lunes, 17 de octubre de 2011

¿Cómo procesa nuestro cerebro la intuición?

http://www.eduardpunset.es/14590/punset-en-los-medios/%c2%bfcomo-procesa-nuestro-cerebro-la-intuicion

Medio: XL Semanal

“Excusas para no pensar” es el artículo que Eduard Punset publica cada semana en la revista XLSemanal y en el que responde a preguntas de los lectores.

Destacado:

A la mente le gusta el caos. Lanza predicciones inverosímiles al exterior para ver qué pasa.
La percepción, la atención necesaria para percibir, la memoria a largo plazo, el conocimiento y el lenguaje obedecen a las leyes físicas conocidas que afectan al resto del universo.

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Compártelo Un cerebro constructor de castillos de arena

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Ahora resulta que hay muy poca distancia cerebral entre la genialidad y la locura. ¿No han tenido nunca el sentimiento de que algo importante les está invadiendo el alma sin que sepan por qué? De pronto son presas del sentimiento de que están a punto de descubrir algo esencial sobre el carácter de una persona, la textura de un objeto o la naturaleza de un proceso sin haber buscado la razón para nada. Es puro conocimiento o intuición llovidos del cielo. Es curioso, pero incluso yo mismo, que soy consciente desde hace años de que la intuición no está reñida con la razón, tengo tendencia a separar conocimiento por un lado e intuición por otro. Es falso. Son o pueden ser lo mismo.

Les decía que, a fuerza de analizar qué pasa en nuestras neuronas cuando se activan por percibir algo, prestar atención, recordar o deducir un corolario a raíz de la excitación exterior, estamos viendo que al cerebro le encanta predecir lo imposible para ver qué pasa si pasa algo. En términos didácticos estamos descubriendo que al cerebro le gusta recurrir al sentimiento del caos, al estremecimiento de lo que aparenta ser casi imposible para quedarse luego con una realidad transformada. No es tan raro como parece. Quiero decir que hacemos algo parecido con las cosas muy a menudo. El ejemplo más representativo es el castillo de arena que todos hemos hecho en la playa.

Sabíamos que añadiendo un granito de arena a otro granito de arena podemos construir una montaña hasta llegar a una altura impresionante. Lo que sabemos desde el primer momento es que la montaña tarde o temprano se derrumbará por el dictado de la física. No se puede, sencillamente, hacer un castillo de arena que no acabe derrumbándose en un momento dado. Lo fascinante es que a las ratas les pasa algo parecido con su pensamiento. Pueden elucubrar hasta cierto punto, pero no saben muy bien hasta dónde pueden llegar antes de que el pensamiento genial se derrumbe al confrontar el caos.

Una niña construye castillos de arena en la playa. (imagen: GPP).

Igual sucede con nuestra manera de pensar. El cerebro lanza predicciones cada vez más inverosímiles al exterior que se combinan con los datos disponibles en el universo externo. El cerebro lanza pensamientos sospechosos e intrigantes que la realidad confirma a medias o del todo. Después de combinar la información que lanza al exterior con la que recibe de fuera, se hace una composición de lugar y toma la decisión que, supuestamente, conviene.

Uno tiene la impresión de que el cerebro equivale a un centro de cálculo de probabilidades sometido a leyes muy determinadas y de orden físico, como las que afectan a todo el universo. Hay psicólogos y neurólogos convencidos de que el cerebro es una chapuza, mientras que otros piensan que, efectivamente, es la máquina más asombrosa del universo. ¿Dónde está la verdad? ¿En medio? Estoy seguro de que mis lectores tienen sus propias ideas, que nos convendría conocer a todos.

Se están produciendo varias revoluciones simultáneamente en la concepción del cerebro. Una de ellas la acabamos de mencionar. La percepción, la atención necesaria para percibir, la memoria a largo plazo, el conocimiento y el lenguaje obedecen a las leyes físicas conocidas que afectan al resto del universo. La segunda gran revolución es la que nos avisa de que no es prudente compartimentar el cerebro en espacios distintos destinados cada uno a una función separada.

Fabricamos el mundo que percibimos en función de la intensidad y el número de los fogonazos que sueltan nuestras neuronas para advertir a otros de que algo está pasando. Para nosotros solo hay personas y cosas. Para nuestro cerebro solo hay redes.


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