domingo, 1 de septiembre de 2013

La mochila

http://www.eduardpunset.es/21156/general/la-mochila 
Autor: Eduard Punset 
Una niña de unos ocho años me ha sorprendido en la playa enumerando los personajes ideados cuatro siglos antes por el gran escritor La Fontaine en una de sus múltiples fábulas.
El primer encartado al que se dirigió el Jerarca del Cielo para saber como estaba fue el mono que pasaba por su lado. El mono no se quejaba y su respuesta mostraba, de alguna manera, que le sorprendía la imagen que tenían los demás de lo que le pasaba por dentro. No estaba para nada triste y no entendía por qué los otros veían un estado de cosas que no era el suyo.
El segundo encartado fue un oso que regresaba de un paraje cercano al Polo Norte. Tampoco le pasaba nada singular y no entendía muy bien por qué el Jerarca del Cielo se interesaba por su estado de salud. Él no veía nada extraño donde los demás parecían descubrir cosas nada anodinas.
Es curioso, pero le pasó lo mismo al lobo que acaba de engullir a una paloma de un corral vecino. Se trataba de un lobo al que jamás le había preocupado lo que le pasaba por dentro; su vida siempre tuvo que ver con lo que sus ojos veían y la cercanía de los ruidos que a veces le preocupaban.
Justamente, fue en el mismo corral donde el lobo había cometido una fechoría nada sorprendente, donde tuvo ocasión de presenciar al gallo del corral increpándolo mientras se comía a la gallina. Al gallo no solo no le pasaba nada, sino que ni siquiera el lobo le causaba la menor zozobra. Cuando el Jerarca del Cielo le preguntó sorprendido si le pasaba algo, el gallo le dijo con pelos y señales que no le pasaba nada.
Tomasso_Salini_Mao_fábula._El-gato,-el_mono_y_las_castañas
Ilustración de la fábula El gato, el mono y las castañas por Tommaso Salini Mao, siglo XVII (Imagen: “Wikipedia”).
La verdad es que cuando la niña parecía haber agotado los personajes de la fábula que no tenían ningún sentimiento de que, o bien les faltara estatura para lidiar con el resto de animales o bien olfato, o una visión solo dirigida a una parte del escenario, fue precisamente cuando el Jerarca del Cielo se dio cuenta de algo insólito: todos los animales que habían desfilado por aquel escenario estaban encantados de ser como eran porque, por algún motivo que ni él mismo entendía, desconocían absolutamente todo lo que les pasaba por dentro.
¿Por qué se da una coincidencia en la que caigo ahora –se dijo a sí mismo el Jerarca del Cielo–, entre lo que les pasa al resto de los animales y a los humanos? Ni la niña entendía ahora el sentido de la pregunta del Jerarca. Hizo falta que él explicara, con abundancia de detalles, que los humanos llevaban una mochila en la espalda donde habían guardado todos sus sentimientos y lo que les pasaba por dentro. Los humanos –al igual que el resto de los animales–, solo veían lo que les pasaba a los demás y, sobre todo, fuera de ellos mismos.
Hasta hace muy poco tiempo, éramos lo más parecido que puede haber a los crustáceos: del cuello para arriba éramos idénticos porque la mente estaba dentro y por lo tanto no la veíamos, no sabíamos nada de ella, y en el exterior estaba la calavera o la nuca para que todo el mundo la viera y comprendiera.
Como los animales, llevamos una ‘mochila’ en la espalda con todos los sentimientos y solo vemos lo que está delante nuestro. En los próximos veinte años todo esto va a cambiar radicalmente. Vamos a poder ver lo que todo el mundo lleva en la mochila y se lo vamos a poder contar para que se de cuenta. Por primera vez, vamos a saber lo que nos conviene y lo que es preciso olvidar para siempre. Dejaremos de ser mochileros.
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