Entre 1882 y 1941, la inglesa Adeline Virginia Woolf vivió una corta pero muy intensa vida: fue una de las escritoras y ensayistas más prominentes del siglo XX. Su padre, un central editor y crítico de la sociedad londinense, educó a su hija en una casa frecuentemente visitada por nombres esenciales de la cultura y del ámbito literario. Al morir su progenitor, Virginia, que padecía trastorno bipolar, se mudó con su hermana al barrio de Bloomsbury.
Esta época fue crucial para el desarrollo de la obra de Woolf. Allí se reunían compañeros de universidad de su hermano tan destacados como el economista Keynes, el escritor Forster y los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. En ese “Círculo de Bloomsbury” también compartió ideas con la pintora Dora Carrington y numerosos intelectuales, como quien se convertiría en su marido, Leonard Woolf. Junto a él inició la prestigiosa editorial Hogarth Press, que publicó a autores como Freud, a T.S. Eliot y a otros, además de dar luz a su propia obra, con libros como “La señora Dalloway”, “Al faro”, “Las olas”, las colecciones de cuentos “Kew Gardens” o “New Dress”, o el ensayo “Una habitación propia”. Por su estilo y su visión, Woolf está considerada una de las figuras más importantes del modernismo literario del pasado siglo.
Virginia Woolf es también adalid del movimiento feminista, que recuperó su obra en los años 1970 para reivindicar la igualdad de la mujer. Precisamente, en “Una habitación propia” la autora reflexiona sobre la dificultad de labrarse una carrera literaria como fémina, en un mundo de hombres.
Hastiada de sus continuas crisis y depresiones, se suicidó lanzándose al río Ouse con los bolsillos llenos de piedras. Un final romántico para un talento irrepetible que nos legó grandes palabras:
No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.La vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos envuelve desde que tenemos una conciencia hasta el final.Sí, siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída.La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien.El pasado solo vuelve cuando el presente fluye tan armonioso como la superficie deslizante de un río profundo. Entonces se ve a través de la superficie deslizante de un río profundo. En esos momentos encuentro una de mis mayores satisfacciones, no en el hecho de estar pensando en el pasado, sino que es entonces cuando estoy viviendo el presente más intensamente.Empiezo a desear un lenguaje parco como el que usan los amantes, palabras rotas, palabras quebradas, como el roce de las pisadas en la acera, palabras de una sílaba como las que usan los niños cuando entran en un cuarto donde su madre está cosiendo y cogen del suelo una hebra de lana blanca, una pluma, o un retal de chintz. Necesito un aullido, un grito.Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente…Y de nuevo volvió a sentir que la vida volvía a tener suficiente fuerza para arrastrarla y hacerle reemprender sus tareas, de la misma manera que el marinero ve, no sin cierto tedio, cómo el viento vuelve a henchir su vela pero no siente el deseo de irse otra vez, y piensa que si el barco se hundiera, bajaría con él girando y girando hasta encontrar descanso en el fondo del mar.La vida misma, cada momento de ella, cada gota de ella, aquí en este instante, ahora, en el Sol, en Regent.
Os deseo una feliz semana,
Álex Rovira
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