Pasamos, según cuentan, 8 minutos cada hora simplemente soñando despiertos. Incluso si estáis leyendo esto es probable que el 13% del tiempo, realmente, no lo estéis leyendo sino divagando acerca de otras cosas más o menos relacionadas. Se habla incluso de que algunos/as pasamos el 30 o 40% del tiempo que pasamos en vigilia en ese peculiar estado de vaguedad mental.
Pues bien… puede que no sea tan grave después de todo, resultando en el fondo una forma de afrontar las presiones de la vida diaria. Y es que cuando soñamos despiertos parece que el cerebro trabaja de forma similar a cuando utiliza estrategias de resolución de problemas, que las regiones involucradas son las mismas que están activas cuando estamos solucionando puzzles y otros problemas de “insight” similares.
También parece que la gente que tiende a divagar demasiado es más creativa, tiende a resolver problemas de forma más adecuada. Soñar despiertos permite a una parte del cerebro trabajar en la tarea actual y a la vez, a otra parte, mantener un objetivo más elevado. Así lo confirmaba Christoff (2009), de la Universidad de California cuando demostraba que la gente cuya mente divaga mucho es más creativa y más hábil en la solución de problemas, quizás por algo parecido, porque sus mentes están trabajando en la tarea concreta y a la vez procesando otra información, estableciendo nuevas conexiones.
Al fin y al cabo, como veíamos en Steven Johnson (Where Good Ideas Come From: The Natural History of Innovation) la creatividad surge de la colisión de ideas, en los ecosistemas naturales o humanos lo más diversos posibles. Tener aficiones distintas, leer acerca de disciplinas diversas, leer distintos libros a la vez, pensar en varias cosas, tener varias personalidades o escribir acerca de distintos temas, como hacemos en este espacio , también fomentaría más intercambio entre ideas y se asociaría a mayor creatividad.
El problema puede ser el que observa Daniel Gilbert, autor que en “Stumbling on Happiness” explica cómo divagar puede llegar causar infelicidad e incluso peor salud física. Los estados de divagación son, de hecho, excelentes predictores de la felicidad humana. La explicación puede tener algo que ver con que divagar sería lo que hacemos cuando estamos en un estado contrario a lo que Mihalyi Csikszentmihalyi bautizaría como el flujo, aquello tan fácil de reconocer a posteriori pero que resulta inconsciente mientras lo transitamos (lo recogería también Seligman en su segundo tipo de felicidad).
En otras palabras, cuando somos felices disfrutamos de la actividad presente, sin ni siquiera darnos cuenta del paso del tiempo. Como diría Killingsworth, “lo a menudo que nuestras mentes se evaden del presente y dónde tienden a ir son mejores predictores de nuestra felicidad que aquello que estamos haciendo en cada momento. ”
En fin… que parece que lo ideal sería, en sintonía con lo que decíamos sobre la necesidad de programar espacios de desconexión y para aprovechar las ventajas de ambos estados, estar atentos, prestando atención a la tarea la mayor parte del tiempo pero programando espacios para la creatividad. Lehrer lo planteaba en suImagine mediante ejemplos llamativos, como la idea de situar los espacios de trabajo creativo de Pixar cerca de lavabos, máquinas de café y áreas de descanso conscientes de que es en estos en los que se produce con mayor frecuencia el “insight” creativo. Así lo confirmaría un estudio de Chen-Bo Zhong (2008) en la Universidad de Toronto, que reafirmaba la creencia popular sobre la bondad de “consultar las cosas con la almohada”.
Como hemos visto en muchas otras ocasiones, las grandes inspiraciones surgen cuando rompemos con la rutina, cuando paseamos, lavamos los platos, nos damos una ducha, librándonos del control de la atención sostenida para que nuestro cerebro divague, siga sin que nos demos cuenta en clave de resolución de problemas pero pueda volar y explorar nuevas ideas, no directamente asociadas con la tarea que nos ocupa.
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