"Actúa de la manera como te gustaría ser y pronto será la manera como te gustaría actuar."
—Bob Dylan
Tras décadas de investigación sobre los factores que contribuyen al éxito y los logros, y cómo pueden promoverse, la psicóloga de la Universidad de Stanford, Carol Dweck, encontró que la explicación reside en la mentalidad de las personas.
Según la psicóloga, existen dos tipos de mentalidad: mentalidad fija y mentalidad de crecimiento.
Las personas con mentalidad fija consideran que la inteligencia y el talento vienen determinados, es decir, se tienen o no.
Por el contrario, las personas con mentalidad de crecimiento piensan que nuestras habilidades e inteligencia pueden ser desarrolladas a través del trabajo duro y la dedicación.
¿Qué implicaciones tiene esto? Cuando las personas con mentalidad fija se enfrentan a algo que les es difícil, lo más probable es que lo abandonen, pues, según su mentalidad, si les es difícil es porque no tienen talento para ello.
A su vez, las personas con mentalidad de crecimiento son más resistentes ante los desafíos que se presentan en todo proceso de aprendizaje. Entienden que los fallos y las dificultades siempre estarán presentes cuando se quiere adquirir una nueva habilidad. Gracias a ello perseveran hasta que alcanzan el éxito.
La mayoría de las personas entendemos que las habilidades físicas, como la música, la pintura o los deportes, requieren un tiempo de aprendizaje. Nadie en su sano juicio espera que un niño domine el violín en un par de semanas.
No obstante, donde la mayoría tenemos mentalidad fija es en cuestiones relacionadas con la personalidad. Damos por hecho que somos como somos, que no hay posibilidad de cambio. Así que si nos consideramos malgeniados, egoístas, perezosos, con poca fuerza de voluntad, nos resignamos a permanecer así.
La realidad es que cambiar es posible, siempre podemos ser mejores. Sin embargo, aunque es posible, mejorar requiere mucho esfuerzo y toma tiempo.
No nos volvemos más calmados, compasivos, responsables… de un día para otro. No basta con desearlo para que suceda; se requiere mucha paciencia, determinación y comprensión hacia nosotros mismos.
Conocí la historia de un empresario que tenía un temperamento explosivo. Desde el momento en que empezó a trabajar para mejorarlo, hasta que por fin uno de sus empleados notó el cambio, transcurrieron tres años.
Aunque el empresario había decidido ser más calmado, el cambio no fue automático. Al principio le seguía siendo muy difícil controlarse y continuaba estallando como volcán. Pero poco a poco, esas explosiones fueron haciéndose cada vez menos frecuentes. Por fin, tres años después, las personas a su alrededor se dieron cuenta del esfuerzo que había hecho.
El Dalai Lama en su libro Con el Corazón Abierto, nos advierte de la dificultad que implica cambiar nuestra mente.
Según la psicóloga, existen dos tipos de mentalidad: mentalidad fija y mentalidad de crecimiento.
Las personas con mentalidad fija consideran que la inteligencia y el talento vienen determinados, es decir, se tienen o no.
Por el contrario, las personas con mentalidad de crecimiento piensan que nuestras habilidades e inteligencia pueden ser desarrolladas a través del trabajo duro y la dedicación.
¿Qué implicaciones tiene esto? Cuando las personas con mentalidad fija se enfrentan a algo que les es difícil, lo más probable es que lo abandonen, pues, según su mentalidad, si les es difícil es porque no tienen talento para ello.
A su vez, las personas con mentalidad de crecimiento son más resistentes ante los desafíos que se presentan en todo proceso de aprendizaje. Entienden que los fallos y las dificultades siempre estarán presentes cuando se quiere adquirir una nueva habilidad. Gracias a ello perseveran hasta que alcanzan el éxito.
La mayoría de las personas entendemos que las habilidades físicas, como la música, la pintura o los deportes, requieren un tiempo de aprendizaje. Nadie en su sano juicio espera que un niño domine el violín en un par de semanas.
No obstante, donde la mayoría tenemos mentalidad fija es en cuestiones relacionadas con la personalidad. Damos por hecho que somos como somos, que no hay posibilidad de cambio. Así que si nos consideramos malgeniados, egoístas, perezosos, con poca fuerza de voluntad, nos resignamos a permanecer así.
La realidad es que cambiar es posible, siempre podemos ser mejores. Sin embargo, aunque es posible, mejorar requiere mucho esfuerzo y toma tiempo.
No nos volvemos más calmados, compasivos, responsables… de un día para otro. No basta con desearlo para que suceda; se requiere mucha paciencia, determinación y comprensión hacia nosotros mismos.
Conocí la historia de un empresario que tenía un temperamento explosivo. Desde el momento en que empezó a trabajar para mejorarlo, hasta que por fin uno de sus empleados notó el cambio, transcurrieron tres años.
Aunque el empresario había decidido ser más calmado, el cambio no fue automático. Al principio le seguía siendo muy difícil controlarse y continuaba estallando como volcán. Pero poco a poco, esas explosiones fueron haciéndose cada vez menos frecuentes. Por fin, tres años después, las personas a su alrededor se dieron cuenta del esfuerzo que había hecho.
El Dalai Lama en su libro Con el Corazón Abierto, nos advierte de la dificultad que implica cambiar nuestra mente.
Lo que llamamos «mente» es algo muy peculiar. A veces es muy obstinada y renuente al cambio. No obstante, mediante un esfuerzo continuado y una convicción basada en la razón, nuestras mentes son a veces muy honestas y flexibles. Cuando reconocemos verdaderamente que hay cierta necesidad de cambiar, lo hacemos… Nadie es capaz de transformar su mente de la noche a la mañana; los viejos hábitos, especialmente los mentales, se resisten a soluciones rápidas. Pero con un esfuerzo continuado y una convicción basada en la razón, es posible lograr cambios profundos en las actitudes mentales.
“La verdadera felicidad reside en la virtud”, afirmó el filósofo estoico Séneca, que consideraba que somos felices cuando vamos dejando atrás nuestras actitudes negativas, esforzándonos cada día por ser mejores.
No obstante, Séneca era consciente de que cambiar nuestra manera de ser y mejorar es una tarea colosal. También sabía que no siempre es posible erradicar por completo las malas actitudes. Debido a ello, el filósofo admiraba a todos lo que luchaban de manera sincera por ser mejores, incluso, cuando no alcanzaban su objetivo:
No obstante, Séneca era consciente de que cambiar nuestra manera de ser y mejorar es una tarea colosal. También sabía que no siempre es posible erradicar por completo las malas actitudes. Debido a ello, el filósofo admiraba a todos lo que luchaban de manera sincera por ser mejores, incluso, cuando no alcanzaban su objetivo:
Cuando clamo contra los vicios, lo hago en primer lugar contra los míos: cuando pueda, viviré como es debido.
El cultivo de los hábitos saludables, sin importar su resultado, es loable. ¿Es extraño que no lleguen a la cima los que escalan montañas escarpadas? Pero, si eres hombre, admira, aún cuando caigan, a los que se esfuerzan por alcanzar las cosas grandes. Pues es una empresa generosa aspirar a cosas elevadas, intentarlo, sin mirar las propias fuerzas, sino las de su naturaleza, y concebir planes mayores que los que pueden realizar… y aún cuando no lo haya conseguido, ha caído, sin embargo, después de haber osado grandes cosas.
Cambiar toma tiempo y es muy difícil, por eso es necesario que tengamos una actitud compasiva hacia nosotros mismos. Debemos entender (y esperar) que fallaremos muchas veces antes de alcanzar buenos resultados.
Lo único que debemos hacer cuando tropecemos es levantarnos y seguir intentándolo. Así, quizá en unos pocos años, alguien notará aquello que con tanta dedicación hemos cultivado.
Lo único que debemos hacer cuando tropecemos es levantarnos y seguir intentándolo. Así, quizá en unos pocos años, alguien notará aquello que con tanta dedicación hemos cultivado.
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