Estoy leyendo El líder resonante crea más, de Daniel Goleman (autor de Inteligencia emocional), Richard Boyatzis y Annie Mckee, y me ha resultado muy interesante la reflexión que hacen sobre los circuitos abiertos.
Según los autores, los científicos diferencian entre los circuitos cerrados, que se autorregulan y son independientes de los de otras personas (el funcionamiento de mi sistema circulatorio no se ve afectado por el de los que me rodean), y los circuitos abiertos, que están condicionados externamente (como el sistema límbico que regula las emociones).
En palabras de los autores, “nuestra estabilidad emocional depende, en parte, de las relaciones que establezcamos con los demás”, incluso en nuestra avanzada sociedad. De ahí que una madre acuda al “rescate emocional” de su hijo cuando este llora.
Y exponen los resultados de una investigación que concluye que, aunque tres episodios de estrés al año (por ejemplo, un despido, un revés económico y un divorcio) triplican la tasa de mortalidad en los hombres aislados, no tienen efecto sobre dicha tasa en los hombres que tienen estrechos vínculos sociales.
Por tanto, las emociones de los demás influyen, de manera inconsciente, sobre nuestro funcionamiento fisiológico y sobre nuestras emociones. Pero, no todas las emociones se “propagan” a la misma velocidad: una investigación de la Universidad de Yale descubrió que la alegría y la cordialidad de los miembros de un equipo de trabajo se trasmiten más rápido que la irritabilidad y la depresión que, por otro lado, apenas se contagian.
La risa (que trasmite de forma inequívoca cordialidad) es, junto con la sonrisa, la señal emocional más contagiosa y la forma de comunicación más directa entre dos personas, porque conecta de inmediato sus sistemas límbicos, sin apenas interferencia del intelecto. “La risa es el termómetro más fiel de la temperatura emocional de un grupo de trabajo”.
Si lo traducimos al ámbito de la empresa, el líder (o el responsable de un equipo) es la persona que determina, de manera explícita o implícita, el clima emocional del grupo, ya que “todas las miradas convergen en él en busca de orientación emocional”.
El estado de ánimo del líder, y su manifestación a través de la expresión de su rostro, del tono de su voz y de sus gestos, influye gracias a los circuitos abiertos, en los sentimientos de sus empleados, en sus niveles de estrés, en la facilidad para retenerlos y, finalmente, en la marcha del negocio.
Tener un estado de ánimo positivo, alegre, optimista… es saludable y recomendable para cualquier persona. Pero si eres un profesional con equipos bajo tu responsabilidad, lo recomendable se convierte en obligado, para contagiar a tus equipos el optimismo y la alegría que les ayude a aumentar su motivación y mejorar su eficacia.
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