Según las investigaciones de Martin Seligman, padre de la psicología positiva, existen tres niveles en los que el hombre busca su felicidad. Como todos sabemos por experiencia propia, la felicidad no es un destino, sino pequeños momentos vividos o recordados. Me resulta realmente interesante el enfoque de Seligman, nivelando la felicidad, sobre todo, porque identificando en dónde buscamos la felicidad podemos descubrir dónde nos perdemos en realidad… o dónde nos alejamos de ella. Es decir, si en un extremo de la polaridad está la felicidad, en el otro extremo de esa misma polaridad está la infelicidad.
¿Quieres saber a qué me refiero? Pues sigue leyendo, te invito a que reflexiones sobre dónde te encuentras. Primero: identifica el nivel, esto es relativamente sencillo. Segundo: atrévete a ubicarte en la polaridad, ¿estás más cerca de un extremo o del otro? (en el caso del primer y segundo nivel de felicidad). Tercero: toma medidas, entra en acción, ¿qué estás dispuesto a hacer diferente para moverte de un lado a otro o para saltar de nivel?
- El primer nivel es la vida placentera, en la que buscas lo gratificante, el placer y el cultivo de las emociones positivas. En el extremo de esta polaridad estarían las adicciones (drogas, sexo, alcohol, deportes de riesgo, etc.), la búsqueda compulsiva de emociones fuertes y el vacío en ausencia de estas. La felicidad se resume a momentos en los que necesitas sentir.
- El segundo nivel es la vida con autorrealización o la buena vida de Aristóteles, donde lo que cuenta es disfrutar con lo que haces, en el trabajo, en el amor o en el tiempo libre, hasta que te dejas absorber y eres uno con la que estás haciendo. Lo que Czikszentmihalyi llama la experiencia óptima o el estado de flujo. En el extremo de esta polaridad, encontramos la adicción al trabajo, el estrés, la necesidad compulsiva de reconocimiento, el enganche al éxito, la dependencia emocional, la dificultad para cuidarse y descansar. La felicidad se resume a momentos en los que necesitas hacer.
- El tercer nivel es la vida con sentido, en la que pones tu talento al servicio de otros, o formas parte de algo que es más grande que tú, una institución o grupo de gente comprometida con la misma causa. En el extremo de esta polaridad está la vida contemplativa de algunos monjes, la vida entregada a otros de los misioneros, la educación y la generosidad de los padres hacia los hijos, la renuncia al beneficio propio por una causa mayor, el trabajo de personas con auténtica vocación como Jane Godall -que ha calculado los años que le quedan de vida para impactar en la sociedad mejorando las condiciones de vida de los chimpancés-. La felicidad aquí no se resume, se extiende, es la suma de sentimientos + acciones y constituye una forma de ser.
Si quieres incrementar tu nivel de felicidad, y no puedes ir mucho más allá en tus emociones positivas, seguramente puedas volcarte en algo que te apasione y te ayude a sentirte útil, y eso te va a afectar a un nivel más profundo.
Hay razones para pensar que la privacidad y el aislamiento traen infelicidad. Hay también estudios que demuestran que cuanta menos gente tienes a tu alrededor, menos satisfacción vital posees. Los casos de amistad y de pertenencia a una comunidad están cada vez más rotos. Esa es posiblemente una de las razones por las que la depresión está tan extendida en los países industrializados. En situaciones de aislamiento la gente recurre a placeres instantáneos como si fueran atajos. Pero sabemos que a la felicidad no se llega por ahí: la felicidad es más bien un camino de largo recorrido. Os animo -y me incluyo- a rodearnos de personas estas vacaciones y hacer algo por ellas
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