Joel Kinnaman (izq.) y Gary Oldman en Robocop, película de Columbia dirigida por José Padilha Kerry Hayes
La cibernética integrada en humanos no sólo propicia avances para superar enfermedades y discapacidades. Implantes electrónicos, sensores y chips hacen nacer nuevos sentidos y percepciones hasta ahora impropias: visión infrarroja, movimientos sísmicos o velocidad. No tenga miedo. ¿Qué quiere sentir?
ES |
Mercè Pau
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Los que conocen a Neil Harbisson saben que no entiende la vida de otra manera que no sea cibernéticamente. No lleva tecnología encima, es tecnología y no sólo porque él lo diga, las autoridades británicas así lo aceptaron: es el primer cíborg reconocido por un gobierno. El cíborg nace de la unión decibernética y organismo, definido por la Real Academia Española como “un ser formado por materia viva y dispositivos electrónicos”. Este artista de padre británico y madre catalana lleva un chip instalado en la nuca –incrustado en el hueso occipital– conectado a una antena que le llega hasta un ojo, donde tiene un sensor de luz. De esta manera aparece en la foto de su pasaporte, por eso, a pesar de las dudas iniciales por parte de las autoridades y después de presentar un certificado médico, ya es oficial y reconocido: la antena es una parte más de su cuerpo, como si de un personaje fílmico se tratase, pero esto no es cine ni ciencia ficción.
Harbisson nació con acromatopsia, ve la realidad únicamente en blanco y negro, y puesto que no podía distinguir lo que la gente llamaba colores más allá de una gama de grises, decidió utilizar la tecnología para escucharlos. De ahí nace su antena, el eyeborg. “El sensor de delante de mi ojo capta las frecuencias de colores, las manda al chip y éste las transforma en frecuencias de sonido”, explica. Y como el sonido se puede transmitir por vía aérea o vía ósea, es el hueso craneal quien se lo hace llegar al cerebro. “La antena es como una tercera oreja, una oreja ósea”, especifica. Para distinguir los colores, los reconoce por sus microtonos: el azul es un do, ¿el naranja? un fa sostenido... la tecnología le ha cambiado la vida.
¿Qué sucede cuando un hombre se fusiona con un ordenador? Ésta fue la pregunta que se planteó Kevin Warwick, profesor de Cibernética de la Universidad de Reading (Reino Unido). Así empezó su proyecto Cyborg en el que se sometió a una operación para implantarse un chip bajo la piel de su brazo, con el que podía controlar remotamente puertas, luces o calefactores. En el 2002 empezó la segunda fase del proyecto, esta vez el chip estaba en su sistema nervioso, conectado a un ordenador, para mandar señales neuronales. Y fue un éxito: por aquel entonces él estaba en la Universidad de Columbia (EE.UU.) y su chip mandó señales a otro brazo robótico construido para la ocasión en la Universidad de Reading, al otro lado del Atlántico, llegando a imitar los movimientos de Warwick. Su mujer también se instaló un dispositivo conectado a su mano y a la red, y cada vez que la abría y la cerraba, el profesor recibíapulsaciones. “Estamos abriendo la puerta a otra manera de comunicar, en el futuro existirá la posibilidad de comunicar ideas, emociones y sensaciones sólo a través del cerebro”, declaró hace unos meses. Ahora está investigando cómo predecir la aparición de temblores de párkinson con un implante profundo en el cerebro.
Conexión con el cerebro El objetivo de un cíborg es que tenga lugar la comunicación entre el cerebro y el implante, que haya respuesta. Por eso, Neil Harbisson aclara: “Si mi antena estuviera únicamente grabando, no podría mandar información a mi cabeza, y sería tan sólo un elemento electrónico, no cibernético. Digamos que con la cibernética hay comunicación entre cerebro y tecnología, y entre cuerpo y tecnología”. El caso, por ejemplo, de alguien que lleva una prótesis estática en una pierna o un marcapasos no se consideraría cíborg.
Existe la ingeniería biónica, disciplina que mezcla sistemas biológicos y electrónicos, pero que crea prótesis activadas por los nervios, por eso también es investigado a través de la cibernética, para encontrar cómo mejorar esa comunicación entre electrónica y cerebro. Se trata de controlar la tecnología con la mente. Esa es la experiencia de Andrew Garthwaite, un soldado británico que perdió un brazo en la guerra de Afganistán, y ahora tiene un brazo biónico que controla con el cerebro. Se sometió a una operación en la que le redirigieron los nervios hacia su pecho, para así controlar completamente su nueva extremidad: puede mover dedos, coger objetos y hacer fuerza.
Dianne Ashworth, que tenía una importante pérdida de visión por una enfermedad, pudo recuperarla parcialmente viendo flashes, contornos de luz y objetos oscuros gracias a un ojo biónico creado por Bionic Vision Australia. El dispositivo se insertó en el espacio coroideo, junto a la retina, y se equipó con 24 electrodos que se extendían hasta un receptor adosado en la oreja. Así, los impulsos estimulaban la retina y llegaban al cerebro. Sin duda, un gran paso en investigación.
Más allá de la discapacidad “Todos necesitamos expandir nuestros sentidos, todos somos discapacitados si nos comparamos con otros animales que son mucho más sensibles”, apunta Harbisson. Cree que no sólo se debe aplicar la tecnología al cuerpo humano en caso de discapacidad o carencia –evita el término y prefiere hablar de su acromatopsia como una condición visual–. Todo el mundo puede querer crecer sensorialmente, ¿por qué no? Por eso en el 2010 decidió crear, junto a Moon Ribas, la Fundación Cíborg, una institución, con sede en Barcelona, para la investigación y creación de proyectos relacionados con la extensión de nuevos sentidos y percepciones, aplicando la tecnología al cuerpo humano, en cualquier persona, en cualquier ámbito. “Desde siempre ha habido mucho interés en mejorar el conocimiento humano, pero vimos que había un vacío a la hora de mejorar las percepciones y los sentidos, por eso queremos ayudar a la gente que tenga esa demanda”, comenta.
“Quise extender mis sentidos en algo relacionado con mi mundo, lo que más me interesa a mí es el movimiento”, explica la coreógrafa Moon Ribas. Ella lleva un speedborg, un dispositivo que permite medir la velocidad de los objetos de su alrededor. “Me he dado cuenta de que la gente cambia la velocidad a la que camina según el lugar donde está. Estocolmo es una de las ciudades más rápidas que he visto, en cambio en Oslo, su capital vecina, van mucho más tranquilos”, cuenta. No lleva ningún chip ni dispositivo implantado de manera permanente, pero ella se considera una cíborg: “Para mí, un cíborg es alguien que mediante la cibernética incorporada en su cuerpo extiende sus sentidos”. Utiliza también otro dispositivo que le permite notar los movimientos sísmicos de la Tierra –una percepción que para un humano pasaría desapercibida– y lo aplica a su espectáculo escénico Waves, donde baila a tiempo real con los pequeños terremotos y donde la intensidad de sus pasos equivale a la intensidad de los movimientos.
Miedo a lo desconocido A pesar de los muchos beneficios de la tecnología, todavía existe cierta reticencia, sobre todo porque el cine no ha ayudado de ningún modo a la normalización del avance tecnológico. “En la fundación hemos tenido respuesta positiva, pero también recibimos correos electrónicos de gente que se queja de lo que hacemos. Tienen la imagen de un robocop malo sin sentimientos que viene a destruir el mundo. No tiene nada que ver con lo que creemos y defendemos”, cuenta Moon Ribas. Lo que inicialmente era una tecnofobia a las máquinas de la revolución industrial (el film Tiempos modernos de Charles Chaplin), se tradujo con el tiempo al miedo a los robots y a la tecnología implantada en humanos: el protagonista del primer largometraje de George Lucas (THX 1138) ayudaba a crear robots-policía; Will Smith odia profundamente a estos seres en Yo, robot; el director Paul Verhoeven puso a Robocop en el imaginario de todos y así hasta llegar a numerosos ejemplos del séptimo arte que asocian la tecnología a algo perverso, descontrolado, peligroso. Pero si todos llevamos algún que otro elemento electrónico en el bolsillo, ¿por qué no implantado en nuestro cuerpo? “La unión entre tecnología y humanos no es peligrosa, ni tampoco estamos dejando de ser humanos, al contrario, yo me siento todavía más humano y más próximo a la naturaleza y al entorno, con mi eyeborg percibo los rayos infrarrojos y ultravioletas, como lo podría hacer otro animal”, apunta Neil Harbisson. Se trata de expandir sensaciones, percepciones, hacer crecer al ser humano a través de sus sentidos y así, también hacerle crecer en conocimiento.
Stop the Cyborgs es un movimiento canalizado a través de una página web (StoptheCyborgs.org) que pretende parar el avance de los elementos cibernéticos en el cuerpo humano. ¿Uno de sus objetivos? Las gafas de Google. Mediante una ferviente campaña advierten de una era inminente de pérdida deprivacidad, de vigilancia y control constante ante tanta tecnología. “Tomar una fotografía con una cámara o un teléfono móvil es evidente, lo hacemos con un rol de fotógrafo. Con los dispositivos implantados perdemos esa capacidad de decidir ser grabados o no”, explican.
También lo que suele dar miedo es el uso indebido de esa tecnología, las capacidades que se pueden llegar a desarrollar con ella. Es inevitable pensar en Cherry Darling, el personaje de ficción que encarna la actriz Rose McGowan en Planet terror, película dirigida por Robert Rodríguez, y que tiene un arma en lugar de una pierna. ¿Los avances tecnológicos en el cuerpo humano pueden llegar a representar un peligro para la propia especie humana? “Todo lo que existe se puede utilizar de cualquier manera –apunta Harbisson–, hoy en día cualquier objeto puede convertirse en un arma, sería realmente absurdo usar la tecnología de tu cuerpo en ese sentido, tú serías el arma y no te podrías deshacer de ella”, bromea. Más en serio cuenta que siempre habrá peligro, pero que hay que entender la tecnología como una “herramienta para crecer” y comprender mejor el entorno. Moon Ribas opina que no hay que tener miedo: “No podemos evitar el desarrollo por miedo a que pueda pasar algo malo, aunque es importante ser consciente de ello”.
En este sentido hay un vacío legal y las intervenciones para implantar elementos cibernéticos al cuerpo las valoran los comités de bioética independientes de cada centro médico. Realmente es muy difícil que acepten este tipo de operaciones, según las experiencias de la Fundación Cíborg. “Por razones de imagen, un hospital normalmente no aceptará una operación para implantar una antena, ya que se concibe como algo que no es necesario para la salud, sino un complemento”, comenta Harbisson. También muchos centros o los propios cíborgs establecen límites éticos, fue el caso del profesor Kevin Warwick, cuando en el 2002 una pareja británica se puso en contacto con él para implantar un microchip a su hija de once años, y así localizarla en caso de secuestro. Primero aceptó, pero desestimó el proyecto cuando recibió críticas y la oposición de asociaciones de defensa de la infancia. Apuntan también desde la Fundación Cíborg que prevén que la Unión Europea incluya leyes de robótica en sus nuevas directrices.
Tampoco hay los suficientes estudios que demuestren los efectos secundarios que pueden llegar a tener estas intervenciones, tanto a nivel fisiológico (se desconoce cómo reacciona el cuerpo con ciertos materiales, aunque el titanio suele ser tolerado) como a nivel psicológico o cognitivo, como se plantea Kevin Warwick en su libro I, cyborg: “En ausencia de referentes sensitivos previos, ¿mi cerebro será capaz de procesar señales que no se corresponden con la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto?”.
Equilibrio Existe una balanza entre perjuicios y beneficios, entre desarrollo y ética. También quedan investigación, valoraciones y sobre todo legislación para establecer límites, las bases para una convivencia eminentemente electrónica y así aprovechar todo su potencial. La cibernética puede que sea una gallina de los huevos de oro o quizás la deseada fuente de la eterna juventud. A Harbisson no le da miedo hacerse mayor, pues el proceso se invierte: si con el paso de los años se pierden facultades, sentidos y percepciones, ahora la oportunidad de sentir cada día más, escuchar lo que el tiempo y la experiencia no nos permiten y notar la conexión con la vida como si acabáramos de nacer, empieza a abrirse camino.
Reuniones virtuales de 'ciborguistas'
Una de las premisas de los cíborgs es el conocimiento abierto y el acceso libre. Es inevitable recordar y hacer un paralelismo con la filosofía hacker de antaño, nacida de la voluntad de liberar espacio y defender el conocimiento común y abierto. Así el primer domingo de cada mes los colectivos a favor del ciborguismo se reúnen virtualmente en un Google Hangout, un sistema de videollamada múltiple y abierto a todos los internautas que estén interesados en participar. Ellos son la Fundación Cíborg, que opera desde Barcelona (aunque Neil Harbisson ha dado conferencias por todo el mundo); Cyborgs e.V.i.Gr, un colectivo situado en Berlín y Grindhouse Wetware, una empresa de Pittsburgh (Pensilvania, Estados Unidos) dedicada a mejorar la humanidad usando tecnología de modo seguro, asequible y que sea de libre acceso, entre otros. Muchos de ellos son cíborgs, así que los temas centrales no podían ser otros que los avances, mejoras, privacidad y problemas surgidos en los distintos países.
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