miércoles, 4 de febrero de 2015

Anímate a cambiar

http://www.emprendedoresnews.com/tips/animate-a-cambiar.html 

Innovar es hacer mejor que ahora las cosas que hacías antes. Se idealiza al pensamiento positivo pero un optimista puede estar encantado con lo que hay y no hacer nada para mejorarlo y un pesimista, en cambio, luchar por progresar, luego de advertir y expresar su desencanto con la realidad.
Se puede ser pesimista en el pensamiento y optimista en la acción. La adultescencia es la enfermedad del adulto que se resiste a madurar, a pensar  y a actuar como tal.  Un falso optimista cree que se debe excluir al pesimista, como si fuese un enfermo que sólo sirve para arruinar la fiesta.
Este optimista sin escrúpulos rechaza la razón, actúa por saltos de fe, no contempla sus errores, fallas, derrotas y frustraciones. Le interesa lo mejor y niega las opciones intermedias, sus deseos son ley y el fundamento de sus actos. No anticipa sus efectos ni los costos asociados. Profesa la religión del tecno-optimismo sin límites. Y si fracasa la culpa siempre la tiene el otro. Se concentra en los resultados y olvida los procesos.
Se nutre con falacias: cree que lo que gana lo pierde el otro, que no hay límites para la libertad, que puede hacer lo que se le ocurra, que si junta dos cosas buenas logra otra mejor sin hacer ajustes y que si una idea le promete el paraíso no precisa saber planear para implementarla.
El optimista escrupuloso. Mal llamado pesimista, mide las posibilidades,  considera las experiencias pasadas, estudia los problemas a la luz de los conocimientos e instrumentos que posee, analiza opciones y sus costos, tiene en cuenta los efectos e integra la razón con la emoción y la responsabilidad  (responde con habilidad).  El realista no es optimista a ultranza o pesimista ciego. Tiene los ojos en el cielo y los pies en la tierra. El iluso construye castillos en el aire, el pesimista se queja del viento, el optimista quiere que pare y el realista ajusta las velas hacia sus sueños.
Innovaciones sociales. En el siglo xix el 80% de la gente trabajaba en la producción de alimentos. La introducción de sembradoras, cosechadoras, fertilizantes, herbicidas y mejores semillas, lograron que hoy el 1% de la gente produzca la comida que alimenta al 99% restante. Pero la tecnología genera desempleo y el ingreso se desconecta del trabajo. Más allá de los planes sociales se está por aprobar en Suiza el salario universal. Todos los ciudadanos recibirán una cifra mensual de U$S 2800 sin trabajar. El problema no es generar riqueza sino cómo distribuirla.
La innovación y el crecimiento. Kasparov, ex campeón mundial de ajedrez, afirmó que la innovación desacelera. Kenneth Rogoff, profesor de Harvard cree que la causa es la falta de  crédito. Algunos piensan que la innovación crecerá, pero no auguran un futuro promisorio. Podría terminar en estancamiento porque lo bueno será para unos pocos. La clase “hiperproductiva”, el 15% de la gente, será más rica que nunca. Serán los que se adapten y aprovechen la tecnología. Habrá empleos menos calificados, los cargos intermedios tenderán a desaparecer, reemplazados por robots. Algo de esto ya ocurre: la destrucción de puestos de trabajo en la economía se recuperó en con la creación de empleos mal remunerados.
Algunos expertos creen que las computadoras y la explosión de Internet no llegan a los talones de los grandes inventos del siglo pasado, como la electricidad, el agua corriente o el motor de combustión interna. En productos como el iPhone 6, la mayor parte de la ciencia que subyace fue definida en los 70. Se pueden ver computadoras por todos lados, menos en las estadísticas de productividad. Algunos progresos genuinos esconden el estancamiento en energía, transporte, exploración espacial, ciencia de materiales, salud y agricultura. Se puede usar un teléfono para mandar fotos de gatitos mientras viajamos en subtes de 100 años y el ambiente que nos rodea se parece al que había en los 60. La habilidad para hacer cosas básicas, como protegernos de terremotos o huracanes, apenas aumentó.  Otros cuestionan la menor propensión a tomar riesgos, invertir e innovar.  Dicen que sin generar un ambiente propicio a la innovación, se estancarán el progreso y el  desarrollo.
Algunos expertos creen que la fuerte caída en el costo de la utilización de la inteligencia artificial, está induciendo un proceso de robotización del sistema productivo, por ahora lento, pero que podría aumentar la productividad laboral fuertemente. Internet no es una tecnología en sí misma. Es un medio. Potencia los alcances de otras tecnologías exponenciales como la robótica, la impresión 3D o la inteligencia artificial.
Creen absurdo plantear que el ritmo de innovación bajó. Es pensar que el avance innovador se reduce a los electrónicos de consumo. El verdadero cambio tecnológico ocurre en los laboratorios. El crecimiento exponencial de los avances en la ciencia nunca se dio antes en la historia. La educación, la salud y el transporte son tres de los ámbitos en los que veremos más transformaciones en los próximos años.
El cerebro no está acostumbrado a digerir nociones de crecimiento exponencial y menos una dinámica muchas veces contra intuitiva. Durante la primera parte de la curva de crecimiento las nuevas tecnologías trepan por debajo del modelo de crecimiento aritmético, y se habla de fracaso.
Pero en una serie de pasos, la exponencialidad explota y todos aluden a un “cisne negro”, sorpresivo, como sucede con la impresión 3D. En muchas  tecnologías emergentes estamos en etapas iniciales, con chances de que se transformen en disrruptivas. Si esto ocurre, vamos a ver impactos económicos y sociales tremendos, con ganadores y perdedores. El match, como se puede ver, tiene final abierto.
El fin del empleo. Un fantasma que acecha es que la tecnología está matando al empleo. La manera en que se enfrente este desafío determinará el destino de la humanidad. Algo parecido ocurrió en Europa a fines del siglo XIX, ante el ascenso del movimiento socialista  La nueva clase trabajadora industrial comenzó a rebelarse y los gobiernos apaciguaron la amenaza erigiendo un estado benefactor que proveyó concesiones, seguro social y alivió los altibajos. Reinventaron el capitalismo para hacerlo más inclusivo y darles una participación en el sistema.
Las revoluciones tecnológicas de hoy exigen un cambio. Los potenciales beneficios de los descubrimientos en robótica, la biotecnología, las tecnologías digitales, son fáciles de ver. La economía mundial puede estar hoy en el umbral de nuevas explosiones de tecnologías.
El problema es que traen aparejado ahorro de mano de obra, la sustitución de trabajadores por máquinas, cuyas ganancias quedan en manos de pocos. El grueso de la fuerza laboral está condenado al desempleo o a salarios bajos. Todo indica que esta tendencia continuará, produciendo niveles sin precedentes de desigualdad y la amenaza de un conflicto social y político. Con innovación, pensamiento positivo e ingeniería institucional, es posible salvar al capitalismo de sí mismo al reconocer sus grandes beneficios sociales y las pérdidas privadas.
Este balance debe reconfigurarse en modo gana-gana. Como en la anterior reinvención del capitalismo, el Estado desempeñará un rol importante. Cada potencial innovador puede obtener ventajas, pero también corre con altos riesgos. Si la innovación es exitosa, obtiene grandes beneficios. Pero si fracasa, desaparece. Para sostener un alto nivel social de innovación se requieren emprendedores osados y una cuota de capital de riesgo.
El Estado debe desempeñar este rol en una escala mayor apostando a los fondos de riesgo, financiarlos con fondos públicos gestionados por profesionales, asumiendo su participación activa en la investigación tecnológica y recaudando mediante la emisión de bonos.  Estos fondos operarían sobre la base de principios de mercado y tendrían que ofrecer un reporte periódico a la autoridad política, pero serían autónomos.
Para diseñar instituciones adecuadas al capital de riesgo público, los  bancos centrales ofrecen un modelo de cómo operar con independencia.
La sociedad, a través del gobierno, sería socia del cambio. Un porcentaje de las ganancias sería devuelto a la ciudadanía como dividendos por innovación social. Eso permitiría reducir las horas de trabajo. El Estado benefactor fue la innovación que democratizó  y estabilizó al capitalismo en el siglo XX. El siglo XXI requiere un Estado innovador. El talón de Aquiles del Estado benefactor fue un alto nivel de impuestos sin estimular la inversión en innovación. Un Estado innovador brindaría los incentivos que exige esa inversión.
El cambio, el dilema de las organizaciones. Cuando las organizaciones encaran un cambio, existen factores inconscientes y creencias que retraen a los que deben apoyarlo. Son procesos inconscientes y tienen tal fuerza que aplastan a los mejores argumentos. Son ocultos e ineludibles y es posible identificarlos y entenderlos para modificar su lógica interna. En el cambio sólo emerge la parte visible del iceberg: la razón. Cuando se quiere modificar algo, se apela al argumento de la necesidad sustentada con argumentos. En cambio a los intereses se los entiende como opuestos a la razón porque se basan en motivaciones individuales egoístas. Pero no tiene nada de ilógico que alguien defienda sus propios intereses afectados.
Otro factor invisible son las emociones, pero es natural y predecible que la primera reacción sea el enojo, la  negación y la resistencia. Lo irracional sería no esperarlo. Tampoco se recurre a la inspiración para convencer a las personas de que el cambio armoniza con sus aspiraciones.
Las creencias y supuestos no comprobados guían el pensamiento. Es el marco con que la gente entiende el mundo. La forma de revisar el “dalo por hecho” es cuestionarlo y desafiarlo. Enfocar la dinámica del inconsciente donde surge  la ansiedad que provocan los cambios. Lo irracional no suele encontrar su lugar. Un cambio requiere más que simples razones, hay que inspirarlos. No se facilita un cambio con el modelo  analizar/ pensar/cambiar, que juzga con razones. El modelo ver/sentir/cambiar los involucra para que ellos mismos sean los propiciadores del cambio.
La ética de la innovación. Este caso ilustra la diferencia entre la ética y el derecho.
En las escuelas de derecho de EEUU se suele plantear a los alumnos de primer año este dilema. Un hombre pasea por un parque y escucha gritos de auxilio. Después de un momento, advierte que provienen de un niño que se está ahogando en un lago. El hombre se sienta en un banco, enciende un cigarrillo y mira cómo el chico desaparece de la superficie. La pregunta a los alumnos es si creen que esa conducta resulta punible. Todos responden que sí. Y el profesor les explica entonces que no, que según la ley su comportamiento no merece castigo alguno.
Kant dijo que el fundamento de la ley no es el bien, sino que la ley misma lo define. Que es impensable que una acción viole intencionalmente la ley moral e inadmisible que se persiga el mal por amor al mal. Pero el mal es lo que, en el interior de la libertad o a la razón, corrompe al juicio moral ¿Cómo eludir la evidencia? La extensión del mal se ve hoy en que el victimario se pone a salvo de la ley y es asesorado por expertos.
Ahora veamos al hombre del parque que mira y fuma en el living de su casa sentado frente al televisor. Ve criaturas que mueren de inanición, políticos que mienten y se contradicen sin inmutarse, candidatos que sólo se preocupan por los votos, crímenes impunes. Se siente consternado, apaga el televisor, comenta con su esposa que así ya no se puede vivir y se va a la cama. Él tampoco hace nada.
La democracia requiere innovación, una vida institucional intensa, no sometida a los que mandan es la condición para frenar al mal. Se trata de intervenir. Como dijo Einstein: “La vida es muy peligrosa. No tanto por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver qué pasa”.
Las consecuencias no deseadas del progreso. Algunas consecuencias son positivas, como el aumento de la longevidad. Pero la innovación digital cambia la manera en que se reparte esta riqueza y aquí las noticias son malas para el trabajador medio. Con un progreso tecnológico corriendo más que nunca, mucha gente se está quedando atrás. Los trabajadores cuyas habilidades se incorporan a las computadoras tienen poco que ofrecer en el mercado de trabajo y ven como sus salarios se reducen y su futuro se ensombrece. No porque el progreso tecnológico se haya estancado sino porque los hombres, y las instituciones, no corren lo bastante. La tecnología sube por el ascensor y el hombre por la escalera. Para garantizar que no quede rezagado son necesarios nuevas formas de emprender, nuevas estructuras organizativas y unas instituciones diferentes.
Educar hacia la innovación. Hay que enseñar a aceptar el dolor que los límites imponen sin perder la esperanza ni la confianza en modificar el entorno, sin rendirse pero sin consumir la energía en misiones imposibles. Es un equilibrio difícil e inestable. Si prevalecen los deseos, si somos permisivos, no se adquieren los reflejos para luchar por lo que queremos y nos frustramos cada vez que las cosas no nos salen.
Aprender a innovar es un proceso progresivo para ir de a poco sabiendo cómo correr riesgos calculados y no a acomodarse en exceso sin realizar el intento. La principal meta de la educación es crear hombres capaces de hacer cosas nuevas, no simples repetidores de lo que aprendieron. Hombres creativos e innovadores con una mente crítica, que puedan verificar sin aceptar mansamente cualquier cosa que se les ofrezca. Como bien dijo Einstein: “En épocas de crisis la imaginación es más importante que el conocimiento”. Como el futuro todavía no existe, podemos inventarlo.
Dr. Horacio Krell. Ceo de Ilvem. Mail de contacto horaciokrell@ilvem.com

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