lunes, 21 de enero de 2013

Ideas para una pedagogía crítica

http://escuelaconcerebro.wordpress.com/2013/01/16/ideas-para-una-pedagogia-critica/ 

1
La mujer y el hombre no son universales ni eternos; sus vidas son procesos particulares y finitos,
como el resto de seres vivientes y cosas naturales, y en su dimensión biológica son
unidades psicofísicas dinámicas, en evolución, cuya tendencia es la pervivencia en el medio,
la reproducción de la especie y la autorrealización a través de obras culturales en cuya
creación histórica hombres y mujeres se transforman contínuamente. No representan
ninguna substancia, sino que devienen en una sucesión de accidentes y múltiples apariencias.
Por tanto, no hay una esencia ni una identidad a las que tenga que referirse la educación, ni
un modelo ideal humano que alcanzar mediante la educación.
2
La condición humana es la de un existente que se recrea incesantemente a sí mismo, en un ciclo
de autoproducción y variación sin fin hasta la muerte. Su proceso social y cultural de humanización,
a través del cual se potencia su adaptación al medio y se perfecciona su relación con los
otros individuos de su misma especie, es específico y singular en cada individuo, por lo que
la educación tiene que ser siempre individualizada, discriminándola de toda referencia a una
totalidad abstracta como la clase social o la nación.
3
Educar no es lo mismo que instruir, doctrinar o amaestrar. Educar es humanizar, y esto no es otra
cosa que hacer partícipes a todas las personas –superando los desafíos del medio, los obstáculos
de la sociedad y las limitaciones y discapacidades de cada uno–, de las inclinaciones y disposiciones que nos caracterizan como especie en un momento histórico determinado y que tienen una función biológica adaptativa y de determinación racional de la realidad, tal como el deseo del conocimiento,
el amor por nuestros congéneres y la búsqueda de la felicidad.
4
La pedagogía que sirve a nuestra humanización no es el resultado de unos métodos de enseñanza
y de unos correlativos sistemas de evaluación de lo aprendido, sino la mediación de ambos
elementos –enseñanza y aprendizaje– en un proceso indefinido, variable y abierto a toda clase
 de posibilidades transformadoras que implica tanto a los docentes y sus organizaciones
escolares como a los alumnos y sus familias. Por tanto, se rechazan todos los enfoques holísticos
y sistemáticos por su valor especulativo y el cierre dogmático de la praxis pedagógica.
5
El valor educativo –en el sentido que aquí damos a la educación– de una relación de enseñanza
y aprendizaje no radica en conseguir que el alumno sea un nuevo eslabón en la transmisión
de nuestro estadio cultural,  sino en fomentar la reflexión crítica sobre el entorno natural y social,
así como sobre la tradición cultural y sus pretensiones de verdad, socializando como
legítimo patrimonio de la humanidad el conocimiento alcanzado y garantizando que los
diversos saberes sean vitalmente significativos y socialmente necesarios, y que se puedan llevar
a la práctica para modificar nuestras vidas, en función de las posibilidades de cada alumno.
 Los educadores tienen que enseñar a dudar y preguntar para que sus alumnos puedan aprender
a responder y hallar soluciones a los problemas de nuestro mundo.
6
El educador tiene que ser consciente de que la pedagogía tiene una ineludible relación con la
política porque las instituciones educativas cumplen un papel legitimador o transformador de
nuestro sistema social. Ciertamente o bien se educa para formar una clase dirigente que
desempeñe una función intelectual dominante o bien se educa para formar entre la clase
subalterna un grupo que desempeñe una emergente función intelectual que subvierta el orden
social. Y justamente aquí radica una de las principales diferencias entre una pedagogía crítica y
una pedagogía tradicional. La pedagogía crítica ha de promover una justa distribución de los recursos educativos para que las clases populares adquieran una educación integral así como una concepción ética y estética de la vida que les permita aspirar a unas condiciones sociales más justas y dignas.
7
Una constante de todos los grandes pedagogos y reformadores de la educación en Occidente
es la crítica de la sinrazón de las enseñanzas impartidas por los adultos, en particular por los
docentes en las escuelas, así como la crítica del irracionalismo social en el comportamiento y
las costumbres de sus coetáneos. Este hecho es una nueva evidencia  de la imperfección y
falla ontológica de la condición humana. En este sentido, la pedagogía crítica es un intento de
disminuir esa disonancia entre nuestras vidas y nuestros ideales culturales, pero desde la
auto-reflexión crítica que no es posible llegar a alcanzar un grado último y definitivo de perfección
en el ser humano. El hilo rojo de la pedagogía crítica es la ironía.
8
El educador no debe buscar la disciplina en el aula y el esfuerzo por parte de sus alumnos ni
en la fuerza, ni en la obediencia, ni en la autoridad, sino sólo en el reconocimiento de su influencia
por los mismos alumnos sobre la base de las pasiones intelectuales que despierte en cada uno
de ellos, tales como la curiosidad por todo cuanto nos rodea y nos constituye, la admiración por
toda clase de realidades empíricas o trascendentales y el vértigo por una vida de entendimiento.
Sólo de este modo se puede fijar la atención, provocar la motivación, suscitar la emoción, despertar
el pensamiento y conservar la memoria de los alumnos de una forma eficaz y sostenible en la
relación de enseñanza y aprendizaje. El instrumento didáctico más potente no hay que buscarlo
en ninguna tecnología ni en ningún método pedagógico, sino en las pasiones intelectuales
del educador y en su capacidad de contagio emocional e intelectual.
9
Antes que profesor (el que imparte una disciplina) hay que ser maestro (magister, el mago
comunicador capaz de transmitir un contenido), y antes que maestro hay que ser una buena
persona (la persona que vive en compañía de los demás con benevolencia, y además le gusta
hacerlo). Educar es un acto que requiere amar al otro y un sentido moral de la piedad en virtud
de lo cual el educador se pone al servicio de la educación de los alumnos para su
perfeccionamiento físico, emocional e intelectual. En el cumplimiento de este mandato
 genésico, que lleva al respeto de los alumnos y a la equidad en su trato, se juega el
docente su prestigio social. No importa la materia o los contenidos que el  profesor o
el maestro enseñe, porque haga lo que haga el docente siempre tiene que educar para la vida.
10
Para escapar de la rutina y la repetición, del tedio y del aburrimiento, de la alienación del trabajo
y de la pérdida de sentido, del autoengaño del docente y del fracaso del alumno, hay que olvidarse
del currículo y orientarse por la vida y la realidad social. El drama de la educación es seguir
unos objetivos y limitarse a unos procedimientos impuestos por terceros. La única educación que
se puede legitimar desde una cultura democrática y desde una actitud tolerante es aquella
que consiste en la libertad de pensar y hacer, inventar y construir, imitar y compartir, en un
diálogo incesante entre docentes y alumnos, entre escuela y familia, entre comunidad escolar
y sociedad. La principal ambición del educador no tendría que ser la de acabar un programa sino
la de lanzarse a la aventura de la vida y del saber arrastrando con él a sus alumnos.
CODA
No existe el educador ideal, sólo existes tú en tu proceso educativo. Hay que asumir que del
mismo modo que una buena persona se hace en el curso de toda una vida, un buen maestro
o profesor se hace cada día en su experiencia docente, de donde tiene que extraer todo
 lo que necesita para dar la clase del día siguiente. Y si tu profesión no te complace y consideras
que ya no puedes hacer más como educador, entonces lo mejor que puedes hacer por ti y por
tus alumnos es armarte de generosidad y coraje y cambiar de profesión, que tu renuncia sea el
acto educativo ausente de tu ejercicio profesional para que la educación siga progresando.
Félix Pardo y Josep Pradas



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