Ahí van siete cosas que aprendí en 2012, que me llevo del año, y que me gustaría compartir con los que visitáis esta casa. Las voy a escribir de prisa, para no dar tiempo a pensarlas mucho. Dejemos que la memoria selectiva haga su trabajo, bien o mal, pero sin un guión predeterminado. Igual mañana recuerdo cosas distintas, pero estas son sin duda importantes:
- Esto va por ciclos: La impermanencia, como llaman los budistas, es la única constante. Genera efectos acumulativos que llegados a un punto, cada cierto tiempo (que a veces parece rítmico o simétrico), reclama giros bruscos. Las señales de cambio de ciclo suelen llegarnos, la mayoría de las veces, en forma de crisis; pero es posible no necesitarlas y anticiparse si se pone la debida atención en los ruidos internos. Este año aprendí por enésima vez que no conviene aferrarse a pasiones, ni a logros, ni a posesiones (por muy estupendas que parezcan), si la intuición informada te dice otra cosa. Saber interpretar y acatar los mensajes de cambio de ciclos vitales es un atributo de sabiduría que hay que cultivar. No es nada fácil, porque para conseguirlo tiene uno primero que abstraerse de las interferencias que se distribuyen socialmente con altavoces de grandes decibelios.
- ¡¡Simplifica!!: Es increíble con la facilidad que nos complicamos la vida, ya sea por vanidad, por tendencia a la dispersión, o simplemente por no saber decir que no. Llenamos nuestra existencia de compromisos tóxicos que no nos aportan nada, y eso funciona como un bucle que se retroalimenta. La basura trae más basura, que a su vez quita espacio a las cosas genuinas. 2012, y una fecha señalada, me hicieron ver que iba con sobrepeso, con un exceso de complejidad que me producía desgaste en un momento vital que más vale que optimice mis energías. Voy aprendiendo apreferir las opciones sencillas, y sé que lo son cuando no necesito darme demasiadas explicaciones para elegirlas. Más bien todo lo contrario, noto que fluyen. Pero el camino para intentarlo pasa por podar, o sea, descartar lo accesorio (que OJO, por lo general se resiste a parecerlo), y también por hacer un esfuerzo de síntesis que ayude a comprender el tipo de cosas que más disfrutamos. No es simplismo, sino simplicidad. No es recogerse, sino encontrarse y desde ahí expandirse. Es calidad, no cantidad. Y sentir que vas mucho más ligero/a produce una sensación cojonuda, pero para llegar a eso necesitas disciplina como ejercicio de autoconocimiento, y una gran determinación para poner a raya todo lo que sobra.
- Experimentar en la transición: Los cambios de ciclo no son fáciles, ni binarios. No aprietas un conmutador ON/OFF y se produce un salto mágico de estado. Sensación de ruptura sí que hay porque hablamos de puntos de inflexión, pero el ajuste interior lleva su tempo y uno debe ser amable en su gestión. Alguien decía que “La única forma de encontrarse a sí mismo es perderse primero”, y creo que es eso precisamente lo que uno debe hacer. La nueva hoja de ruta se construye a trozos, haciendo el camino, probando y experimentando senderos que la intuición insinúa como prometedores, pero sin fijar destinos rígidos, ni expectativas imprudentes.
- Menos reflexivo, y más practicante: Hay que pensar bien pero hacer mejor. Esa idea del “practicante reflexivo” que tanto me gusta, aunque las dosis óptimas a recetarse dependen de la personalidad de cada uno. A algunos les vendría bien contener su hiperactividad para pensar más, mientras que a otros al revés: hacer más y reflexionar menos. Pues yo he estado revisando mi ratio Plan/Ejecución de 2012, y no he salido bien parado. El amigo Bolívar me daría unas cuantas collejas por lo mal que llevo mi organización. Estuve leyendo mucho sobre GTD para lo que me interesa, o sea, como herramienta para mejorar mi capacidad de cerrar con diligencia las cosas que realmente me importan. Las metodologías ayudan, lo están haciendo, pero creo que en mi caso la carencia sigue siendo volitiva, y algo voy a tener que hacer con eso. La consigna de 2013 se la pido prestada a Benjamín Franklin: “Bien hecho es mejor que bien dicho”, y sé que para eso hay que fijarse pocos objetivos para ganar en foco.
- Rutinas que hacen muy bien: El punto anterior tiene bastante que ver con esa vocación por el desorden que anida en mí, y que incluso tiendo a recomendar a los demás. Yo sigo pensando que viene bien “desordenarse” para escapar de los estereotipos y mantener la mirada fresca, más aún cuando coleccionar años hace que tiendas a lo contrario. Pero conviene saber dónde poner orden y dónde subvertir, y creo que en mi caso me ha faltado cariño por cierto tipo de rutinas que hacen muy bien. Amansar el caos, aunque sea parcialmente, es clave para sentir una sana percepción de crecimiento personal, y para eso hay que convertir en rutinas esas nuevas prácticas que vamos necesitando incorporar. El bueno de Richard Sennett da en el clavo cuando dice que: “Repetir una y otra vez una acción es estimulante cuando se organiza mirando hacia delante. Lo sustancial de la rutina puede cambiar, pero la compensación emocional reside en la experiencia personal de repetir. Esta experiencia no tiene nada de extraño, todos la conocemos: es el ritmo”. Es eso exactamente, que la rutina se traduzca en ritmo, para disfrutarla en ámbitos sanos como el ejercicio físico, la lectura, el activismo social o la escritura, por sólo citar algunos que me atraen.
- La realidad nos da bofetadas: He aprendido también que propósitos tan loables como la colaboración, la inteligencia colectiva, la emergencia, el liderazgo distribuido, la promoción de redes, y muchos más que forman parte esencial de mi jerga cotidiana, son bastante más huidizos y poliédricos de lo que yo creía. En 2012 varios proyectos de ese tipo en los que he participado no han ido bien. He cometido errores, pero me niego a llamarlos “fracasos”, porque son sólo paradas en el camino, una cura de humildad que me merecía para no ir tan rápido, ni ser tan rotundo. Creo que he ganado en realismo, atrapando mejor la complejidad de las cosas y cargándome de argumentos para ser menos maniqueo con ciertas premisas. Aún así, todavía está por ver si he aprendido, porque yo seguiré intentándolo.
- Encontrar sentido: Es fundamental, y con esto termino. Me doy cuenta que he hecho muchas cosas en 2012 que disfruté como un bellaco, pero también otras que sobraban olímpicamente. Ya lo dije al principio, así que con esto me repito pero vale la pena que insista. La clave está en preguntarse qué sentido tiene lo que uno hace en cada momento. Parece sencillo pero es de las cosas más difíciles que hay porque esta sociedad presiona para que vayamos como borregos al matadero. Nos agobian con “lo urgente” para que nos olvidemos de “lo importante”. Delegamos la voz propia y nos llenan la agenda de cosas estúpidas: hay que estar en las redes sociales (mientras más, mejor), hay que ir a no sé cuántos eventos, hay que decir que sí a este cliente o proyecto que no nos gusta porque no se sabe si vas a tener trabajo mañana, hay que estar a la última porque vas a parecer un obsoleto, hay que leer rápido y en diagonal para parecer informado, hay que dar juego al poder para que no te vomite fuera, hay que aparentar que eres una persona de éxito para que no te ignoren, ni te bajen el caché. Todo eso es una ruina, una auténtica ruina que corroe el alma. Quien lo ha vivido, sabe bien de lo que hablo. Pero una cosa es decirlo, y otra plantarse: Se acabó, sé tu mismo/a.
Creo que me ha quedado un post demasiado psicologista. Cuando empecé a escribirlo pensaba encausarlo por aprendizajes estrictamente profesionales; pero estos pensamientos terminaron aflorando, y ahí se quedan.
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