jueves, 9 de febrero de 2012

Lo que Goethe descubrió sobre Leonardo da Vinci

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La editorial española Casimiro Libros publica 'La última cena de Leonardo' un ensayo en el que el mismo Johann Wolfgang Goethe, nada más nada menos, desmenuza y descubre la obra maestra del genio italiano.
El reciente hallazgo en el Museo del Prado de una Gioconda que podría haber sido pintada por un discípulo de Leonardo da Vinci a la vez que la original lo demuestra: la obra del gran artista italiano está todavía por descubrir. Cuando Goethe viajó por Italia, a finales del siglo XVIII, se quedó fascinado por La última cena, la pintura que Leonardo da Vinci realizó entre 1495 y 1498 para el refectorio del Convento de Santa María delle Grazie en Milán.
De esta fascinación surgió una interesante reflexión en la que el escritor, poeta y dramaturgo alemán desmenuzaba una de las obras de arte más grandes de todos los tiempos. La última cena de Leonardo es el título del libro recientemente publicado por Casimiro Libros que recoge esta reflexión capaz de conectar a través de los siglos a dos figuras divinas de la cultura occidental.
Algunos años después de haber estado en Milán – ciudad que, al parecer, no le gustó nada – Goethe se encontró con una enorme cantidad de documentos y materiales que habían pertenecido a un artista milanés al que había sido encargada una copia de La última cena.
Utilizando estos documentos como un mapa, Goethe se aventura otra vez en la obra de Leonardo revelando detalles curiosos, como por ejemplo que para representar la mesa donde están sentados Jesús y los apóstoles, Da Vinci tomó como modelo las mismas mesas de los monjes del convento de Santa María delle Grazie. Y no sólo los manteles, sino también las fuentes, los platos, los vasos y las vajillas.

Los genios también cometen errores

Según Goethe el gran recurso mediante el cual Leonardo anima el cuadro – que representa el momento en el que Jesús anuncia que alguien entre los que le rodean le traicionará – es el movimiento de las manos. “Esto tan sólo un italiano podía hallarlo” escribe Goethe.
“Entre sus compatriotas, todo el cuerpo es inteligente, todos los miembros participan en la expresión de los sentimientos, de la pasión, del pensamiento”. “Leonardo, que observaba con la mayor atención todo lo que era característico, debió de advertir especialmente estas costumbres nacionales”.
Pero no todos son cumplidos y los genios también cometen errores. La mezcla de masilla, brea y otros elementos que Leonardo utilizó para obtener una superficie perfectamente lisa y la capa de plomo y arcilla que añadió para proteger los colores acabaron perjudicando una obra que, en los tiempos de Goethe, estaba muy deteriorada.
El lugar elegido tampoco era el adecuado: húmedo, por debajo del nivel del suelo, el refectorio sufrió inundaciones, guerras, pestilencias y hasta se convirtió en un establo para los caballos. A todo esto se sumó una serie de desastrosas intervenciones de restauración.
Sin embargo a mayor adversidad, mayor gloria. No hay duda de que “estas trece personas, desde el joven hasta el anciano, que expresan de la resignación al pavor: once personas conmovidas ante el anuncio de la traición interna”, escribe Goethe, no sólo han sobrevivido al tiempo, sino que siguen suscitando fascinación y guardando misterios.



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