Nos lo decían desde el Sharismo y resulta una de las claves fundamentales en la web 2.0: compartir es natural. Tan natural, añadiría, que resultará difícil, comento últimamente alrededor del tema de la burbuja 2.0, que dejemos de hacerlo en la sociedad aumentada, hipersociedad, como queráis llamarle, que la web nos proporciona.
El post de hoy presenta evidencia científica al respecto de que si bien los niños son empáticos por naturaleza, el proceso de adaptación a las normas culturales y sociales al que les sometemos, también llamado educación, termina por convertirles en más individualistas, infelices y según muchos autores (entre ellos Bauman), abocados al consumismo como forma sustitutiva de satisfacción del instinto social.
Lo indican las investigaciones de Tomasello, codirector del Instituto de Antropología Evolutiva de Leipzig, uniéndose a otras sobre el carácter innato, natural, de la colaboración, que ocurre no solamente en humanos sino también en otras especies: bacterias, topos, ratas, suricatas y muchos insectos se comportan también de forma colaborativa unos con otros. En Why we cooperate (editado también en español) lo explica con extensión: empatía, cooperación, pueden no ser ni aprendidas ni surgidas para obtener determinadas recompensas (Axelrod, investigador social de la cooperación, nos diría todo lo contrario: cooperamos para asegurarnos la reciprocidad después).
Cuando niños de solo 14 meses ven a un adulto (incluso si lo acaban de conocer) que necesita que se le abra una puerta porque tiene las manos ocupadas, intentarán ayudarle. Al año, un niño apuntará con el dedo objetos que el adulto simula haber perdido. Si dejamos, por último, caer un objeto ante un niño de dos años, lo recogerá para nosotros y nos lo ofrecerá.
Aunque otras especies parecen comportarse también de forma colaborativa, solamente los niños transmiten información de uno a otro, trabajan en equipo, comparten sus pertenencias o se enfadan cuando los demás no están siendo justos. El lenguaje, en este sentido, es clave.
Y es que llevo un tiempo pensándolo como tecnología hipersocial primigenia, que precede imprenta, internet y otros desarrollos posteriores.
La novedad en las investigaciones de Tomasello está en que la cooperación no depende de las recompensas ni el aprendizaje, ligados a peculiaridades culturales, sino que parece ocurrir a través de distintas culturas. Así, el comportamiento altruista puede ser observado incluso en bebés de chimpancé bajo las condiciones experimentales adecuadas pareciendo la ayuda una inclinación natural, no algo impuesto por los padres o la cultura: niños muy pequeños ya colaboran ofreciendo información, como veíamos, sobre los doce meses pueden apuntar a objetos que los adultos han perdido. Si bien los monos también lo hacen, nunca es entre ellos: cuando apuntan para personas suele ser para alcanzar algo, para solicitar ayuda, no para compartir información ni colaborar.
Cuando los niños crecen se vuelven más selectivos en cuanto a generosidad: a los tres años se compartirá más generosamente con niños que hayan sido antes agradables. También las normas sociales, que indican que hay que ser amables con los demás o que establecen jerarquías de poder en grupos determinados (en la familia, por ejemplo y dependiendo también del contexto sociocultural, cada miembro ostenta un estatus que influye en los comportamientos de colaboración y ayuda), matizan el tema.
Es curioso el tema de las normas porque estas se aprenden, precisamente, porque se es sociable, porque se quiere ser parte del grupo que las transmite. En el caso de los niños, no solo sienten que deben obedecer por sí mismos las normas, también que deben hacer que las cumplan otros miembros de su grupo. Incluso a los tres años se quieren reforzar normas sociales. Si se les enseña a jugar un juego y aparece un muñeco con reglas distintas se ofenden mucho, le vociferan y recuerdan la norma original.
Tomasello explica un interesante reflejo físico diferencial de la intencionalidad compartida en nuestros cuerpos. Está en la esclerótida, el blanco de nuestros ojos. Ninguna de las 200 especies de primates no humanos tiene esta parte del ojo visible, elemento clave para poder seguir la dirección de la mirada de otros. Los monos pueden mirar la cabeza para interpretar la intencionalidad ajena pero entre humanos la mirada es mucho más importante. No ver hacia donde miran los demás puede ser un riesgo importante, también en en grupos cooperativos en los que monitorizar el foco de otros repercute en beneficios para todos. Este “ojo colaborativo” solo pudo ser un producto evolutivo de un entorno social cooperativo.
Si los niños son altruistas por naturaleza, el estilo parental ideal para tratar con ellos es inductivo, reforzando su propensión natural a la cooperación e intentando evitar el también instinto natural hacia el egoísmo (todos los organismos deben tener algún rasgo egoísta para ser viables, admite el autor, que destaca cómo los dilemas morales surgen de la concurrencia de egoísmo y altruismo). Los padres que eduquen así, simplemente comunicarán a los niños el efecto de sus acciones en los demás, enfatizando la lógica de la cooperación social cuando esta tiende ya a producirse de forma espontánea.
Imaginemos el potencial de todo ello en una internet sociable, en un entorno que multiplica las posibilidades de colaboración…
Repetimos, por fantástico, vídeo….
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