El río Han es el río que transcurre por Seúl, capital de Corea del Sur. El “milagro del río Han” es el nombre con que popularmente se ha conocido el fenómeno del extraordianrio crecimiento económico de Corea en las dos últimas décadas. Ya en 1987, Corea del Sur se planteó “convertir Corea en un país tecnológicamente avanzado hacia el 2000, mediante el desarrollo estratégico de sus tecnologías" (*).
También en Europa, en la famosa Cumbre de Lisboa del año 2000, se realizó una declaración y una propuesta de intenciones similar: “convertir Europa en la economía más competitiva del mundo, basada en conocimiento, hacia el 2010”. Los diferentes estados miembros desplegaron incontables planes nacionales para conseguir los objetivos de la agenda europea. Y, siguiendo las indicaciones comunitarias, las políticas de innovación llegaron a nivel regional, pues Europa determinaba que “era la región la unidad de análisis válida en política de innovación, por su coherencia industrial y cultural, y la capacidad de desarrollar relaciones de confianza entre los agentes”. Esa era la senda de la competitividad y de la prosperidad. Pero desgraciadamente muy pocos, especialmente en el Sur de Europa, se lo tomaron en serio.
En Corea del Sur, sin embargo, la propuesta constituyó una auténtica estrategia-país durante tres décadas. Se construyó sobre una base manufacturera inicial débil (fabricante de textiles de gama baja, y con alguna industria auxiliar de las multinacionales del acero, de la electrónica de consumo y la automoción –básicamente japonesas- que se establecieron en el país). Sobre las capacidades productivas existentes, el gobierno se obsesionó con el apoyo al desarrollo de nuevas tecnologías que dieran lugar a nuevos productos diferenciales y exportables internacionalmente. Los clústers locales (“chaebols”) dispusieron de facilidades financieras para desarrollar nuevas tecnologías orientadas a la exportación. Los conglomerados industriales fueron incentivados para invertir en actividades de mayor riesgo tecnológico, aquéllas que ofrecieran mayores mercados internacionales y generaran, por su componente científico, mayores barreras de entrada a la competencia. Los clústers coreanos invirtieron más de 1 billón de dólares en los 80 para evolucionar de la fabricación de componentes para electrónica de consumo, al control de la tecnología de semiconductores. El Wall Street Journal, en 1987, reproducía las palabras de un directivo público Surcoreano: “ En 20 años retaremos la industria aeronáutica internacional. Si lo conseguimos o no, dependerá de las acciones de nuestros gobiernos y de nuestras empresas”. Dependía de ellos, y lo sabían.
¿El resultado? Crecimiento exponencial. Sólo hay que ver la evolución de su PIB: la expansión de su economía desde casi cero (al nivel de Corea del Norte) en 1960, al trillón de dólares actual.
Corea inicio una estrategia nacional de ciencia y tecnología en la cual los recursos se asignaron prioritariamente y de forma sistemática a aquéllos campos tecnológicos que mayor probabilidad tenían de sustentar la competitividad industrial del país. Los ratios de retorno económico, el bienestar social, y el interés industrial marcaban las agendas de inversiones públicas. Mediante fuertes incentivos a la inversión privada en I+D, se pasó de una proporción de inversión en I+D 1:1 (pública/ privada) en 1982, a una proporción 1:2 en 2001 y casi 1:3 en la actualidad, obteniendo un fuerte efecto multiplicador del mercado. Se potenciaron especialmente los estudios de ciencia e ingeniería, estimulando a los estudiantes a salir al extranjero, y desplegando agresivas políticas de retorno de las mentes más brillantes. Los planes de ciencia y tecnología han sido extensiones de la estrategia inicial, sin cambios significativos desde los 80.
Me produce una gran tristeza ver cómo algunos países nos alejamos de esta dinámica, cómo las prioridades son otras. Y un cierto consuelo saber que el camino está marcado. Sabemos cómo hacerlo. Como para los coreanos en 1987, sólo depende de nostros.
La economía de los años próximos discurrirá sobre un vector fundamentalmente tecnológico. Las ventajas competitivas de los países dependerán de su capital tecnológico. Los factores diferenciales de las naciones, serán función de su potencia en generación de conocimiento y de la rapidez en que éste sea absorbido por su estructura industrial. Es imprescidible que nos lo empecemos a tomar realmente en serio.
Y todo ello se decidirá en los ministerios de Ciencia, Tecnología e Industria, no en los de Economía.
(*) De Korea's Tech Strategy, HBS Case, 1989.
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