domingo, 28 de septiembre de 2014

Serendipia de la esperanza, más allá de la manzana de Newton

http://sitiocero.net/2014/serendipia-mas-alla-de-la-manzana-de-newton/ 

Al escuchar la palabra serendipia muchos piensan en la historia de Newton que luego de ver caer una manzana, se abre hacia el desarrollo de lo que sería luego la ley de gravitación universal.  A partir de un suceso se reordena el pensamiento, las ideas se cruzan de manera distinta con el cuerpo, una emoción encuentra una deducción y surge un nuevo camino. Un momento sorpresivo e involuntario, que inicia una reflexión que nos acompañará mucho tiempo de distintas maneras: no todos somos Newton, pero todos podemos tener serendipias.
Las serendipias resuenan en nuestra vida resignificando nuestro presente, abriendo nuevas puertas o recordándonos quién somos. En una mezcla de emociones y sensaciones se anclan inesperadamente aprovechando una apertura de nuestro inconsciente, aliado de alguna búsqueda no explicitada o cuyo tiempo aún no se ha manifestado.
La serendipia no es sinónimo de recuerdos o imágenes de algo que nos marcó. Cuando sucede, no tenemos consciencia de que esa frase, pregunta o gesto detonará la apertura de un proceso que no estábamos buscando conscientemente. En ese momento estamos tan presentes, que ni siquiera tenemos consciencia de estarlo; el “ruido” consciente  desaparece generando el espacio para la transformación.
Es un regalo especial, un presente que nos acompaña para siempre. Puedo contar mis serendipias con los dedos de una mano. Una de ellas fue en India, una noche de lluvia monzónica en Bangalore.
Bangalore, la poesía y la vela.
En un pequeño centro comercial a medio terminar que reunía una decena de negocios, unos amigos habían decidido abrir una librería. Debe haber sido la segunda o tercera del Bangalore de principios de los 90, antes del gran boom tecnológico y de que la ciudad se convirtiera en el Sillicon Valley de Asia.
Con motivo de la inauguración se organizó una lectura de poemas en la que participaron cuatro poetas kannadigas ­­-del estado de Karnataka-­ que escribían en inglés. La lluvia caía con la fuerza y el ruido que solo he escuchado durante el Monzón, cuando uno tiene la sensación de que alalrededor hay más agua que aire. No éramos más de 12 personas incluyendo los 4 poetas. Fue oscureciendo mientras las voces que recitaban competían con el retumbar de la lluvia. Era frecuente que con esas lluvias se cortara la electricidad, y esa noche no fue la excepción. Las voces se silenciaron, solo se escuchaba llover.
A los pocos minutos alguien prendió una vela y la hicieron llegar, cuidándola delicadamente, hasta Summa,  que así se llamaba la poetisa que recitaba en ese momento. Ella la protegió de la brisa con el libro y siguió leyendo, luego vino otro poeta que siguió cuidando el fuego de la vela y la poesía. La electricidad no regresó. Cuando terminó la lectura, tomamos un chai, ese té cargado de especies, conversamos un rato y luego nos fuimos.
La imagen de la mano y el libro protegiendo la luz del viento para leer poesía  en medio de la enorme oscuridad de la tormenta me ha acompañado siempre y cada día cobra más sentido, más significado, más fuerza.
Nunca volví a vivir el valor de los pequeños gestos de la misma manera.
Cuando siento que los tiempos son oscuros y ruidosos recuerdo aquella luz que me unió para siempre con todas las pequeñas fogatas y antorchas de la humanidad. Con todos los pequeños grupos y comunidades que en condiciones adversas se juntaron a leer, pintar, tejer historias protegiendo y preservando los fuegos en medio de la  oscuridad.
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