Revista Viva
En la primera viñeta se ve a Mafalda que mira a Felipe parado en su cama, desplegando un poster sobre la pared. En la segunda, a ambos leyendo la frase del póster (“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”) y a Felipe, afirmando: “¡Bueno!”. En la última, la del remate, Felipe le dice a Mafalda: “¡Mañana mismo empiezo!”. Frecuentemente nos encontramos ante una lista de tareas a realizar y, en vez de ponernos en marcha, nos distraemos y perdemos el tiempo haciendo cosas sin importancia. Es decir, procrastinamos: evitamos llevar a cabo nuestras responsabilidades.
Llamamos procrastinación al abandono de nuestros objetivos importantes a largo plazo en pos de una gratificación inmediata. Así, postergamos nuestras obligaciones, aun cuando se trata de actividades que disfrutamos y nos resultan placenteras. El psicólogo Ben Tal Shahar, de la Universidad de Harvard, relevó que más del 70% de los estudiantes universitarios se reconocen como procrastinadores. Cuando esta conducta se convierte en una forma de vida, no solo se vuelve un gran obstáculo hacia nuestra felicidad sino que también repercute negativamente en nuestra salud. Los procrastinadores suelen desarrollar malos hábitos como dormir mal, hacer poco ejercicio físico y, como consecuencia de la dilación de las tareas, enfrentar altos niveles de estrés. Además, generalmente, no se realizan chequeos médicos porque, por supuesto, pueden esperar.
La doctora Fuschia Sirois, de la Universidad Sheffield, fue una de las primeras investigadoras en estudiar la relación entre la procrastinación y las enfermedades cardíacas. Descubrió que están altamente vinculadas y que uno de los principales factores de la hipertensión arterial y la enfermedad cardiovascular es justamente la procrastinación: la poca compasión por sí mismos, el sentimiento de culpa y una mala manera de enfrentar los desafíos son rasgos característicos de las personas que desarrollan estas conductas.
Algunas hipótesis sugieren que la procrastinación parte de principios generales de la motivación humana en combinación con ciertos rasgos de personalidad o estados disfuncionales. Uno de estos principios generales es que todas las personas tendemos a evitar las situaciones displacenteras. El segundo principio es que la motivación para llevar a cabo una conducta es inversamente proporcional al tiempo que resta para obtener la recompensa o el resultado de la conducta. Por ello, cuando enfrentamos una tarea que nos resulta difícil o desagradable y disponemos de tiempo (o creemos que tenemos ese tiempo), todos sentimos la tendencia a evitarla o postergarla. La capacidad para resistir a esa tentación depende de rasgos tales como su capacidad ejecutiva, su tendencia a la distracción, o su impulsividad (tendencia a dejarse llevar por la gratificación inmediata). Estados como el estrés, la fatiga, la ansiedad o la depresión también atentan contra nuestra capacidad de resistir la postergación.
Alcanzar grandes logros lleva mucho tiempo y esfuerzo. Por eso, la mejor estrategia que podemos tener para conseguirlos es avanzar de a poco y no estresarse por alcanzar la meta. La única certeza de no alcanzar alguna vez la cima es si nunca hemos empezado a subir la cuesta. Aunque sea, como reflexiona Felipe en otra viñeta: “¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer empezamos lo que tendríamos que haber hecho?”
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