El año 2007 un ex operador bursátil de origen libanés publicó uno de esos libros improbables y geniales que de tarde en tarde vienen a sacudir el ambiente intelectual de su tiempo. Nos referimos a Nassim Nicholas Taleb, un matemático nacido en la antigua ciudad de Amioun, en las cercanías de Trípoli, en 1960. El nombre del libro, El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable, proviene de una antigua creencia occidental que sostenía que todos los cisnes eran blancos, opinión que perduró hasta bien entrado el siglo XVII cuando los exploradores europeos llegaron a las costas de Australia. Allí, junto a una gran diversidad de especies endémicas, se pudo constatar en la práctica la existencia de cisnes negros.
Diremos al pasar que Taleb es miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de laUniversidad de Nueva York y profesor de Ciencias de lo Incierto en la Universidad de Massachussets. También es académico de la London Business School. No es de despreciar el curriculum de este tipo…
Pero vamos a lo nuestro. ¿Qué es un cisne negro? Según Taleb, desde el punto de vista epistemológico, un cisne negro es un suceso altamente improbable e imposible de predecir, aunque con consecuencias trascendentales, cuya irrupción sólo puede ser explicada a posteriori. Es decir, es un suceso súbito, imprevisto y significativo que no puede ser advertido hasta que ya ha sucedido. ¿Ejemplos? Los éxitos de Google, Facebook y YouTube, entre otros. Pero también el 11-S, casi todos los grandes inventos de la historia humana, el Quijote, los colapsos financieros, el accidente nuclear de Fukushima, el auge del cristianismo, etc.
Por lo demás, a medida que el mundo está más interconectado, las consecuencias de la irrupción de fenómenos del tipo cisne negro cobra mayor relevancia pues su alcance se multiplica exponencialmente a la par con el desarrollo tecnológico. En lo que al avance del mundo se refiere, la propia escritura, la invención de la imprenta, el descubrimiento de América, la invención de las computadoras, la irrupción de Internet, etc., son cisnes negros.
El hecho de que no podamos identificar estos fenómenos hasta que se han producido tiene que ver con la tendencia de la mente humana a pensar y establecerse en el mundo sobre la base sólida de lo ya sabido, de lo conocido. Que se sepa, a nadie le gustan las arenas movedizas. Casi por regla general la mayoría de los seres humanos –sobre todo los más instruidos o expertos en los distintos campos del saber− prefieren pasar por alto lo que desconocen, lo que está más allá del alcance de su entendimiento presente, siempre limitado por los paradigmas de la cosmovisión imperante. Ciertamente, esto no sería así si las personas siguieran el ejemplo de los sabios genuinos de todos los tiempos, que dedican más energía a reflexionar sobre lo que no saben que a refocilarse en lo que saben. ¿Se acuerdan de Sócrates? Nos referimos, evidentemente, al consabido “sólo sé que nada sé”, que le atribuye Platón.
Es decir, desde la lógica de la teoría del cisne negro, es mucho más importante y decisivo para nuestras vidas lo que no sabemos que lo que sabemos. Pero esa idea, siempre revolucionaria –qué duda cabe−, es demasiado peligrosa para los que “la llevan” en cada momento de la historia humana.
En fin. La idea de Taleb es que lo que cambia al mundo, lo que rompe la inercia de la historia del hombre, es lo inesperado, el azar, la incertidumbre. Según el investigador libanés la historia no camina, sino que da saltos.
Aplicaciones en la dirección de proyectos: cisnes negros y serendipia
Ciertamente, esto tiene mucho que ver con la dirección de proyectos y con el liderazgo en sí. En primer lugar, pensar la realidad únicamente desde la narrativa de lo que sabemos suele constituirse en un impedimento casi insalvable para la innovación, la creatividad y la imaginación. El instinto de encasillarnos en lo viejo nos impide reconocer las oportunidades del presente y abrirle las puertas a lo nuevo. En otras palabras, es un obstáculo para el cambio, sea en el campo que sea.
Así, es altamente recomendable mantenerse siempre atentos para abrirle espacio a la irrupción de cisnes negros positivos: ideas, inventos, innovaciones, nuevas formas de hacer las cosas y de concebir la realidad, etc.
Por otro lado, la serendipia, como se denomina al hallazgo casual por accidente o por intuición de algo que no se estaba buscando, responde a un patrón que indudablemente puede ser concebido como el modelo clásico por medio del cual se han hecho, desde que el mundo es mundo, descubrimientos esenciales para el desarrollo de la humanidad. Ejemplos de este tipo de fenómenos abundan, desde el propio descubrimiento de América (buscando las Indias se llegó a un nuevo continente) hasta los descubrimientos de la penicilina, del principio de Arquímedes, de la estructura del átomo, de la tabla periódica de los elementos o la invención de la fotografía, del teflón y del velcro, entre otros adelantos.
De este modo, abriendo un poco la mente y aplicando la serendipidad como método uno puede favorecer la irrupción a todo nivel de cisnes negros positivos. La estrategia pasa, por regla general, por poner menos atención en la planificación vertical e incentivar la horizontalidad en los entornos laborales, hecho que favorece la proactividad y promueve la creatividad personal al interior de los equipos de trabajo. También pasa por no abusar de las herramientas estadísticas, como la campana de Gauss, que se centran en la normalidad y la inercia de lo cotidiano, ignorando las grandes desviaciones que terminan por generar fenómenos del tipocisne negro.
En este sentido, de cara a los grandes cambios, el consejo de los “expertos” suele resultar inútil pues amarra o fija los resultados de las empresas a los muelles yermos de la invariabilidad e incluso del inmovilismo. Esto ocurre básicamente porque la mayoría de los expertos enfoca sus actividades en el terruño familiar de su experticia −es decir, en el terreno de lo que saben−, ignorando los derroteros que los llevarían a internarse por el amplio océano de lo que, en efecto, no saben.
Por medio de esta trampa intelectual del experticismo, que suele perseguir el asentarse en la zona cómoda del prestigio profesional, los expertos de cuello y corbata domestican la curiosidad natural que dio origen a su vocación original, transmutando esa fuerza transformadora primigenia en conservadurismo o mero conformismo. Evidentemente, es fácil darse cuenta, no será de esa fuente de la que abreve la genialidad −o la casualidad− que de origen a un cisne negro positivo.
El proceso serendípico
Las fases de un proceso serendípico pasan, por lo general, por la siguiente línea punteada de eventos:
- Se constata la existencia de un Problema X
- Surge la intención de un individuo (o de varios) por resolver el Problema X
- El individuo estruja sus neuronas para resolver el Problema X (invirtiendo todos sus recursos en ello, incluso materiales)
- El individuo encuentra de forma fortuita (por accidente, a través de un sueño, por asociación de ideas, etc.) la solución al Problema X… o a un eventual Problema Y, lo cual estaba muy lejos de su intención original
En cualquiera de las dos vías, la resolución de un problema pasa, más que por la experticia del sujeto abocado a salvar el obstáculo al que se enfrenta, por la sagacidad e intuición que pone en ello. Para tales efectos, ha de transformarse en un cazador atento a las señales.
Si entendemos cualquier problema, en especial los grandes problemas, como una caja fuerte cerrada por medio de una cerradura de combinación mecánica, la solución al problema es la combinación –la única posible− que abre dicha cerradura. No se trata de volverse loco experimentando con las miles o millones de soluciones posibles. Hay que pegar el oído a la caja fuerte y ponerse a jugar con el mecanismo hasta encontrar el camino.
Hemos de imaginarnos que nos internamos en un bosque umbrío. Nos jugamos la vida al intentar encontrar la combinación exacta. Toda nuestra experticia anterior no nos sirve más que como base para lo nuevo (en ninguna universidad del mundo se enseña a abrir la caja fuerte de los caminos aún no recorridos). Aquí la sofisticación de los expertos sirve menos que las destrezas semi-salvajes del cazador astuto que se interna en la selva buscando su presa. Hay que estar atento, tenso, ciento por ciento enfocado en el instante presente, como un arquero que tiene lista la flecha para arrojarla con decisión cuando la presa que persigue aparece ante su vista.
Cuando se enfrentan los problemas con esa disposición y surgen los cisnes negros, pareciera que éstos fueran sacados de la chistera de un mago. A ojos de terceros, las soluciones del tipo cisne negro parecen cosa de magia… y tal vez, de alguna manera, lo sean. Pero nosotros sabemos que hay algo más. La magia es el arte de hacer que las cosas sucedan. Podemos forzar la magia pulsando las clavijas correctas de nuestra inteligencia. En condiciones normales usamos menos del diez por ciento de las capacidades de nuestro cerebro. En este sentido, los “expertos” tan solo navegan, con todo su bagaje, en la bahía cómoda de ese diez por ciento. Pero los genios productores de cisnes negros positivos activan otras partes de su corteza cerebral. Un cazador necesita más que ese escuálido diez por ciento.
Por cierto, antes de dejar en puntos suspensivos este artículo para continuar la semana entrante –misma hora, mismo canal−, un dato curioso: el término “serendipia” (adaptado del neologismo inglés serendipity) proviene de un antiguo cuento persa llamado Los tres príncipes de Serendip. La palabra fue acuñada por el británico Horace Walpole en 1754 a partir de esta narración, que da cuenta de las tribulaciones de tres hermanos nacidos en la isla Serendip (la antigua Ceilán, actual Sri Lanka), cada uno más inteligente y astuto que el otro, a quienes su misma sagacidad los lleva a meterse en tremendos líos y a salir de ellos de manera azarosa.
Hasta la próxima semana. ¡Hay mucho que decir sobre este tema…!
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