domingo, 23 de noviembre de 2014

El explorador del cerebro

http://facundomanes.com/2013/08/09/el-explorador-del-cerebro/ 

Nota publicada en Revista Newsweek.
Newsweek_Manes-1Pionero de las neurociencias cognitivas en el país, Facundo Manes examina desde nuestra respuesta neurológica a los políticos hasta la memoria de los mozos y los límites de la inteligencia humana.
Por Cicco
El futuro Doctor Mente es hijo de un maestro rural y un ama de casa. Hasta los siete vivía en un casco de estancia en Arroyo Dulce, un pueblito planchado de Buenos Aires, entre Salto y Pergamino, con no más de 1500 vecinos. Si lo veías al pasar, podría parecerte un niño como cualquier otro. O confundirlo con su hermano Gastón. Un poco travieso. Otro poco curioso. Pero si lo seguías durante un rato, podías descubrir algo inusual. En lugar del origen de la forma de las nubes, la velocidad de los autitos o la cantidad de insectos nuevos en las pampas, al chico lo que más lo interesaba saber era qué piensa la gente. Y, fundamentalmente, por qué. ¿Por qué piensan así?
El futuro Doctor Mente cursó el primario y secundario en Salto, y luego hizo la carrera de Medicina de la UBA. No había nada mejor, evoca, que aquellas clases donde exponían la telaraña del sistema nervioso. Y la cátedra de Tomás Mascitti, un eminente neuroanatomista, que luego lo invitaría a compartir su laboratorio. En ese ámbito, puertas adentro del cráneo, Facundo Manes, quien luego se convertiría en una de las mayores eminencias de las neurociencias de América Latina, era feliz como pez en el agua [o como encéfalo en líquido cefalorraquídeo, para usar una figura más acorde a su especialidad]. “El sistema público de educación fue lo que me permitió cumplir mis sueños”, dijo en abril de 2012 en una conferencia TEDxBuenosAires.
“Por miles de años”, señala ahora a Newsweek, “la civilización se preguntó sobre el origen del pensamiento, la conciencia, la interacción social, la creatividad, la percepción, el libre albedrío y la emoción”. Cuestiones trascendentes que, según Manes, eran abordados de manera aislada por filósofos, artistas, teólogos y científicos. Lo excitante fue descubrir que, gracias a los avances en neurociencias, él podía contribuir a echar luz sobre esos enigmas.
Tras recibirse de médico y hacer la residencia de neurología en el Fleni, Manes completó su formación en neuroimágenes, neuropsiquiatría y neurociencias cognitivas en las universidades de Harvard, Iowa y Cambridge. Volvió al país en 2001 como jefe de la sección de Neurología Cognitiva del Fleni. Y en 2005, con el apoyo financiero de su hermano Gastón, abogado, Manes cortó la cinta de INECO: el primer instituto de neurociencia del país que, además de atender pacientes, puso a trabajar “mente a mente” a neurólogos, psicólogos, lingüistas, ingenieros, filósofos, biólogos, físicos y matemáticos para desenredar el ovillo de nuestras funciones cerebrales superiores.
Manes, quien también fundó y dirige el Instituto de Neurociencias de la Universidad Favaloro y es profesor de Psicología Experimental en la Universidad de Carolina del Sur, en Estados Unidos, es uno de los mayores especialistas en ese delicado órgano de 1.300 gramos, 17 cm de longitud, 14 cm de ancho y 13 de alto, promedio, al que llamamos cerebro. En ocho años, Manes y su equipo publicaron un centenar de papers científicos en revistas de primer nivel, con aportes tan relevantes como la identificación de áreas relacionadas con la toma de decisiones, la agresión y el déficit de atención e hiperactividad (ADHD); el hallazgo del rol que juega la ínsula, una región cerebral del tamaño de una moneda, en procesos cognitivos y emocionales; la caracterización de un nuevo síndrome, la “amnesia epiléptica transitoria”; y el desarrollo de un test para la detección precoz de la demencia frontotemporal, una dolencia poco reconocida que explica por qué algunos ancianos cambian su personalidad y toman riesgos imprevistos, aunque preservan sus aptitudes intelectuales y discursivas.
El papá de Pedro y Manuela también incursionó en campos tan diversos como la memoria de los mozos, el efecto de las neurociencias en la educación y hasta el impacto de los políticos y los spots de campaña en nuestro cerebro. “El cerebro y la política están íntimamente ligados, porque con el cerebro procesamos la información para la vida en sociedad y generamos las respuestas plásticas para actuar en relación a los otros. ¿Y qué es la política sino el medio que permite organizar la vida en sociedad, adaptarnos y generar respuestas creativas a problemas colectivos?”, dice Manes en diálogo con Newsweek, recién aterrizado de Japón (donde disertó en el Congreso Mundial de Biología Psiquiátrica) y a pocos días de emprender otro viaje de dos meses a Estados Unidos, donde será profesor visitante de la Universidad de Stanford.
¿Cuál es el aporte que las neurociencias pueden hacer a un candidato?
Manes: En la ciencia política y en la política práctica, poder predecir los patrones de conducta de líderes y ciudadanos que conforman electorados es clave. Un error frecuente en el análisis político es suponer que los demás usan los mismos procesos de pensamiento que uno. La capacidad de darse cuenta de que otras personas piensan y desean diferentes a nosotros se llama “cognición social” y es una habilidad presente en mayor o menor grado en todos nosotros.
Usted se mete en áreas que antes eran espacios cerrados. Imaginamos, por ejemplo, que muchos psicólogos lo deben criticar. ¿Qué es lo peor que le han dicho?
Manes: Si la pregunta específica es por los psicoanalistas, por suerte los comentarios confrontativos, si los hubo, no amedrentaron el desarrollo de nuestras investigaciones. Los que trabajamos en neurociencias no lo hacemos en contra de tal o cual paradigma sino a favor del estudio científico del cerebro humano. Por otra parte, creo que los psicoanalistas y los neurobiólogos debemos encontrar un idioma común. Vamos a tener diferencias, pero estudiar el cerebro como lo hacen los neurólogos no alcanza. Es como pensar que el “Martín Fierro” es un kilo de papel y medio litro de tinta. Y estudiar el cerebro sin estudiar las bases neurales tampoco alcanza. De hecho, Freud era neurólogo. Las preguntas del psicoanálisis son muy interesantes para abordarlas desde la ciencia y, a su vez, la metodología científica es interesante para abordar el psicoanálisis. Creo que ni unos ni otros vamos a resolver el problema solos.
Hace años, unos científicos demostraron que la memoria y la atención no son lo que creemos. Hicieron el famoso experimento del gorila invisible que nadie advertía en la pantalla. Es curioso, pues uno siempre confía en sus recuerdos. ¿En qué otras cosas no deberíamos confiar tan a ciegas?
Manes: No siempre prestamos atención a lo que es obvio, aun si está frente a nosotros. Es muy probable que eso se deba a que, en realidad, estamos interesados en otra cosa. La mayoría de los procesos cerebrales no son conscientes. Asimismo, información totalmente ignorada puede influir sobre el procesamiento de la información atendida. Imaginemos que estamos conversando en una vereda, concentrados en nuestra charla, cuando “vemos” pasar algo a gran velocidad. Esa brevísima entrada de información a nuestro cerebro no es consciente y, sin embargo, cuando medimos qué sucede, se observa una muy breve actividad cerebral, que si dura unos cuantos milisegundos más puede convertirse en una representación mental: sabemos que vimos algo, pero no sabemos qué.
Pero si nos concentramos, ¿en qué cambia?
Manes: Si prestamos atención, el estímulo lograría distribuirse en la red de nuestra corteza cerebral, y entonces tendríamos conciencia sobre ese objeto que vimos. Lo consciente empieza donde termina lo no consciente. Y la memoria no es una sola: existen varios sistemas según la información que se quiera adquirir, retener y evocar.
Uno de sus descubrimientos que llegó a tapa de los diarios fue algo que usted llamó el “efecto Tortoni”. ¿Cómo se le ocurrió estudiar la memoria de los mozos?
Manes: Hace unos años, con unos amigos en el Café Tortoni, nos preguntamos cómo los mozos recordaban tantos pedidos sin anotar. Durante varias semanas, un grupo de ocho visitamos algunos clásicos bares porteños. Nos sentamos, hicimos nuestros pedidos y, cuando el mozo no nos veía, nos cambiábamos de lugar. Una vez que volvían con lo solicitado, medíamos sus errores.
¿Y son más memoriosos que nosotros?
Manes: Descubrimos que el secreto de la memoria de los mozos porteños, tras varios años de entrenamiento diario, residía en recordar la asociación de la cara con el lugar. Si una de las variables se modifica, los mozos fallan. Al cambiar el lugar de los clientes después de hacer el pedido, el esquema se rompe y esta memoria espacial ya no funciona.
Los medios aman a Manes y él retribuye el afecto. Escribe columnas periódicas en Clarín, tuvo su ciclo semanal en C5N y un repaso por su Facebook muestra que, en los últimos meses, participó de entrevistas en programas como CQC o Pura Química. Pero las eminencias en su campo también lo llenan de flores. “Manes es un investigador brillante”, lo define Marcelo Berthier, profesor de Neurología en la Universidad de Málaga, España. “Él y su grupo están por derecho propio en la vanguardia de la investigación mundial”.
Para Diego Golombek, neurocientífico de la Universidad Nacional de Quilmes, divulgador y autor de Cavernas y palacios. En busca de la conciencia en el cerebro (Siglo XXI), Manes combina la investigación en neurología cognitiva del más alto nivel con la atención clínica de excelencia -incluyendo casos dignos de Oliver Sacks, desde apostadores patológicos hasta sueños de pacientes en estado vegetativo. “Nada escapa a las ganas de saber cómo somos y Manes es un inmejorable guía para esta búsqueda del tesoro”, asegura.
“Toda novedad humana es obra de uno o más pioneros. Y en América Latina, Manes es el pionero de la neurociencia cognitiva”, lo elogia por su parte el filósofo Mario Bunge, profesor emérito en la Universidad McGill, en Montreal.
¿Por qué suele repetir que el cerebro es un órgano social?
Manes: La supervivencia de la especie humana depende de la interacción social. A medida que crecía el número de personas en la sociedad y sus interacciones, mayor fue el tamaño de nuestro cerebro. Otros investigadores postulan que el desarrollo de la capacidad de manipular a los demás (o el engaño táctico) fue importante para la evolución de nuestro cerebro. Especies que viven aisladas, tales como los erizos, tienen cerebros pequeños; especies que viven en grupos pequeños, como algunos monos, tienen cerebros de mayor tamaño. Además, los humanos tenemos la capacidad de metacognición: podemos monitorear y controlar nuestra propia mente y conducta.
Una vez que murió Einstein, un grupo de científicos se dedicó a estudiar su cerebro. ¿Se pudo entender mejor su inteligencia?
Manes: El cerebro de Einstein fue comparado con el de otros 85 cerebros humanos. Si bien el peso era comparable al del promedio, resultó tener mayor abundancia de surcos y circunvoluciones (las estructuras que le dan ese aspecto corrugado al cerebro), por ejemplo, en regiones de la percepción sensorial, del control de la cara y de la corteza prefrontal, que nos permite planificar y ejecutar complejos algoritmos, entre otras funciones. Se logró deducir que tenía una gran asociación entre lo motor y lo conceptual. Si estos cambios fueron causa o consecuencia de su brillantez no lo sabremos, pero es muy probable que se haya tratado de una combinación de ambas cosas: haber nacido con un cerebro que lo predispuso a un procesamiento intelectual extraordinario y haber vivido experiencias que motivaron a ese cerebro privilegiado.
Dice que la historia contradice que seamos seres completamente racionales. ¿Qué nos queda por esperar de lo que viene?
Manes: El cerebro humano ha desarrollado un proceso de toma de decisiones en el que no sólo están involucradas áreas ligadas a lo lógico y computacional, sino también a lo emocional. El lóbulo frontal actúa como sinécdoque de nosotros mismos. Somos los que, con ímpetu social, podemos salvar las vidas tomando decisiones acertadas… y también los que, en otro sentido, cometemos ciertas injusticias de largo alcance como la desnutrición y el analfabetismo.
Hablando de analfabetismo. ¿Las neurociencias pueden mejorar la enseñanza?
Manes: Sin duda. Muchas preguntas sobre la política educacional pueden y deben ser abordadas también desde las neurociencias. ¿Cuál es la mejor edad para iniciar la educación? ¿Existe una edad crítica más allá de la cual resulta más complejo aprender? Estos interrogantes son críticos para construir políticas educativas. También hay eternas preguntas de los profesores en el aula: ¿Por qué algunos aprenden más fácil que otros? ¿Qué es la inteligencia? ¿Tiene algún componente genético? Las neurociencias pueden ayudar a buscar esas respuestas.
¿Los docentes le creen o lo miran con desconfianza?
Manes: Existe, por lo general, una excelente predisposición de los docentes. Sin embargo, los educadores han sido víctimas de la pseudociencia y la malversación de los hallazgos científicos. Por ejemplo, un estudio reciente en Inglaterra y Holanda demostró que los docentes creen la mitad de los mitos que se han popularizado respecto de la neuroeducación. Por ejemplo, que usamos el 10% del cerebro. Que hay alumnos que trabajan con el cerebro derecho y por eso deben ser incentivados a involucrarse en las artes. O que aprender una segunda lengua a la par que la materna hace que esta última no se consolide. Los ejemplos abundan y asustan puesto que se malgastan recursos humanos y materiales en fomentar prácticas sin un verdadero aval científico.
¿Pero hay experimentos que evidencien el impacto de las neurociencias en el aprendizaje?
Manes: Absolutamente. Por ejemplo, en un experimento, tres grupos de bebes que se criaron escuchando exclusivamente ingles fueron entrenados: un grupo interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo; un segundo grupo veía películas del mismo hablante; y el tercer grupo lo escuchaba a través de auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos. El grupo de bebes expuesto a la persona en vivo distinguió entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un bebe nativo chino. Los otros no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue similar al de bebes sin ese entrenamiento. Esto demuestra que el contacto personal genera una motivación que influye en la atención y en el aprendizaje.
¿Se imagina el cerebro del hombre en cien años? ¿Tendremos conexión a internet cerebral y chips de memorias injertadas?
Manes: En términos anatómicos, el cerebro no cambiará en cien años. Lo más relevante para la transformación del funcionamiento del cerebro sería la complejidad de las conexiones en el sistema nervioso. El aumento en el tamaño cerebral que se observó en nuestra especie se produjo a expensas del desarrollo de la corteza cerebral. En el hombre moderno, la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. Y ello no es casual: la corteza aloja las funciones más complejas de nuestro cerebro. Hay un fenómeno llamado el “Efecto Flynn”, que muestra que cada generación obtiene puntajes más altos en pruebas de inteligencia que la anterior. Muchas hipótesis se han planteado para intentar explicar este fenómeno, como, por ejemplo, mejoras en la nutrición, una tendencia creciente a familias más reducidas y la mayor complejidad ambiental. Quizás el siguiente paso para nuestro cerebro puede no ser una evolución natural sino de influencias de ingeniería genética. Hay un sorprendente avance en la interfaz cerebro-máquina, que permite que personas accionen mecanismos robóticos con la fuerza de sus pensamientos. Uno de los más complejos es un dispositivo portátil y sin cables que utiliza varios electrodos, apoyados en el cuero cabelludo, y permite analizar una treintena de expresiones. ¡Algunos investigadores sostienen que podemos convertirnos en Homo cyberneticus!
Habiendo hecho del tema del cerebro la especialidad de su vida, ¿cómo diría que funciona su propia mente? ¿Qué es lo mejor y lo peor de la mente de Facundo Manes?
Manes: (Se encoge de hombros) ¡Uf! No es bueno ser uno el que dé cuenta de estas cosas. Sobre lo mejor, uno no habla por modestia. Y sobre lo peor, por piedad.

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