Pigmalión refleja el modo en que las expectativas que tenemos sobre los demás ejercen un fuerte efecto sobre su comportamiento. La profecía auto-cumplida, concepto acuñado por el sociólogo Robert Merton en 1948, se refiere también al hecho de que mantener una firme creencia respecto a algo o alguien, acaba facilitando que dicha creencia se cumpla y provoca su propia corroboración. Y esto puede suceder aunque se parta de una creencia sin suficiente fundamento.
En el año 1968, el psicólogo de la Universidad de Hardvard (EEUU) Robert Rosenthal, llevó a cabo un experimento que se ha convertido en un clásico. En primer lugar, aplicó una prueba de capacidad intelectual a un grupo de escolares. Después, los dividió al azar en dos grupos, de forma que no había diferencia real entre ambos en cuanto a inteligencia. A los profesores se les dijo que los estudiantes del primer grupo habían logrado resultados normales en el test, mientras que los del segundo grupo estaban por encima de la media y por lo tanto de ellos se podía esperar grandes progresos. Al terminar el curso, Rosenthal volvió a aplicar la prueba a todos los alumnos. El resultado fue que los alumnos del segundo grupo habían mejorado comparativamente mucho más que los del primer grupo, logrando un rendimiento superior.
La única diferencia entre ambos grupos eran las expectativas que los profesores se habían creado respecto a cada uno de ellos. Esas expectativas se convirtieron inconscientemente en comportamientos concretos (los profesores sonreían con más frecuencia, miraban más tiempo a los ojos, daban más ánimos y retroalimentación y elogiaban más a los alumnos que creían más dotados), que de hecho facilitaron un mayor éxito de los alumnos, confirmando así lo que se había predicho que sucedería.
La profecía auto-cumplida o efecto Pigmalión es por lo tanto una expectativa que incita a actuar de forma que dicha expectativa se vuelva cierta. Y esto sucede tanto en sentido positivo como negativo: si el profesor considera que un alumno es más torpe, actuará de tal manera que finalmente provocará un peor desempeño. Dicho de otro modo, nuestros supuestos, prejuicios, interpretaciones y opiniones condicionan nuestro comportamiento e influyen en los demás.
Obviamente, no se trata de que algo sea real simplemente por el hecho de pensarlo, pero nuestra convicción al respecto puede provocar consecuencias tan reales como si de hecho lo fuera. En la víspera de una huelga de gasolineras puede surgir el rumor de que no habrá suficiente combustible, lo que llevará a que mucha gente invada las estaciones de servicio, llenando en prevención los depósitos de sus vehículos y provocando así el temido agotamiento del combustible. Otro ejemplo: si creemos que los inmigrantes son vagos e incapaces de integrarse, lo más probable es que no estemos dispuestos a ofrecerles trabajo y a confiar en ellos, lo que les llevará más fácilmente a la marginalidad y al crimen, convirtiendo así el prejuicio en profecía auto-cumplida.
Claro que la realidad es más compleja y depende de múltiples factores (los ejemplos descritos están simplificados a propósito), pero no deja de ser cierto que, como dijo el escritor alemán J. W. Goethe, si tratamos a una persona como lo que es, seguirá siendo lo que es; pero, si la tratamos como lo que podría ser, entonces se convertirá en todo lo que puede llegar a ser.
Para quien le guste el cine, hay una conocida película del año 1964 inspirada en la obra de teatro de George Bernard Shaw “Pigmalión”, que narra una historia de amor basada en este fenómeno. Dejo a los lectores cinéfilos que adivinen de qué película se trata…
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