Autor: Eduard Punset
La ciencia puede contestar preguntas que siguen abiertas a pesar del tiempo transcurrido desde la primera respuesta. La teoría cuántica nos ha demostrado, por ejemplo, que dos partículas distintas permanecen entrelazadas aunque vivan en distintos hemisferios. Cuesta aceptarlo. Me dicen que se trata de la vida de partículas microscópicas; el mundo microbiológico va a su ‘bola’, no tiene nada que ver con el mundo al que estamos acostumbrados.
Otro misterio parecido. Se nos dice que todos los átomos que se mueven a raíz de un desafío suelen elegir el mismo camino; pero que lo que es verdad de un promedio puede no serlo de un individuo. No puede olvidarse nunca esta falta de automatismo o exactitud. Les explico a mis amigos que en las primeras semanas del embrión en el vientre de su madre se produce una descarga hormonal que decide el sexo del individuo afectado; basta con comparar la longitud de los dedos índice y anular de su mano derecha. De ser iguales o mayor el índice, se trata de una hembra; de ser el anular más largo que el índice, se trata de un varón. Pero hay excepciones, y basta con contemplar la cara de asombro de la mujer cuyo meñique es más largo que el anular, o la del varón cuyo índice supera con mucho la longitud del anular.
Es el momento de recordar que lo que es verdad de un promedio puede no serlo de un individuo, pero no siempre cuela. La verdad es que a todos nos gustaría que la regla no fallara. Otro lugar común: ¿es mejor estar solo cuando se quiere pensar en serio?
El romanticismo apuntaba a la soledad. No solo era más útil a la hora de decidir, sino que la soledad era el requisito indispensable para no ser distraído con otros menesteres. Hoy, la ciencia está demostrando que la soledad puede transformarse fácilmente en una enfermedad y que lasredes sociales, el contagio de la manada, es un mejor acicate para las buenas decisiones que la soledad. Y, sin embargo, ¿cómo negar que en algunas ocasiones la reflexión solitaria es más productiva?
Gemelos dicigóticos o mellizos (Imagen: “Wikipedia”).
La posibilidad de que la experiencia individual pueda mitigar lo que dictaría la genética es otro de los principios más recientes aportados por la ciencia. Se dice que nunca hemos dispuesto de tanta información como en la actualidad; en realidad, para no equivocarnos, basta con analizar una parte de la ingente información disponible. Tan es así que no es difícil que se difumine la antigua división entre los marcados por la genética individual y los otros. El dispositivo cognitivo, unido a la experiencia individual, puede hacer vacilar el peso tradicional de la genética. En realidad, es difícil encontrar a alguien a quien el peso de los mecanismos cognitivos no neutralice al peso de la genética.
Acabo de encontrar, sin embargo, a un amigo padre de dos mellizos marcados por caracteres totalmente opuestos. «Al comienzo –me dice–, intentaba que se aproximaran las posiciones respectivas, pero al final tuve que aceptar la disparidad entre los dos mellizos, con la presunción de que lo adecuado era mantener la diferencia genética».
¿Qué habría sido mejor? ¿Utilizar todos los recursos modernos, que son impensables, para hacerle cambiar al otro, sin violencia, de opinión? ¿O dejar a los dos que cimentaran sus personalidades distintas impuestas por la genética mucho antes de que el comportamiento tuviera la ocasión de manifestarse?
El desafío central de la ciencia en el siglo XXl consiste en entender el pensamiento humano en términos biológicos. El interés cuajó cuando a finales del XX la psicología cognitiva se fusionó con la neurociencia, es decir, la ciencia del cerebro. El principal instigador ha sido el profesor Eric Kandel, de la Universidad de Columbia, al hacer posible que nos planteásemos cómo percibimos, aprendemos y recordamos; cuál es la naturaleza de las emociones y de la empatía; y cuáles son los límites del libre albedrío.
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