sábado, 31 de diciembre de 2011

Estamos sometidos como el alacrán?

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diciembre 31, 2011

Estamos sometidos como el alacrán?

Estamos sometidos como el alacrán?

Este no es un mensaje de fin de año. Para mensajes, las mensajerías. Sí, quiero seguir inquietando con todo aquello que nos haga ser la persona que podemos llegar a ser (Hamlet). Aunque como me decía alguien días pasados: 

'Oiga usted para que envía tantos artículos si nadie los lee..."  Y si deciden para ver de qué se trata, leen un párrafo y directamente a la basura...

Y aunque hay mucho de verdad en esa aseveración, es uno de los tantos desafíos que me he impuesto desde hace muchos años: sembrar en un campo que sigue lleno de hierbas (mi rancho también estaba igual...), y que no dejan crecer lo que podría convertirse en vida que maraville, contagie, alegre, entusiasme, si se cuida, se abona, suficiente agua y se le permite que la luz favorezca su desarrollo. Y esto que va a continuación tiene que ver con ese reto al que todos estamos enfrentados. Hoy. Mañana. Siempre! 
¿Aceptamos que no sabemos, o que es mucho lo que desconocemos y necesitamos darnos un baño de humildad? O seguiremos por el angosto camino vecinal de la autocomplacencia, el menor esfuerzo y la excusa de echarle la culpa a lo cultural? ¿Estamos enterados de que hay autopistas para viajar mejor, más rápido y más cómodos? O es por el precio que tenemos que pagar en las casetas que no nos animamos?


José Antonio Marina, el brillante filósofo y escritor español, ha estudiado en La Inteligencia fracasada un fenómeno que a todos debería intrigarnos: ¿Por qué si somos tan inteligentes nos comportamos tan estúpidamente? Somos el único animal que tropieza diez veces en la misma piedra, y eso es un triste privilegio.

Progresamos en ciencia, en tecnología, en economía, pero no parece que mejoremos en el modo de construir nuestra convivencia. Basta leer los periódicos para contemplar la emergencia incesante de comportamientos primitivos y bestiales: guerras, violaciones, malentendidos, crueldades. Una y otra vez hacemos una triste constatación: los hombres mueren y no son dichosos. Somos finitos y vulnerables y, por eso, no podemos librarnos radicalmente del dolor, la desdicha y la muerte, pero lo escandaloso es que sufrimos no sólo por lo irremediable, sino también por causas que podrían haberse evitado. Una veces, los responsables de nuestras desdichas son los otros, pero en ocasiones somos nosotros mismos lo que nos convertimos en nuestros perores enemigos. Un inteligente es ingenioso psicólogo llamado Paul Watzlawick ha escrito un libro titulado El arte de amargarse la vida?, arte que poseemos en dosis masivas. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos cuesta tanto aprender? 
A veces nos comportamos como el alacrán del cuento. Una vez, en la orilla de una arroyo, un alacrán pidió a una rana que le ayudara a atravesarlo.
"¿Por qué no me dejas subir a tu espalda y me pasas a la otra orilla?"

- Porque me clavarías tu aguijón y me matarías, respondió sensatamente la rana.
"No, porque, si lo hiciera, yo me ahogaría".

Convencida la rana, le dejó subirse a la espalda, pero cuando estaban en la mitad de la travesía el alacrán le clavó el mortal aguijón. Agonizando la rana le preguntó:
- ¿Por qué lo has hecho?"

Y el alacrán, a punto de morir ahogado, respondió:

"Es mi carácter. No puedo evitarlo".

¿Estamos sometidos, como el alacrán, a un irremediable destino que nos impide progresar?

Todo me hace suponer que sí...

Micrófono abierto...
Roberto Matosas, diciembre 2011




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