- El neurólogo Oliver Sacks cultivó durante toda su existencia el arte de escudriñar la mente del otro con curiosidad pero sobre todo con empatía y humanidad
“A lo largo de mi vida he escrito millones de palabras, pero escribir me sigue pareciendo tan divertido y refrescante como cuando empecé hace casi 70 años”, reza el último párrafo de la apasionante autobiografía de Oliver Sacks. Y sus memorias,En movimiento (Anagrama, 2015), son una firme constatación de ello. Este neurólogoy escritor cultivó durante toda su existencia el arte de escudriñar la mente del otro con curiosidad pero sobre todo con empatía y humanidad.
Y eso es justamente lo que hace en éste, su último libro: diseccionarse, mostrarnos íntimamente quién es, quién fue Oliver Sacks, cuáles fueron sus miedos y sus aciertos, sus errores y sus virtudes; pero sobre todo, nos contagia su pasión por la ciencia, por la literatura y por la vida.
El libro arranca con una declaración de amor a las motos; de hecho, en su portada se puede ver a un jovencísimo Sacks a lomos de una BMW, en una imagen que recuerda a Marlon Brando en el film Salvaje (1953). Y sus viajes por el desierto de California, su pasión por la velocidad y el movimiento, como también por la natación, que practicó hasta el final de su vida, y la halterofilia son el hilo conductor de estas memorias.
Ya contó su infancia y trazó un genial retrato de su excéntrica familia de médicos en su anterior El tío Tungsteno, en el que recoge, por ejemplo ,los traumas que le ocasionó que lo enviaran lejos de Londres y de sus padres durante la II Guerra Mundial. En En movimiento, arranca en el episodio previo a ir a la universidad. Como sus padres y sus dos hermanos, también él estudiará medicina. Y justo antes de marcharse de casa le confiesa a sus padres que es homosexual. “Eres una abominación. Ojalá no hubieras nacido”, le espetó iracunda su madre, judía ortodoxa, en la Inglaterra de 1950 en la que la homosexualidad se consideraba además de una perversión, un delito.
Sacks descubre su vocación poco a poco. Primero trató de ser investigador, pero como él mismo describe, era un desastre en el laboratorio. Luego, poco a poco, se fue “enamorando de sus pacientes”, como afirma. Nos cuenta casi de forma individualizada la historia de muchos de ellos, de sus mentes, nos descubre su sensibilidad hacia esas personas, con las que se involucra hasta el punto de verlos siete días a la semana y de mantener con ellos una relación amistosa. Su casa, afirmaba, siempre estaba abierta para ellos.
Seguramente, esa implicación y la empatía tan profunda que sentía hacia ellos es lo que le permitió trazar los retratos que componen El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, o Despertares, éste último llevado al cine e interpretada por Robert de Niro yRobin Williams.
Sacks nos deja acceder a los recovecos más íntimos de su vida: narra sus convulsas relaciones familiares y el doloroso caso de su hermano pequeño Michael, que padecía esquizofrenia. También su vida en los kibutz; su peligrosa adicción a las drogas, en especial a la anfetamina (que describe en Alucinaciones); su amistad con personajes como Francis Crick, descubridor de la doble hélice de ADN, y WH Auden, poeta, escritor y dramaturgo británico. Y su soledad, hasta que al final de su vida acaba enamorándose de Billy.
Para los que nos dedicamos a la divulgación de la ciencia, Sacks es un referente. Con una capacidad sin igual para entrelazar humanidad y ciencia en sus historias. Porque sus libros no tratan solo de enfermedades, sino de vidas, de personas, de empatía, de compasión. Y no resulta exagerado afirmar que quizás nadie como él ha explicado al público general los misterios de la mente humana.
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