Por Guillermo Jaim Etcheverry | Para LA NACION
El papa Francisco evoca en sus mensajes de manera reiterada el consejo que daba el santo de Asís a sus frailes: "Predicad siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras." ¿Cómo también con las palabras? Es que para San Francisco lo fundamental es el testimonio, el hecho de que en la propia vida de quien asume la tarea de enseñar se puedan leer las palabras. Palabras que debieran ser siempre transparente espejo del actuar.
En nuestra época la conducta de no pocas personas desmiente los propósitos que ellas mismas enuncian en su discurso por lo que no resulta ocioso volver sobre la convicción de que lo que realmente educa es el ejemplo. Aunque aceptamos que los chicos aprenden mucho más de lo que nos ven hacer que de lo que les decimos que hagan, no siempre nos preocupamos por la naturaleza de los modelos que les ofrecemos. "Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo", señalaba Demócrito cinco siglos antes de Cristo.
Resulta sugestivo que en los últimos tiempos haya aumentado tanto la preocupación personal e institucional por hablar de los valores. Las organizaciones comerciales los explicitan, se multiplican los cursos y los libros sobre ellos, las instituciones educativas enuncian los valores que guían su actividad. Pero no se puede desconocer que ese entusiasmo por crear un entorno en el que se hable de valores y de ética, traduce la escasez de los ejemplos de esos valores en acción que deberían ser nuestras vidas. Intentamos sustituir con palabras las conductas virtuosas ausentes. Tiempo atrás, en un colmado auditorio académico, escuchaba una conferencia sobre ética en medicina junto a uno de mis maestros. Al concluir la disertación, el profesor me preguntó. "¿Advirtió cuánto se habla hoy de ética?" Y prosiguió: "Esto es nuevo. Antes no se hablaba tanto de la ética. ¿Será porque entonces se la veía en acción?"
De allí que resulte tan oportuna la reiterada mención que hace el papa Francisco de la máxima del santo de Asís quien a comienzos del siglo XIII proponía que vivir es, ante todo, dar ejemplo de conducta. Testimonio para los demás e inclusive para uno mismo, porque entre las tareas más difíciles que enfrentamos en nuestra existencia está, precisamente, la de mantener ante nuestra propia mirada interior una cierta coherencia entre lo que decimos a los demás y el modo en el que actuamos. Más preocupante aún es el hecho de que no siempre advertimos con claridad la trascendencia que tenemos como ejemplo ante los demás, ejemplo que es el que genera autoridad de manera espontánea. Los padres deberían prestar especial atención a esta cuestión que es esencial en la tarea de formación de las nuevas generaciones de la que son responsables. Como lo señalara San Francisco, para predicar, en general, no se requieren palabras sólo se debe recurrir a ellas si resulta necesario. El médico y filósofo Albert Schweitzer dijo: "El ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera", afirmación que también es atribuida a Albert Einstein.
En esta época de estímulos superficiales y fugaces, de escasa preocupación por mantener la coherencia, la invitación a volver la mirada hacia el predicar con el ejemplo franciscano supone una osada provocación cultural. Al evocar esas enseñanzas del poverello de Asís, el papa Francisco intenta encauzar el rumbo de la cultura contemporánea. La educación no escapará a esa influencia porque el Papa con sus acciones, que suscitan un inmediato eco planetario, vuelve a privilegiar al testimonio de vida como principal herramienta para formar a las personas en esos valores que hoy tanto predicamos con la palabra pero tan poco con el ejemplo de nuestras conductas..
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