“Crear es unir”, afirmaba el filósofo francés, P. Teilhard de Chardin. La creatividad nace de la unión de ideas que chocan entre sí, que se retroalimentan, se corrigen y se desarrollan.
En muchas ocasiones, de esas uniones espontáneas nace la innovación. Cuanto más interrelacionada esté una sociedad más posibilidades existen de que surjan nuevas ideas. El contexto, la comunicación y la libertad para que fluya el imaginario colectivo generan el mejor caldo de cultivo para la creatividad.
Steven Johnson, el autor de Where good ideas come from, critica los muros que impiden conectarnos, defiende un escenario abierto en el que las ideas puedan intercambiarse libremente, en el que puedan reinventarse.
Un entorno que hoy día muchos aprovechamos a través de plataformas como Twitter, una aplicación abierta a comentarios, opiniones en 140 caracteres que despiertan la creatividad de sus usuarios. Un ágora virtual que permite el fluir de ideas.
Pero las ocurrencias no necesitan únicamente un contexto propicio para su nacimiento. La oportunidad, el error, la casualidad, los préstamos, etcétera, son factores que potencian la creatividad.
Todos tenemos la capacidad de crear. Es algo intrínseco al ser humano. Nuestro cerebro es una gran red social, líquida, en la que las neuronas chocan entre sí generando nuevas ideas. Aunque la mente está en constante movimiento, la relación con otras personas alimenta la innovación. Cuanta más gente se relacione entre sí, mayor será el tráfico de ideas y más creativas serán esas personas. Un ciudadano medio de una urbe, por ejemplo, se puede considerar tres veces más creativo que aquel que vive en un pueblo pequeño.
Ésta es la filosofía corporativa que defiende Apple. Esta compañía –recelosa de sus creaciones, hermética al exterior– es, por dentro, un hervidero de imaginación. Todos sus departamentos se relacionan entre sí, comparten toda la información y mejoran sus productos de forma coordinada. La compañía que lanzó el iPad, el iPhone y el iPod, funciona como un cerebro perfectamente ensamblado en el que sus neuronas (empleados) conectan entre sí libremente. El contacto constante entre departamentos también contribuye al nacimiento de nuevas ideas. Y es que la creatividad es más fértil cuanto mayor sea el espectro disciplinar en el que se muevan las personas.
Una idea necesita tiempo para poder desarrollarse. “Todas las ocurrencias nacen a medio cocer”, asegura Johnson. Por eso mismo, algunas empresas como Google permiten a sus ingenieros unas horas libres de su jornada diaria para sus propios proyectos, que luego servirán para enriquecer el producto que vende esta compañía.
Este ‘tiempo libre’ que Google facilita a sus empleados no les exime del error. Equivocarse forma parte de cualquier proceso creativo y los inventores tienen que aprender a aprovecharse de este obstáculo en el camino.
Las ideas y, en última instancia la innovación, se dan siempre en contextos donde la libertad creativa prima sobre los intereses comerciales y no siguen pautas determinadas, algo que las empresas deberían tener en cuenta a la hora de motivar a sus empleados.
Adyacente posible
Las ideas no pueden caminar más rápido que las posibilidades tecnológicas. El adyacente posible es la disponibilidad, es la herramienta que facilita el desarrollo de una idea. Un ejemplo claro lo encuentra Johnson en la introducción de las incubadoras en África. Según se relata en el libro, las muertes prematuras de recién nacidos en el continente negro eran muy elevadas, hasta que se introdujeron las incubadoras. Sin embargo, África no contaba con las piezas necesarias para el arreglo de éstas cuando se estropeaban. Faltaba el adyacente posible. El problema se solucionó utilizando piezas de coches.
Redes líquidas
Una idea en la cabeza no es más que el resultado de una red de neuronas conectadas entre sí que chocan y forman combinaciones nuevas. Esta red líquida que conforma la mente humana puede trasladarse a la sociedad. Antes del crecimiento de las urbes, las personas funcionaban mediante redes gaseosas, es decir, no había conexiones entre ellos. Con el nacimiento y desarrollo de las ciudades se generaron las sociedades de redes líquidas: personas diferentes, con ocurrencias distintas, que se relacionan entre sí fomentando, de este modo, la creatividad. Los vínculos que se creaban entre los ciudadanos impulsaron el desarrollo de nuevas ideas. Los alfabetos, los canales, el cemento, las calderas, etcétera, son productos de estas redes líquidas que facilitó la vida en las ciudades. La innovación es el resultado del choque de ideas entre distintas personas.
Ideas que nacen de otras ideas
En algunas ocasiones, las buenas ideas son fruto de otras. Hay inventos que nacen de préstamos. Por ejemplo, la prensa de tipos móviles de Guttenberg estaba basada en una prensa para vino, o Internet, que se originó como un sistema académico para compartir archivos e hipertextos, y ahora es el mayor foro mundial. Las ideas pueden nacer de otras destinadas a distintos fines, de ahí la importancia del intercambio. En una sociedad viva las personas que la forman comparten sus opiniones. La reuniones, los ‘brainstorming’, etcétera, son fórmulas en las que se fomenta la creatividad. Las invenciones herederas de otras ideas también pueden nacer en nosotros mismos. Las personas que se dedican a varios proyectos suelen ser creativamente más fértiles que los que se concentran en una sóla disciplina.
Las plataformas
Existen entornos favorables para que una determinada idea o producto pueda salir adelante. Puede ser un edificio, un sistema de trabajo o una reunión de amigos. Se trata de ecosistemas, ambientes en los que se fomenta la innovación. Por ejemplo, los científicos que crearon el GPS atribuyeron el éxito de su trabajo, no tanto a los artilugios con los que contaban en el laboratorio –destinado, en un primer momento, al seguimiento de las emisiones de un grupo de satélites durante la época de la Guerra Fría–, como a la atmósfera que se respiraba en él, a la buena relación con los compañeros y al libre intercambio de ideas que propiciaron el invento. Una plataforma no tiene por qué ser algo físico, tangible. Internet, por ejemplo, es una gran plataforma en la que se comparten ideas, archivos y opiniones que pueden dar origen a inventos y productos. Las redes sociales son lugares virtuales en los que se lanzan ideas sin intereses comerciales y se intercambian ocurrencias.
Aprender de las equivocaciones
El error es una parte inevitable en cualquier proceso creativo. Por eso mismo, es importante asumir que todas las personas se equivocan y que estos fallos pueden llevarnos a nuevas estrategias, a cauces que no nos habíamos planteado y vueltas de tuerca que pueden facilitar la innovación. Algunos de los inventos que hoy utilizamos tuvieron su origen en un error. La sacarina, la penicilina o el marcapasos son producto de equivocaciones. El ingeniero estadounidense Wilson Greatbatch descubrió por accidente el marcapasos cuando trabajaba en un mecanismo que permitiera grabar los sonidos del corazón. El error se originó cuando Greatbatch usó una resistencia eléctrica diferente en su invento, consiguiendo que éste pulsara cada 1,8 milisegundos. Éste y otros ejemplos demuestran que aunque equivocarse no es el objetivo, no hay que tener miedo de los errores.
La ‘serendipia’ o el hallazgo fortuito
Hay ideas que surgen sin querer, por casualidad. La mente funciona así. En la fase REM del sueño todas las ocurrencias que tenemos circulan con facilidad en un perfecto orden que, a veces, degenera en caos. Es durante esta fase de confusión cuando se produce la ‘serendipia’. Cuánto más tiempo duren estos periodos de caos mayor es el coeficiente intelectual de la persona. La ‘serendipia’ suele producirse con mayor frecuencia en aquellas personas que tienen una actividad más interdisciplinar. ¿Nunca se le ha ocurrido una idea cuando estaba trabajando en otro asunto? De esto se trata. Johnson cuenta que la sociedad es clave para que se produzcan las ideas por casualidad, gracias al confrontamiento de opiniones y ocurrencias. Internet facilita la ‘serendipia’, pues permite búsquedas que llevan a resultados dispares, en ocasiones, a destinos a los que no se pretendía llegar. Navegar por la red de redes fomenta la innovación y la creatividad.
La corazonada lenta
La mayoría de las grandes ideas llegan al mundo a medio hacer. A cualquier persona le puede asaltar una ocurrencia en cualquier momento. Es un instinto, un primer esbozo de lo que puede ser, una vez desarrollada, un invento nuevo. Por eso, para fraguar es idea se necesita tiempo. El verdadero esfuerzo es la constancia para cocinar a fuego lento ese primer pensamiento hasta llegar a darle forma real. Internet, por ejemplo, nació de una corazonada. Tim Berners-Lee, el inventor del hipertexto, pensó que podría idear un método para intercambiar información acerca de sus investigaciones con sus colegas del laboratorio de investigación en física de partículas (CERN) en el que trabajaba. Le llevó 10 años, pero él fue quien creó el hipertexto.
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