Permítanme compartir con ustedes la alegría de haber conocido a Olivia Lum, de Singapur, y ganadora del Premio E&Y al Emprendedor del año. Con una historia increíble, víctima de trabajo infantil desde los seis años y de un origen de extrema pobreza, pudo crear una empresa purificadora de agua que factura más de US$ 400 millones y da servicios a muchos países de Oriente. También pude conocer a 49 emprendedores de países diversos, desde EE.UU. a Kazakhstan, de Sudáfrica a Suecia o Finlandia, de Malasia, de Siria y de Jordania, de Australia y muchos lugares más.
Las historias de cada uno conmueven, la de Olivia es muy simbólica por su historia personal y también por la de una nación como Singapur, que, como ella, salió de ser uno de los países más pobres del mundo, hace 30 años, a ser hoy uno de los mejores desde varios puntos de vista. La experiencia permite reflexionar sobre cómo los emprendedores logran transformar sociedades, en general, en menos tiempo que los que suelen pronosticar los economistas.
Cuando se habla de crecimiento se lo relaciona con la inversión, pero no se tiene en cuenta el impacto de atributos que los emprendedores del mundo encarnan de una manera dramática y que lo estimulan más allá de la imaginación: visión, entusiasmo, creatividad, innovación, perseverancia, audacia, aprovechar oportunidades, entender el mundo que vivimos y adaptarnos a él. Los emprendedores tienen un extraño poder, transforman los ecosistemas donde se desarrollan, las organizaciones, las personas, países o sociedades, en magnitudes y tiempos que nadie puede predecir.
Esta iniciativa de Ernst &Young es reconocida en el mundo como una genuina expresión de los valores emprendedores, y ése es el espíritu que percibimos en los participantes y en sus allegados. La referencia a nuestra patria es inmediata: los argentinos podremos salir, más rápido y llegar más lejos, si estimulamos a los emprendedores, si creamos un ecosistema que los ayude, los cultive, los haga crecer, los trasnacionalice.
En los próximos años, viviremos una reinvención y revitalización del capitalismo. Serán necesarios nuevos estados, de mayor calidad, más responsables, con más república, más transparentes y más facilitadores; nuevos trabajadores, con nuevos conocimientos y habilidades, más dueños y menos empleados y, sobre todo, nuevas empresas lideradas por estos emprendedores, más porosas, más integradas a la sociedad, liderando estas transformaciones, asumiendo los compromisos de la nueva sociedad, expandiendo su forma de hacer las cosas y compartiendo, con generosidad sus ideas y oportunidades, integrando e incluyendo a más personas.
Según reflexiones que me trae mi amigo Fabio Quetlas cada vez que discutimos sobre la sociedad en la que nos toca vivir, los emprendedores globales, es decir, aquellos que ven a la globalización como una oportunidad y no sólo como un peligro, son a la sociedad del conocimiento lo que la burguesía nacional fue a la sociedad industrial. Es lógico, ya que los límites del espacio donde los negocios se desarrollan ya no son sólo los estados naciones, y los niveles de compromiso son cada vez de alcance más global. Esto no va de ninguna manera en contra del compromiso local y el sentimiento de ser parte de algo nacional. La diferencia está en la mirada y en la posibilidad de actuación, antes limitada, hoy expandida más allá de nuestra imaginación.
En la medida en que los países se abran inteligentemente, se integren a sus regiones primero y luego al mundo, estimulen el flujo de bienes, servicios y de conocimientos y faciliten la inserción de sus empresas en el mundo, se logrará un desarrollo más inclusivo y sustentable. El caso de Olivia Lum y de muchos emprendedores emblemáticos del mundo permite entender que es posible ver, en mucho menos que una vida, una nación despertar y levantarse.
El autor es presidente del Grupo Los Grobo
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