domingo, 29 de noviembre de 2015

El mercado de trabajo como navaja suiza

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Navaja suizaUn interesante artículo en The Guardian, ‘My father had one job in his life, I’ve had six in mine, my kids will have six at the same time’ dentro del especial dedicado alfuturo del trabajo, describe el desarrollo de la llamada gig economy, un desarrollo de tejido económico propulsado por el fortísimo descenso de los costes de coordinación, que posibilita que plataformas de todo tipo ofrezcan trabajos que dejan de encuadrarse dentro del concepto de trabajo tradicional, pero rellenan huecos que prácticamente cualquiera puede llevar a cabo y obtener a cambio unos ingresos.
La evidencia es clara: como el protagonista de mi artículo, mi padre tuvo un solo trabajo durante toda su vida: entró como ingeniero en la refinería de petróleo en La Coruña, y se jubiló muchos años después tras una buena carrera profesional en esa misma compañía, que a lo largo de los años cambió de manos hasta tres veces. Nunca tuvo otra fuente de ingresos diferente a esa.
Yo, aparentemente, voy por el mismo camino: soy uno de los muy pocos alumnos de mi promoción del MBA que siguen trabajando en la primera empresa que les hizo una oferta al terminar el master. En mi caso, llevo en IE Business School ya veintiséis años. Pero las similitudes con la carrera profesional de mi padre solo están en la superficie, porque en realidad, mi trabajo como profesor en IE Business School supone tan solo una de mis ocupaciones. Además, he montado una compañía a través de la que desarrollo mis actividades de conferencias y asesoría, soy columnista en varios medios, tengo un pequeño espacio semanal en Televisión Española, soy miembro del Consejo de Administración de El Español, asesor de varias compañías, y editor de esta página que tienes delante de los ojos ahora mismo. Un conjunto de actividades en las que, a pesar de seguir predominando la vertiente corporativa tanto en volumen de ingresos como en dedicación, ya se ve un componente indudablemente más variado.
Si me fijo en mi hija, con veintiún años y a punto de terminar su carrera de Comunicación Publicitaria, lleva desde el primer año de universidad haciendo prácticas en compañías. Tras sus primeras prácticas en verano y tras comprobar que la carga de trabajo era razonablemente compatible con sus estudios, ha pasado por cinco compañías intentando cubrir distintos aspectos de la cadena de valor completa de su industria: de agencia pequeña pasó a cliente, de ahí a un medio, de ahí a agencia multinacional, y ahora pasa a una startup. Cinco compañías en menos de cuatro años. Trabaja en una empresa mientras le ofrece oportunidades de aprender desde su posición y, cuando no es así, se va a buscar la siguiente oportunidad de aprendizaje. La concepción del empleo que mi hija puede tener es sin duda completamente diferente a la que podía tener mi padre, e incluso a la que podía tener yo cuando inicié mi vida profesional. Y en gran medida, creo que una buena parte de la responsabilidad de esa situación corresponde a la tecnología, al hecho de vivir en una sociedad intensamente hiperconectada, en la que las oportunidades, la información y los contactos pasan por delante de sus ojos de manera constante y frecuente. Muchos de los alumnos que veo terminar el MBA en estos últimos años ni siquiera parecen buscar “empresas interesantes” como buscábamos mis contemporáneos y yo, sino “proyectos interesantes”. Todo un cambio significativo.
Indudablemente, y dejando aparte las consideraciones sobre las tensiones del mercado de trabajo de los diferentes países, no cabe duda que el entorno tecnológico ha determinado un tipo de dedicación profesional muy diferente, un mercado mucho más líquido que algunos ven como un desastre – son muy pocos ya los que tienen “puestos de por vida” – y otros, sencillamente, como una evolución natural. La simultaneidad de actividades resulta cada vez más habitual a medida que la fricción se va reduciendo y muchas ocupaciones tienden a hacerse compatibles, y ese fenómeno tiene lugar en la práctica totalidad de los niveles de la economía, incluso en una sociedad con un elevado nivel de desempleo estructural.
¿Cuál es el futuro del trabajo? No está en absoluto claro, pero todo indica que la idea del empleo de por vida y de las relaciones unívocas entre empleador y empleado son ya algo del pasado, para bien y para mal. Lo que muchos ven como una forma de subempleo o como actividades meramente complementarias, otros lo vemos como una tendencia que abarca cada vez más tareas, de niveles cada vez más elevados en responsabilidad y remuneración, que se van desarrollando en muchos casos a través de plataformas que agrupan a oferta y demanda. Mientras, las tareas mas alienantes o de menor valor añadido van siendo progresivamente ocupadas por máquinas o relegadas a actividades secundarias, en un desplazamiento en el que el final, obviamente, sigue siendo una incógnita: ¿se parece la situación a lo ocurrido en la revolución industrial, en la que después de una destrucción neta de empleo comenzaron a surgir otras ocupaciones que compensaban la pérdida a nivel agregado (aunque pocas veces a niveles individuales), o hablamos de una sustitución de mayor calado que dará paso a una sociedad post-trabajo? Por el momento, lo que las tendencias parecen demostrar es que el concepto de trabajo ha perdido una parte muy importante de las connotaciones y del significado que tenía tradicionalmente, y hablamos de una concepción mucho más parecida a la de la navaja suiza de la fotografía.
Los costes de transacción y coordinación han sido, durante muchos años, los mimbres sobre los que se tejía el cesto que componía las relaciones laborales de nuestra sociedad. Cuando se alteran, el resultado no es completamente previsible. Pero lo que sí es, me temo, es completamente inevitable, para bien y para mal.

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