"La paz está adentro. No la busque afuera" —Buda
La conciencia es una prestación maravillosa del cerebro, gracias a ella somos creativos, disponemos de pensamiento abstracto, hacemos arte, elaboramos planes y muchas otras cosas estupendas.
La conciencia es, de manera simplificada, el conocimiento que tiene un ser de sí mismo y de su entorno. Es decir, yo soy consciente de que existo y de mis actos (pienso, leo, río, me alimento, etc.).
También es considerada el control ejecutivo de la mente. Somos capaces a nuestra voluntad de fijar la atención en algo, pensar sobre una cosa en concreto. Incluso podemos viajar en el tiempo: imaginamos el futuro y recordamos el pasado.
Sin embargo, esa conciencia, responsable de tantas cosas extraordinarias, es también culpable de muchas de nuestras desgracias. Cuando somos infelices lo somos por su culpa. Porque es ahí donde se alojan nuestros miedos, frustraciones, rabia, envidia, apegos, etcétera, etcétera.
Ocurre que cuando dejamos la mente suelta, cuando no estamos inmersos en una actividad que capture nuestra atención, surge en ella el diálogo interno que llevamos a cabo con nosotros mismos, que en muchas ocasiones es una conversación bastante desagradable y destructiva.
Cuestionamos lo malo que hay en nosotros, en nuestra pareja, imaginamos cosas horribles que nos pueden pasar en el futuro; nos avergonzamos y sentimos remordimiento por lo malo que hemos hecho en el pasado...
Esa narrativa malsana atormenta nuestra tranquilidad e impide que vivamos más felices. Así que si queremos disfrutar de una mente serena y una vida más feliz, debemos aprender a controlarla.
Es cierto que todos nuestros males no residen en la mente, en la vida ocurren cosas malas que son reales y no producto de la imaginación: muerte, enfermedad, pobreza, divorcios... Esas circunstancias afectan nuestro estado mental, pero no tienen porque controlarlo.
De igual manera es cierto que los seres humanos somos asombrosamente resistentes, cuando nos enfrentamos a las experiencias más traumáticas de la vida la mayoría respondemos de la misma manera: nos recuperamos.
Más aún, en muchas ocasiones no solo nos recuperamos, sino que florecemos. El crecimiento postraumático es un fenómeno documentado en psicología, se refiere a los cambios positivos que ocurren en las personas después de enfrentarse a situaciones adversas. «El sufrimiento profundo, indecible, bien puede ser llamado bautismo, regeneración, iniciación a una nueva condición» afirmó George Eliot.
No obstante, muchas de nuestras preocupaciones, muchas de las cosas que nos roban la tranquilidad son producto de la mente. «Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron» dijo con su característico humor el imprescindible Michel de Montaigne.
La mente siempre está “on”, siempre pensando y pensando, dándole vueltas a todo, si no es una cosa es la otra. Pero ¿cuántos de esos pensamientos son inútiles y negativos? Muchos. Demasiados.
¿Cuántas veces nos ha pasado que al discutir con alguien quedamos atrapados mentalmente en esa discusión por horas e incluso días? La ira es un sentimiento natural en los seres humanos, cuando discutimos con alguien es normal que la experimentemos.
Sin embargo, lo que hace que permanezcamos en un estado alterado después de la discusión es estar pensando en ello una y otra vez. Cada vez que recordamos el episodio retorna la rabia.
Si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, podríamos evitar pasar más tiempo del necesario enfadados. Unos minutos después de la discusión volveríamos a estar en calma y podríamos operar con efectividad de nuevo.
Controlar lo que pasa por nuestra mente no sólo nos ayuda a controlar la ira, también podemos eliminar ansiedades, preocupaciones, inseguridades. El resultado es que podremos gozar de mayor tranquilidad y paz interior.
Una mente tranquila es una mente poderosa. Cuando estamos en calma somos más eficientes en cualquier cosa que hagamos, tomamos mejores decisiones, gozamos de mayor confianza y fortaleza interior.
La forma más fácil para aprender a controlar nuestra mente es realizar ejercicios concentrándonos en la respiración. No es necesario hacer nada complicado ni enrrollarnos con técnicas raras. Basta con sentarnos en un lugar tranquilo y enfocarnos en nuestra respiración. Fijarnos en cómo pasa el aire a través de las fosas nasales, como se expande el pecho y el abdomen.
Cuando nos sorprendamos distraídos pensando, volvemos con gentileza a enfocar nuestra mente en la respiración. Los pensamientos siempre van a aparecer, son inevitables, lo que buscamos con el ejercicio es aprender a no ser arrastrados por ellos y fijar nuestra atención en lo que nosotros decidamos.
Los beneficios de entrenar la mente no son inmediatos, pero las investigaciones han encontrado que con sólo ocho semanas aparecen cambios positivos.
Desarrollar una mente en calma es un gran activo, vale la pena el esfuerzo. Controlar lo que ocurre en nuestra cabeza es fuente de paz, armonía y felicidad. Controlar nuestra mente es controlar nuestra vida.
La conciencia es, de manera simplificada, el conocimiento que tiene un ser de sí mismo y de su entorno. Es decir, yo soy consciente de que existo y de mis actos (pienso, leo, río, me alimento, etc.).
También es considerada el control ejecutivo de la mente. Somos capaces a nuestra voluntad de fijar la atención en algo, pensar sobre una cosa en concreto. Incluso podemos viajar en el tiempo: imaginamos el futuro y recordamos el pasado.
Sin embargo, esa conciencia, responsable de tantas cosas extraordinarias, es también culpable de muchas de nuestras desgracias. Cuando somos infelices lo somos por su culpa. Porque es ahí donde se alojan nuestros miedos, frustraciones, rabia, envidia, apegos, etcétera, etcétera.
Ocurre que cuando dejamos la mente suelta, cuando no estamos inmersos en una actividad que capture nuestra atención, surge en ella el diálogo interno que llevamos a cabo con nosotros mismos, que en muchas ocasiones es una conversación bastante desagradable y destructiva.
Cuestionamos lo malo que hay en nosotros, en nuestra pareja, imaginamos cosas horribles que nos pueden pasar en el futuro; nos avergonzamos y sentimos remordimiento por lo malo que hemos hecho en el pasado...
Esa narrativa malsana atormenta nuestra tranquilidad e impide que vivamos más felices. Así que si queremos disfrutar de una mente serena y una vida más feliz, debemos aprender a controlarla.
Es cierto que todos nuestros males no residen en la mente, en la vida ocurren cosas malas que son reales y no producto de la imaginación: muerte, enfermedad, pobreza, divorcios... Esas circunstancias afectan nuestro estado mental, pero no tienen porque controlarlo.
De igual manera es cierto que los seres humanos somos asombrosamente resistentes, cuando nos enfrentamos a las experiencias más traumáticas de la vida la mayoría respondemos de la misma manera: nos recuperamos.
Más aún, en muchas ocasiones no solo nos recuperamos, sino que florecemos. El crecimiento postraumático es un fenómeno documentado en psicología, se refiere a los cambios positivos que ocurren en las personas después de enfrentarse a situaciones adversas. «El sufrimiento profundo, indecible, bien puede ser llamado bautismo, regeneración, iniciación a una nueva condición» afirmó George Eliot.
No obstante, muchas de nuestras preocupaciones, muchas de las cosas que nos roban la tranquilidad son producto de la mente. «Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron» dijo con su característico humor el imprescindible Michel de Montaigne.
La mente siempre está “on”, siempre pensando y pensando, dándole vueltas a todo, si no es una cosa es la otra. Pero ¿cuántos de esos pensamientos son inútiles y negativos? Muchos. Demasiados.
¿Cuántas veces nos ha pasado que al discutir con alguien quedamos atrapados mentalmente en esa discusión por horas e incluso días? La ira es un sentimiento natural en los seres humanos, cuando discutimos con alguien es normal que la experimentemos.
Sin embargo, lo que hace que permanezcamos en un estado alterado después de la discusión es estar pensando en ello una y otra vez. Cada vez que recordamos el episodio retorna la rabia.
Si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, podríamos evitar pasar más tiempo del necesario enfadados. Unos minutos después de la discusión volveríamos a estar en calma y podríamos operar con efectividad de nuevo.
Controlar lo que pasa por nuestra mente no sólo nos ayuda a controlar la ira, también podemos eliminar ansiedades, preocupaciones, inseguridades. El resultado es que podremos gozar de mayor tranquilidad y paz interior.
Una mente tranquila es una mente poderosa. Cuando estamos en calma somos más eficientes en cualquier cosa que hagamos, tomamos mejores decisiones, gozamos de mayor confianza y fortaleza interior.
La forma más fácil para aprender a controlar nuestra mente es realizar ejercicios concentrándonos en la respiración. No es necesario hacer nada complicado ni enrrollarnos con técnicas raras. Basta con sentarnos en un lugar tranquilo y enfocarnos en nuestra respiración. Fijarnos en cómo pasa el aire a través de las fosas nasales, como se expande el pecho y el abdomen.
Cuando nos sorprendamos distraídos pensando, volvemos con gentileza a enfocar nuestra mente en la respiración. Los pensamientos siempre van a aparecer, son inevitables, lo que buscamos con el ejercicio es aprender a no ser arrastrados por ellos y fijar nuestra atención en lo que nosotros decidamos.
Los beneficios de entrenar la mente no son inmediatos, pero las investigaciones han encontrado que con sólo ocho semanas aparecen cambios positivos.
Desarrollar una mente en calma es un gran activo, vale la pena el esfuerzo. Controlar lo que ocurre en nuestra cabeza es fuente de paz, armonía y felicidad. Controlar nuestra mente es controlar nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario