El día a día se hace dueño fácilmente de las empresas. Si se le añade un poco de autocomplacencia todo parece más confortable. El corporativismo puede desplegarse en estado puro. Las inercias marcan el ritmo. Es obvio que en mercados maduros las inercias incluyen vaivenes causados por la competencia. Son tensiones habituales y van por sectores. No es que no haya problemas, pero las dificultades se mueven en unos perímetros mentales más o menos conocidos. Si además, ese día a día lo gobierna la burocracia, se consolida el reinado de los procesos sobre los fines. En este contexto, los líderes se acaban orientando sistemáticamente al corto plazo y no son más que jefes de negociado apañados.
Las contingencias cotidianas son un gran proveedor de excusas para hacer fracasar la innovación de modo que parezca un accidente. La excusa más manida es la del tiempo. Ahora no toca hacer esto o aquello. Dejemos la innovación para cuando hayamos terminado los otros planes sobre esto y aquello. Parece como si innovar no formará parte del trabajo, como si se tratara de una actividad accesoria o aleatoria. La prioridad la preside el día a día, al fin y al cabo, es de esa cotidianidad de dónde provienen los ingresos. Nadie lo proclama, pero todo respira procastinación. En todo caso, se trata de demoras que van contra-natura. A veces, se hacen talleres o se asiste a algún seminario para que no sea dicho que no se presta atención a la innovación. Pero el patrón central pertenece al día a día, lo demás es periferia del negocio y muy subsidiario a la hora de la verdad. Kodak, no ha encontrado tiempo hasta 2015 para probar suerte con un teléfono móvil…
Las culturas innovadoras florecen en empresas convencidas que innovar también es trabajar. En organizaciones donde el futuro se hace un hueco en las agendas del presente. En líderes que dan ejemplo y reparten su agenda entre negocios presentes y esfuerzos para negocios futuros, sin todo ello las empresas pierden tensión innovadora y las inercias consumen ávidamente los calendarios. La culturas innovadoras crean espacios transversales dónde la gente cruza mundos inéditos y los concreta en proyectos emprendedores. Las culturas innovadoras no santifican los éxitos del pasado, enfatizan y se apasionan por los retos del futuro.
Detrás de la innovación hay mucho más de decisión y empeño personal que de conceptos y metodologías. Estas decisiones personales de innovación, que requieren tesón y pasión, no viven en la inercia del día a día. Al contrario, el confort del día a día parece estar en la comodidad de no decidir nada que salga de lo previsto y de no apostar con riesgo. La innovación es todo lo contrario, tomar decisiones de riesgo.
Por eso la coalición corporativa inmovilista no necesita en muchas empresas expresarse con grandes alardes, les basta con que:
:: el día a día boicotee silente y pertinaz las innovaciones a las que todos respondieron afirmativamente.
:: pedir infinitos informes que dilaten las decisiones de riesgo en innovación. Siempre se puede pedir más información.
:: discutir que la gente de talento deba liderar la innovación para no poner en riesgo los resultados actuales.
:: desviar sistemáticamente la innovación del core – business.
Los liderazgos sólidos marcan el tempo de las organizaciones y evitan que el día a día se haga dueño de las dinámicas profundas de la empresa. Para innovar hay que entrenar. Hay que saber compatibilizar este entrenamiento con las exigencias de los negocios actuales. Hacer del negocio actual y la innovación un trade off es una de las decisiones más estúpidas que se toman recurrentemente en las empresas. La innovación no es un capricho, es la sistemática que permite explorar constantemente nuevo valor para los clientes.
En las organizaciones innovadoras coexisten de modo natural las agendas de los negocios actuales con las agendas de innovación. En ellas, el cambio no es un antes y un después, es una forma de concebir la forma de crear valor para los clientes y también una forma de desplegar todo el potencial de las personas.
La innovación entrará en una nueva fase menos pirotécnica, más efectiva y será más fácil separar el grano de la paja. Ya nadie perderá el tiempo predicando la innovación. Simplemente habrá organizaciones concebidas como factorías engrasadas para la adaptación y la diferenciación y otras que deberán resignarse a la comoditización desde burocracias perfectas orientadas a mercados menguantes.
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