martes, 23 de junio de 2015

Gestión emocional: El arma secreta del emprendedor

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Los emprendedores, por definición, trabajamos con personas. Empleados, inversores, socios… Nuestro ecosistema es social y está basado en las relaciones y en ese ámbito el lenguaje más importante es el […]
Los emprendedores, por definición, trabajamos con personas. Empleados, inversores, socios… Nuestro ecosistema es social y está basado en las relaciones y en ese ámbito el lenguaje más importante es el de las emociones.
No importa lo fríos y distantes que queramos ser, siempre sentiremos algo hacia quienes nos rodean, y tendremos reacciones emocionales que no sepamos controlar. Por ello, lagestión emocional es una herramienta que cualquier emprendedor debe saber utilizar con maestría.
Sin embargo, suele haber confusión cuando hablamos de gestión emocional. Parece que consiste en reprimirse, en contener lo que sentimos y ser puramente racional. Es la imagen que a menudo se nos vende, de empresario inmisericorde, y que queremos imitar.
Para demostrar hasta qué punto esto es un error, pondré un ejemplo: Si en una fábrica hay un sótano sin ventilación, en el que vamos metiendo gases inflamables, gasolina, aceite para lubricar motores, bidones con residuos de las máquinas… ¿Qué pasará el día en que, por error, alguien encienda una pequeña chispa a menos de un kilómetro de allí? Fácil de deducir, ¿verdad?
Lo mismo sucede con las emociones. Sean de enfado, rabia, tristeza, frustración o incluso euforia, si no sabemos manejarlas y nos limitamos a amontonarlas en un rincón de la mente, tarde o temprano alcanzarán una masa crítica que nos causará muchísimos problemas. Porque, además, no podemos predecir si la explosión ocurrirá en casa, mientras vemos la tele, o en medio de una presentación ante los inversores.
Por ello, no debemos reprimir las emociones, sino conocerlas, entenderlas y canalizarlas. Por ejemplo, nuestra empresa pasa por un momento difícil, tenemos poca financiación y las ventas no van como nos gustaría. Y nuestros empleados perciben que estamos más irritables, nos enfadamos más y tenemos explosiones de ira totalmente injustificadas para ellos. Puede que a nosotros nos parezca que nuestro enfado está más que justificado: el personal no trabaja al ritmo adecuado, son poco productivos y nos frustra que les cueste entender nuestras indicaciones.
Pero, si utilizamos la inteligencia emocional y escarbamos un poco, tal vez encontraremos que ese enfado está provocado en realidad por el miedo que nos da que nuestro proyecto fracase, y por la impotencia que sentimos al no poder mejorar el rendimiento con los medios de que disponemos.
Así, en vez de simplemente reprimir el enfado, o dejarnos llevar por él, hemos identificado una emoción oculta que el enfado enmascaraba. Ahora bien, tendremos que trabajar ese miedo y esa impotencia, utilizando para ello herramientas como el mindfulness.
Este mismo proceso podemos llevarlo a cabo con nuestros empleados o inversores: ¿Y si el aburrimiento que un inversor parece mostrar por nuestra presentación en realidad está provocado por un rechazo al cambio, a las nuevas ideas? ¿Y si ese empleado que se pasa el día llorando en el baño, en realidad tiene un profundo miedo al fracaso en su puesto?
Las personas somos muy complejas, y las emociones se organizan en nosotros como cebollas con múltiples capas, que necesitan resolverse para llegar a la emoción central.
Otro recurso que nos da la gestión emocional es ser capaces de manejar las sensaciones de nuestro equipo frente a una determinada situación. En casi todos los equipos de trabajo, cuando se plantea un cambio de paradigma en el trabajo, hay un momento de inestabilidad, de confusión e incluso rechazo.
Un líder ducho en gestión emocional sabrá detener esa espiral hacia abajo antes de que se produzca, utilizando la motivación, el optimismo y el refuerzo positivo desde el inicio del cambio. Estaremos ayudando a nuestro equipo a pasar con alegría por una etapa muy dura… ¡y ellos no se darán cuenta!
Por supuesto, utilizar bien la gestión emocional requiere mucha práctica, y también una gran capacidad de abstracción para poder ver las situaciones desde fuera. Por eso, no es ninguna tontería recurrir a profesionales o formación en gestión emocional que puedan ayudarnos a mejorar nuestra gestión de las emociones, y ayudarnos a entender mejor nuestros sentimientos y los de los demás. ¡Nos va mucho en ello!
Foto: Micheo

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