Si todavía no tienes claro que estamos ya en la era de los robots y todo lo que ello supone, vete preparándote para hacer clic en unos cuantos enlaces.
La cuestión no es simplemente hablar de vehículos de conducción autónoma, un tema sobre el que ya llevamos bastante tiempo comentando y que además ya circulan tranquilamente por las calles y avenidas de Mountain Viewmezclados con el tráfico cotidiano por mucho que algunos conductores sigan afirmando que no los quieren… no, la cosa va ya mucho más allá de simplemente demostrar que un robot al volante ve mejor, mide y evalúa mejor, toma mejores decisiones, no se cansa, no bebe y no se pica como lo hace un conductor humano. La supremacía de la máquina sobre el hombre en un tema como la conducción de un vehículo ya es una discusión completamente superada, y si no lo crees así, lo mejor que puedes hacer es irte inmediatamente a leer esta fantástica entrada de The Oatmeal, “6 things I learned from riding in a Google self-driving car”.
Pero el tema es que hablamos ya de mucho, muchísimo más que de conducir. Hablamos, por ejemplo, de cocinar, sea una crema de cangrejo o un sandwich de huevo. O de atenderte en un hotel. Hablamos de sustituir a los trabajadores que traen y llevan productos en un almacén de Amazon, de jugar al tenis de mesa hasta el punto de vencer a un campeón del mundo, o incluso de hacer gimnasia rítmica. Decuidar de nosotros cuando nos hacemos mayores. O como el mismísimo Jesús, decaminar sobre el agua. O de jugar al fútbol, aunque para sustituir a Cristiano Ronaldo o a Messi aún les falte un poco. Pero cuidado: son mucho mejores que muchos futbolistas a la hora de trabajar en grupo, y sin duda también a la hora de interpretar y controlar sus emociones, además de muchísimo más baratos: $440 al mes en régimen de alquiler.
Casi todos esos enlaces son de las dos semanas, no he necesitado irme muy lejos para investigar. Y de verdad, si no has visto el almacén robotizado de Amazon o el robot que juega al tenis de mesa, haz clic en los enlaces correspondientes y dedica un rato a verlos antes de seguir leyendo: vale la pena. Los robots se están asomando ya a nuestras vidas sin ningún tipo de complejos, hasta el punto de suscitar ya discusiones perfectamente relevantes y adecuadas: cientos de investigadores y expertos en inteligencia artificial, con figuras como Elon Musk, Stephen Hawking o Steve Wozniak a la cabeza, han firmado una carta abierta para urgir que se prohiba la investigación y el desarrollo de tecnologías militares basadas en la robótica, por miedo a lo que podría ser un futuro en el que Terminator dejase de ser simplemente una película.
¿Están realmente justificados esos miedos? Obviamente, a nadie le apetece imaginarse siendo perseguido por el perro o el mulo robótico de Google, que además seguramente te conocerían mejor que tú mismo y podrían anticipar tus reacciones. Pero sin duda, el uso militar es una de las mejores garantías de desarrollo de cualquier tecnología – no olvidemos que la propia internet comenzó a ser lo hoy es gracias precisamente a sus posibilidades de uso militar, aunque los posibles usos no militares estuvieran desde el principio en la cabeza de sus creadores. Pero precisamente de ahí surge la interesantísima paradoja: de nuevo hablamos de una tecnología con posibles – y sin duda aterradores – usos militares, pero que, por otro lado, supone de manera cada vez más clara el siguiente estadio de la evolución de las sociedades humanas. La economía lo deja perfectamente claro: la llegada de los robots y el incremento que van a suponer en términos de productividad van a ser la única posibilidad que tendremos para financiar muchas de las cosas, como el sistema de salud universal o los esquemas de beneficios sociales.
Sí, los robots se van a quedar con tu trabajo. Pero eso no va a ser necesariamente malo, porque una economía mucho más productiva posibilitará una sociedad completamente redefinida, en base a una adaptación del concepto de capitalismo. Se trata de reconocer que nos acercamos cada vez más a una sociedad en la que el trabajo va a dejar de representar lo que hoy en día representa, porque gran parte de lo que consideramos formas de ganarse la vida dejarán de estar llevadas a cabo por personas para ser realizadas por robots. Pensar en lo que ocurre cuando los robots empiezan a enviar al paro a personas que antes de su desarrollo vivían de conducir un vehículo, de hacer hamburguesas en un McDonalds o de mover paquetes en un almacén, y tratar de imaginar la transformación social que tendrá necesariamente que tener lugar para generar una sociedad en la que el trabajo tenga un significado diferente, en donde se trabaje sin duda menos y se pase a valorar más otro tipo de ocupaciones y servicios. Un mundo donde trabaje únicamente quien quiera y sienta la necesidad de hacerlo, en tareas que realmente le motiven, y donde la identidad de la persona se desligue del tipo de trabajo que realiza. Los robots incrementan drásticamente la productividad y el empleo, pero únicamente determinados tipos de empleo. Y ya hemos vivido épocas en las que determinados estamentos sociales se preciaban precisamente de no tener que trabajar, de dedicar su vida a otro tipo de cuestiones.
¿Supone el desarrollo de las tecnologías relacionadas con la robótica una paradoja similar a la que dio en su momento origen a internet? ¿Estamos ante un nuevo cambio drástico en el concepto de sociedad, que altere muchas de las reglas que damos como esenciales en nuestra vida? Es muy posible que sí. Y que, además, lo se esté acercando a mucha más velocidad de lo que muchos creen.
This article is also available in English in my Medium page, “The robot paradox“
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