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La felicidad consiste en tener un proyecto de vida coherente y atractivo, con cuatro grandes notas en su seno: amor, trabajo, cultura y amistad.
Por Enrique Rojas | Para LA NACION
Qué fácil es rendirse ante las dificultades de la vida, cuántas cosas nos pueden suceder y que vayan tirando de nosotros hacia la parte negativa. Decía Séneca que vivir es guerrear. Ángel Ganivet, ese granadino universal hablaba de la tendencia a hacer balances negativos en nuestra vida. Frente a los avatares de la vida podemos optar por el lamento e inculpación a terceros o bien tomar las riendas y decidir a dónde nos dirigimos.
Algo muy importante para no rendirse es que tener una visión larga de la jugada significa la inmediatez, la cercanía y en ella todos somos deficitarios, es decir, cualquier análisis de la vida personal en la inmediatez presenta demasiadas carencias. Y esto sucede en nuestras actividades diarias, en las relaciones personales, en la familia, en el trabajo. Porque siempre hay flecos por resolver. Aceptarlos, crecer con ello e intentar superar es digno de madurez y buena salud mental. La visión larga nos lleva a pasar por encima de las cosas negativas. El hombre inteligente eleva su mirada hacia el porvenir.
La felicidad consiste en tener un proyecto de vida coherente y atractivo, con cuatro grandes notas en su seno: amor, trabajo, cultura y amistad. Programa de ingredientes diversos pero que están unidos por una línea esencial: la ilusión. La felicidad consiste en ilusión. La ilusión no es el argumento de la felicidad sino su envoltorio. Cuando recibimos un regalo, casi la mitad del regalo es el envoltorio, y el lazo que lo acompaña y ese minuto que dura el abrirlo que está repleto de expectación.
En mi libro No te rindas trato de sumergirme en los diversos territorios y provincias donde uno puede perderse y arrojar la toalla. Invito a crecerse ante la adversidad. A ser capaz de mirar hacia delante y hacia arriba. Dice Unamuno en su diario íntimo, que es un texto de retazos de escritos suyos tomados por alumnos suyos de la Universidad de Salamanca: no darse por vencido ni aun vencido; no darse por esclavo ni aun esclavo. En ese sentido, la felicidad es el sufrimiento superado: el pequeño, el cercano, el habitual y también el mediano y el grande.
Vivimos en eras psicológicas que se entrecruzan en el mundo actual: era de la depresión y era del estrés, a las que se ha unido en los últimos años una nueva etapa malévola y terrible que ha ido asomando como un iceberg hasta colocarse en el mismísimo centro: la era del desamor. Las tres forman un tríptico real que refleja muchas cosas de lo que está sucediendo en nuestra cultura.
La depresión es el embotamiento del estado de ánimo. Mientras que la tristeza es la lucidez del perdedor. En el primer caso hablamos de enfermedad; en el segundo, de una melancolía que da nitidez al que la siente. El estrés es el ritmo trepidante de vida sin tiempo para casi nada. El desamor consiste en no haber sabido o podido gestionar de forma adecuada el parque jurásico de los sentimientos.
Las batallas las ganan los militares; las guerras, los maestros. Debemos desarrollar una maestría singular para dirigir nuestros pasos hacia lo mejor. La vida es la gran maestra, enseña más que muchos libros. Vivir es arriesgarse, adelantarse, programar, saltar por encima de las dificultades y volver a empezar. Dice Virgilio en su libro Las Geórgicas: 'Feliz el que puede saber la razón de las cosas.'
Amo pobre no necesita criado. Ser rico significa que ese programa de vida personal al que aludí al principio de este artículo será a la vez sugerente y realista, atractivo e instalado con los pies en la tierra.
La felicidad es una conquista. No es un a priori, sino un a posteriori. La felicidad consiste en un estado de ánimo donde uno va superando las derrotas personales y ese Titanic termina haciendo que te sientas en un cierto estado de plenitud, en donde los que pierden ganan, en donde los sufridores se levantan.
En un reciente viaje a Roma, leí en una casa con mucha tradición cultural la siguiente leyenda: nihil diffícile volenti (nada es difícil si hay voluntad). En este paisaje que he dibujado, en esta pincelada psicológica se alza la voz propia la voluntad, la joya de la corona de la conducta. Debemos meterla en nuestro mapa del mundo personal y que se cuele por los entresijos de su geografía. La personalidad es la arquitectura del edificio de uno mismo y nuestra fachada.
Todos tenemos tres caras: lo que pienso que soy (autoconcepto); lo que otros piensan de mí (imagen); y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo).
Saber mirar es saber amar..
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