LA INTELIGENCIA DE EINSTEIN EJERCIÓ TANTO INTERÉS QUE SU CEREBRO FUE DISECCIONADO PARA QUE PUDIERA ESTUDIADO POR FUTURAS GENERACIONES
POR: PIJAMASURF
La historia moderna ha equiparado la imagen de genio con la de Albert Einstein. En lo que parece ser una mezcla de iconografía pop –su emblemático cabello despeinado y su cercana relación con Hollywood—y una aportación a la ciencia que transformó la forma en la que entendemos el universo –de un reloj a un fluido cuadrimensional—Einstein se convirtió en el científico más famoso de la historia. Una personalidad a la par de estrellas de cine que sigue ejerciendo un enorme magnetismo.
A su muerte, en 1955, antes de ser cremado, el cerebro de Einstein fue removido de su cuerpo y diseccionado en 240 bloques. Se prepararon muestras histológicas y se tomaron fotografías desde todos los ángulos para reconstruir de la manera más fidedigna la neuroanatomía de Einstein, efigie de la inteligencia humana.
Las imágenes del cerebro de Einstein han sido estudiadas minuciosamente, comparadas con numerosos otros cerebros, con el propósito de determinar si existe una estructura física –un hardware, por así decirlo—que propicia o favorece las altas funciones cognitivas.
Una investigación recientemente publicada en los Oxford Journals, realizada por Dean Falk, Frederick E. Lepore y Adrianne Noe, parece haber determinado que el cerebro de Einstein, en su pura dimensión física si tenía una proporción extraordinaria. Y aunque uno podría pensar que atribuir la genialidad al tamaño de ciertas partes del cerebro rayaría en la frenología o en un reduccionismo, esto es lo que los científicos sugieren. El extraordinario tamaño del córtex prefrontal de Einstein “podría haber contribuido al substrato neurológico de sus formidables capacidades cognitivas”, dice la introducción de la investigación. Los lóbulos parietales de Einstein, también inusualmente voluminosos, parecen ser responsables de las habilidades matemáticas de quien fuera empleado de una oficina de patentes.
Las imágenes del cerebro de Einstein en el frío metal del laboratorio –y el ahínco de los científicos por descifrar sus secretos– son testigos del culto a la inteligencia racional.
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