Domingo. Paseo temprano por el bosque. Robles, encinas, alcornoques, madroños, castaños, abetos, hayedo… El valle que se contempla desde el camino que serpentea la vertiente. Algún arroyo que se cruza en el camino y que da de beber a mi perro. Pájaros que acompañan en vuelo y en canto. Hojas ocres son alfombra en buena parte del trayecto. Brisas de otoño que alternan susurros frescos y cálidos. Brumas que se levantan como aliento respirado por las ramas de los bosques que diviso a lo lejos. Contemplar cómo el manto del bosque va cambiando con la altura, en la vertiente soleada o sombría, y nos va ofreciendo una riqueza de diversidad abrumadora, milagrosa, diría. Silencio, soledad, naturaleza, plenitud. Pueden ser horas, puede haber subidas escarpadas. No me canso. O me canso, pero como si no. No puedo pedir más.
Andar y contemplar, observar y pasear tranquilamente (para qué correr, me pregunto) por los bosques me resulta un placer difícil de describir.
Recuerdo súbitamente la frase de Walt Whitman: “He aprendido que estar con aquello que me gusta es suficiente”. Asiento. Así es. La plenitud en el paseo por la naturaleza, con la naturaleza. Sin hacer ruido, cuando el paso es latido y la respiración compañía serena. Nada más. Es suficiente. Un hondo sentimiento de gratitud por estar vivo cala. Alegría.
Sí, “he aprendido que estar con aquello que me gusta es suficiente”. Y añado la frase de mi querido y admirado José Luís Sampedro cuando le preguntaron, “José Luís, ¿para qué vives?”. “Para procurar comprender, y no estorbar”, respondió. Pues eso. Mi credo.
Os deseo una plácida semana.
Álex
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