Los
humanos al igual que los animales, orientamos nuestras acciones en dos
direcciones bien distintas. Algunas de nuestras acciones están
orientadas a lograr una recompensa, mientras que muchas otras están
orientadas a huir del dolor. Todos hemos creado asociaciones en
nuestro cerebro que de alguna manera ponen en marcha nuestras emociones
cuando ocurren una serie de hechos o nos vemos en unas determinadas
circunstancias. Estos hechos y estas circunstancias, activan en nuestra
memoria los registros donde se encuentran almacenadas las experiencias
que tuvimos con hechos similares o en circunstancias parecidas. Una
persona que por ejemplo tenga un gran talento para la escritura y que
sin embargo, haya sido criticada duramente por algunas cosas que
hubiera escrito de niño, puede ver bloqueada por su miedo a volver a
pasar por esa misma experiencia dolorosa, su capacidad natural de
escribir un libro. Sin embargo, hay algo en nosotros que es mucho más
hondo que la búsqueda del placer o la huída del dolor. Este algo es la
búsqueda de sentido, de un propósito, de algo que nos trascienda a
nosotros mismos. De alguna manera ese sentido constituye nuestro
horizonte particular, ya que si bien todos tenemos el mismo cielo por
techo, no todos tenemos el mismo horizonte. La mayor parte de las
personas bajan sus sueños y sus anhelos a la altura de sus capacidades
aparentes, en lugar de estirar sus capacidades para que lleguen a la
altura de sus anhelos y de sus sueños.
Nuestro
nivel de energía depende en gran medida del grado de ilusión que
experimentamos cada día. Nuestro sistema inmunitario, que es el que nos
defiende frente a bacterias, virus y tumores, tiene en la membrana de
sus células, unos receptores capaces de acoplarse con las denominadas
moléculas de la emoción. No es el mismo funcionamiento el que tiene una
célula de defensa, si la molécula que se le ha acoplado es una
molécula de la ilusión, que si se le ha acoplado una de la
desesperanza.
En
los tiempos que corren, no podemos seguir confundiendo la felicidad
con el bienestar subjetivo o la infelicidad con el malestar objetivo,
ya que la felicidad es algo que surge del interior, mientras que el
bienestar y el malestar subjetivo suelen ser la reacción que tenemos
frente a algo que acontece a nuestro alrededor. Si queremos realmente
que una chispa de felicidad alumbre nuestra vida de una manera
continua, independientemente de lo que ocurra en el mundo exterior, es
importante que busquemos que la dirección en la que enfoquemos nuestra
vida, tenga para nosotros un verdadero sentido. Cuando buscamos ese
sentido, empezamos a darnos cuenta de que la Naturaleza no es muda,
sino que somos nosotros los que estamos sordos, que no es que no
existan los milagros en la vida, sino que en la vida todo es un puro
milagro. Nos damos cuenta de que no hay momentos ordinarios, sino que
todos son extraordinarios y, que no hay ni amigos ni enemigos, sino que
todos ellos son maestros que pueden enseñarnos una valiosa lección.
Cuando buscamos un sentido, nos abrimos a lo que nos ocurre, en lugar
de rechazarlo porque nos incomoda y nos disgusta. Al no resistirnos a
lo que es, al trascender el significado que normalmente damos a las
cosas, empezamos a descubrir lo que permanecía oculto y entendemos que
este viaje en el que nos encontramos, es un viaje de descubrimiento, de
crecimiento y de evolución para comprender con mayor hondura la
grandeza que reside en nuestro interior. Llevados por nuestra ceguera
hemos enterrado nuestra auténtica esencia bajo una serie de
definiciones y de descripciones de nosotros mismos que lejos de
ayudarnos a desplegar nuestras verdaderas fortalezas, recursos y
posibilidades, logra justo lo opuesto. La gran escultura permanece en el
interior del aparentemente tosco bloque de mármol y es importante
empezar a quitar los fragmentos que sobran.
No
parece razonable que en medio de la incertidumbre e incluso de la
adversidad haya personas capaces de mantener una chispa de alegría, de
serenidad, de entusiasmo y de confianza y sin embargo tenemos múltiples
pruebas de que es así. La felicidad no es un concepto razonable porque
nos pide que salgamos de esa cárcel de espejos dónde sólo nos vemos a
nosotros mismos y entremos en contacto con lo que está más allá. Lo que
está más allá es la vida y son los demás.
Cuando
las personas recuperamos esa sensación de libertad que nos transforma
en seres que dejan de reaccionar con tanta facilidad y empiezan a
responder. Cuando las personas ya no somos reos de algunas de las
emociones limitantes que azotan nuestra vida y dejamos de luchar con la
vida exigiéndola que nos de lo que queremos y que nos aleje de lo que
no queremos, entonces empezamos a fluir con la vida. Fluir con la vida
implica abrirse a la posibilidad de que hay una sabiduría superior a
nuestra comprensión y que pone en nuestro camino aquellas lecciones,
aquellos desafíos que son oportunidades veladas para nuestro
crecimiento personal. La fortuna viene tantas veces disfrazada con
ropas de faena que nos cuesta tremendamente ver el regalo que hay en
cada situación.
Es
curioso lo que una comprensión profunda de la importancia de encontrar
un sentido puede tener en nuestra salud y en nuestra eficiencia. El
sentido nos hace priorizar en nuestra vida, con lo cual podemos decir
sí y podemos decir también no, sin tener ninguna sensación de
culpabilidad. El sentido nos hace vivir de acuerdo a lo que para
nosotros son verdaderos valores y no de acuerdo a lo que otros han
decidido que ha de ser para nosotros lo valioso. El sentido nos hace
tener fe para caminar en medio de la incertidumbre sabiendo que el
Universo es nuestro amigo y nos proveerá de lo que necesitemos en cada
momento. Es más fácil creer que ver y sin embargo para ver más allá de
lo que nosotros vemos, lo primero que tal vez necesitemos es empezar a
creer que hay algo más allá de nosotros mismos.
Mario Alonso Puig
artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº50 may08
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