La humildad nació para ser el antídoto de la mayor falta humana, la soberbia
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Vivimos en una sociedad tan acelerada que nos parece una pérdida de tiempo mirar al pasado. En eso copiamos y generalizamos el comportamiento de la ciencia y de la técnica. Ninguna de las dos necesita conocer su historia. Ni un médico necesita estudiar a Hipócrates, ni un astrónomo a Ptolomeo. Sin embargo, un ser humano necesita conocer la historia para comprenderse a sí mismo, lo que piensa y lo que hace. En el fondo de nosotros resuenan voces muy lejanas. Lo que hoy consideramos natural es fruto de una larga evolución llena de errores, aciertos, pasos en falso, saltos de gigante, victorias y derrotas. Hoy quiero hablar sobre la humildad. De todas las virtudes clásicas tal vez sea la humildad la que nos resulta más difícil de entender, por eso estamos a punto de eliminarla de nuestros horizonte vital. Sin embargo, antes de hacerlo deberíamos comprobar si no encierra algo aprovechable, alguna experiencia importante de la humanidad. El elogio de la humildad ha sido constante en casi todas las culturas.
¿Qué es la humildad? San Bernardo la define como “una virtud por la que un hombre, conociéndose a sí mismo como realmente es, se rebaja”. Esta definición coincide con la de santo Tomás: “La virtud de la humildad consiste en mantenerse dentro de los propios límites, sin tratar de alcanzar cosas que están sobre uno, sino sometiéndose a la autoridad del superior”. Tal vez el elogio de la humildad se hizo por razones políticas, pues animaba a la conformidad y a la sumisión, pero en realidad su valor procedía de ser el antídoto de la soberbia, de la hybris, que ya los griegos consideraban la mayor falta humana. También los moralistas cristianos pensaron que la soberbia era el mayor pecado porque implicaba querer ser como Dios. Cuando escribí Pequeño tratado de los grandes vicios comprobé la inigualable precisión con que habían analizado estos laberintos del alma humana. Da la impresión de que la cultura moderna ha exaltado la soberbia. Para san Agustín “la soberbia es deseo de alcanzar una altura perversa porque abandonando el principio al que debe estar sometida, el alma humana se convierte en su propio principio”. Esto es, sin embargo, lo que significa la palabra autonomía, que desde Kant creemos que designa la grandeza del hombre. San Bernardo escribe: “Soberbia es el deseo de la propia excelencia”. ¿Quién no va a quererla?
La cultura actual fomenta la afirmación personal, el tratamiento de uno mismo como marca. Es la generación selfish (egoísta). Y desde el campo de la psicología y de la educación se insiste continuamente en la necesidad de una alta autoestima para disfrutar de salud mental. Tal vez sea este un buen ejemplo de la complejidad del tema. La baja autoestima es dañina porque nos hace sentir incapaces de enfrentarnos con los problemas, de reivindicar nuestros derechos, y es proclive a sentimientos exagerados de culpabilidad. Sin embargo, esto no significa que una alta autoestima sea buena. Muchos criminales u opresores, tienen una autoestima altísima. Son soberbios. Desprecian a los demás engreídos de sí mismos. Es en la delgada línea que separa la soberbia de la baja autoestima donde surge la verdadera humildad.
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