ascesis, palabra que significaba “ejercicio para mejorar”. En el mundo oriental el entrenamiento era imprescindible para la realización personal: baste recordar la búsqueda budista de la iluminación, las prácticas zen o el bujutsu, el conjunto de artes marciales que tenía como objetivo el autocontrol del cuerpo y del espíritu, es decir, la libertad. Considerarnos entrenadores nos haría tomar conciencia a los docentes de que no hay aprendizaje sin ejercicio, que nosotros sabemos cómo hay que hacer las cosas, pero que son ellos –los alumnos, los atletas– quienes tienen que hacerlas, y que el ideal es que las hagan mejor que el entrenador. Messi juega mejor que Guardiola y Cristiano Ronaldo mejor que Mourinho.
La etimología de la palabra entrenar nos remite al francés entraineur, y esta al latín: “Hacer que alguien arrastre algo”. La historia humana puede verse como un gigantesco y persistente entrenamiento. James Flynn demostró que el cociente intelectual de la humanidad mejora tres puntos cada década. Los récords deportivos son continuamente superados. Hoy, un buen corredor de cien metros libres iguala las marcas de un campeón del mundo de hace quince años. Alumnos de conservatorio pueden interpretar hoy piezas que hace pocos años estaban reservadas para dos o tres virtuosos. No han cambiado las características físicas, sino los modos de entrenarse.
En la actualidad se ha generalizado el entrenamiento. El coaching es omnipresente. Empresarios, ejecutivos, políticos tienen su entrenador personal. En el terreno religioso siempre han existido los directores espirituales. Buda afirmó que no se podía progresar sin un maestro. Y el monaquismo cristiano, también. En la sociedad laica fueron sustituidos por muchos terapeutas, convertidos en consejeros vitales. Ahora vivimos el auge del coaching, una prueba más de que hemos entrado en la era del aprendizaje. Somos aprendices vitalicios y esto nos rejuvenece a todos. s