El primer paso para la consecución de una computadora orgánica ha sido dado, o al menos eso 
es lo que asegura un equipo de investigadores de las universidades de Duke, North Carolina
 (ambas en Estados Unidos) y Natal (de Brasil), que han vinculado el cerebro de dos ratas de 
manera tal que, a pesar de estar separadas por miles y miles de kilómetros, comparten 
información por medio de Internet para colaborar en tareas compartidas.
Miguel Nicolelis es el responsable del desarrollo, un científico con un amplio y reconocido
 historial en interfaces cerebro-computadora que, entre otros beneficios, ha permitido a 
personas discapacitadas controlar prótesis robóticas con sus pensamientos.
En el caso de los roedores, el equipo consiguió establecer una red de electrodos instalados en
 el córtex motor, la región del cerebro encargada del movimiento corporal, diseñada 
específicamente para servir de medio de comunicación entre ambos órganos. Acto seguido, 
las ratas fueron entrenadas para presionar una plataforma cuando una luz se encendía sobre esta, 
con lo cual obtenían un sorbo de agua. Una vez que aprendieron este comportamiento, fueron 
separadas en distintos compartimentos, de los cuales solo uno tenía la plataforma iluminada y 
el otro el dispensador de agua. En esta fase, cuando una rata accionaba el mecanismo, un 
paquete de información relacionado con este movimiento —en su forma de actividad cerebral— 
era enviado al cerebro de su compañera. En las primeras pruebas, 7 de cada 10 intentos fueron 
exitosos: una rata respondía correctamente a la información recibida de presionar la plataforma.
Lo más notable, por inesperado, es que la comunicación entre los cerebros de las ratas era 
recíproca. Si la tarea de presionar la plataforma no se realizaba correctamente y, en consecuencia,
 la otra rata no recibía su dosis de agua, entonces había cambios en el comportamiento y los
 procesos cognitivos que facilitaban la tarea del otro roedor.
Una segunda prueba consistió en distinguir entre pasajes amplios y estrechos solo con sus 
bigotes y una tercera, la más sorprendente, en, literalmente, poner mar de por medio y situar a 
cada una en continentes distintos y trasladar el medio de su comunicación a Internet, lo
 cual no fue obstáculo, pues a pesar de los vicios de transmisión de información, el retraso entre 
el envío y la recepción de información y otras contrariedades, la comunicación entre los 
animales se mantuvo.
“Esto nos dice que podemos crear una red factible de cerebros animales distribuidos en varias
 locaciones diferentes”, declaró al respecto Miguel Pais-Vieira, autor principal de la investigación, 
cuyos resultados fueron publicados en Scientific Reports. Asimismo, el éxito de los
 experimentos pronostica la posibilidad de conectar varios cerebros y con ello, hipotéticamente, 
resolver problemas que un cerebro por sí mismo no puede solucionar.
“La principal por la que nosotros dirigimos el planeta es porque somos sorprendentemente
 buenos en comunicarnos y coordinarnos. Sin eso, aunque somos animales muy
 inteligentes, no dominarías el planeta”, declaró Anders Sandberg, estudioso de las implicaciones 
éticas de la neurociencia entrevistado por The Guardian al respecto de esta investigación.
¿Cuál será el futuro de este desarrollo? ¿Cientos de mentes animales conectadas entre sí en un
 dispositivo computacional viviente? ¿O quizá mentes humanas aparentemente dormidas en
 un sueño plácido pero en realidad ocupadas en solucionar algunos de los grandes enigmas
 de la humanidad?