Hay una frase de Kipling que escribió al final de su vida:
"A un escritor puede estarle permitido inventar una fábula pero no la moraleja".
El ejemplo que eligió para sostener su teoría fue el de Swift, que intentó un alegato contra el género humano y ahora ha quedado Gulliver, un libro para chicos. Es decir: el libro vivió, pero no con el propósito del autor.
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