Escribió el amigo Alejandro Jodorowsky, en su libro “La danza de la realidad”, este precioso texto:
“Los milagros son comparables a las piedras: están por todas partes ofreciendo su belleza y casi nadie les concede valor. Vivimos en una realidad donde abundan los prodigios, pero ellos son vistos solamente por quienes han desarrollado su percepción. Sin esa sensibilidad todo se hace banal, al acontecimiento maravilloso se le llama casualidad, se avanza por el mundo sin esa llave que es la gratitud. Cuando sucede lo extraordinario se le ve como un fenómeno natural, del que, como parásitos, podemos usufructuar sin dar nada en cambio. Mas el milagro exige un intercambio: aquello que me has dado debo hacerlo fructificar para los otros. Si no se está unido no se capta el portento. Los milagros nadie los hace ni los provoca, se descubren. Cuando aquel que se creía ciego se quita los anteojos oscuros, ve la luz. Esta oscuridad es la cárcel racional”.
Curiosamente la palabra milagro antiguamente se escribía miraglo, y procede del latín miraculum, que, a su vez proviene de mirari, que significa “contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción”.
Sí, Alejandro tiene razón. Miramos pero no sabemos ver. Si supiéramos mirar, nosad-miraríamos ante tantas cosas… Pero la mirada no depende solo de los ojos. La mirada profunda nace y muere en el corazón. Es una simple cuestión de sensibilidad. A mayor sensibilidad, mayor capacidad de conmoverse con tanta belleza que nos rodea y que tan a menudo pasa inadvertida. Porque en buena medida solo podemos apreciar “afuera” aquello que reconocemos, porque lo llevamos “adentro”. De ahí la importancia de cultivar la mirada, el sentir, el sentimiento, el pensamiento, el Ser. Y también, además de cultivar al Ser, conviene no aturdirlo demasiado, no saturarlo, dejarle respirar, limpiarlo, oxigenarlo, para que devenga así también más sensible a cualquier latido de verdad y belleza.
¿Dónde están los milagros? ¿Dónde los reconoces?
Os invito a hacer inventario de milagros. Así, además de compartirlos, nos podemos inspirar los unos a los otros para ver aquello que otros ven y que quizás, todavía, uno no ha sido capaz de reconocer.
Besos y abrazos,
Álex
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