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Por Juan Spitzer, MBA 2013-2014
“¿Qué querés?, no tuve tiempo”. ¿A qué se refiere esta persona? ¿Será que vive
en otro planeta en el cual los días tienen menos de 24 horas y las horas menos de
60 minutos? Entiendo que este tipo de frases es muy frecuente en las personas que
se sienten víctimas en sus vidas ya que se trata de una queja a lo “cortos que son
los días”… en realidad los días tienen el mismo tiempo para todos, y está en
nosotros la elección de qué hacemos con ese poco/mucho/suficiente tiempo, es un
dato del problema y por lo tanto no se puede cambiar. ¿Cómo lo sentiría una
persona que es protagonista de su vida? Tal vez sería algo como “No lo consideré
prioritario dentro lo que iba a hacer y por lo tanto no me hice el tiempo para
hacerlo”. (Esta frase suena con cierta arrogancia, y en ciertas situaciones puede
resultar dañina, por eso es que se considera cómo lo sentiría esta persona, no
necesariamente como lo diría.)
La persona que no tuvo tiempo, está diciendo que con lo que le dieron no le
alcanza para hacer todo, en cambio la persona que no lo consideró prioritario,
asume que no hay tiempo para hacer todo lo que uno quisiera y tomó la decisión
de no hacerlo. Si la asignación de las prioridades estuvo mal o bien hecha es algo
inherente a cada persona, situación, etc.; lo que no parece ser relativo es que la
persona que eligió no hacerlo hizo su mochila más liviana, la persona que parece
tener horas más cortas en sus días estuvo con la situación pendiente en su cabeza,
lo que en ocasiones no permite enfocarse plenamente en lo que sí se está haciendo.
¿Por qué es que buscamos tantas respuestas en el entorno? Hay personas que
llegan a ser especialistas en la retórica de la justificación, ¿para qué? En cierta
forma, lo siento como una manera de no asumir la responsabilidad y culpar lo que
no se puede cambiar. Lo sienten como un consuelo y es una forma de decir “no se
puede hacer distinto”. La falta de autocrítica y la constante reticencia a asumir la
responsabilidad sobre sí mismo es una de las características que desde mi punto
de vista más perjudica a la evolución de un grupo de personas. Lamentablemente,
cada día más vemos este tipo de ejemplos en nuestra sociedad.
Esa falta de autocrítica es lo que hoy en día hace a la “cultura del merecimiento”.
Tomamos una ubicación frente a la vida en la que sentimos que todo tiene que ser
resuelto por nosotros, y como si fuera poco, luego nos quejamos.
La buena noticia es que en realidad podemos elegir si queremos ser víctimas o
protagonistas de nuestras vidas; aunque para ello necesitamos un mínimo de
autocrítica para romper con el statu quo de consuelo que brinda la
autojustificación.
De tanto en tanto tendríamos que detenernos un momento, abstraernos y
preguntarnos ¿cuál es mi propósito en la vida? ¿Estoy trabajando para cumplirlo?
Muchos pensarán: “¿Qué querés?, no tengo tiempo”. Si aplicamos el razonamiento
anterior, estamos diciendo que tener el control y ser el protagonista de nuestras
vidas no es prioritario.
Encuentro en este razonamiento una gran irresponsabilidad y en cierta forma
un camino de frustración incipiente porque esperamos que resuelvan y nos
provean. Que el Estado resuelva y nos provea de todo lo que necesitamos, nuestros
empleadores resuelvan y nos provean de todo lo que necesitamos, las instituciones
a las que pertenecemos, resuelvan y nos provean de todo lo que necesitamos. Si es
así, ¿qué ponemos de nuestra parte?
Actuamos como si estuviéramos atrapados dentro de la vida de otro, y por lo
tanto nosotros no tenemos nada que ver con lo que pasa, es como si estuviéramos
esperando a que sea nuestra vida pero eso nunca llega. Sin embargo, esta es
nuestra vida y ser el protagonista de ella no debería ser tan opcional como parece.
Nuevamente, la buena noticia es que solo depende de nosotros y darnos cuenta
de ello está solamente a una pregunta de distancia: “¿Quiero ser víctima o
protagonista?”
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