- ¿Cómo deberíamos enseñar a los niños de hoy para que vivan el día de mañana con plenas competencias?
Hay un tren en marcha. Parte de la estación de la educación convencional está conducido por líderes audaces e inspiracionales, y no se conoce su destino pero empiezan a vislumbrarse algunos destellos. La locomotora es la innovación. Si el mundo está cambiando a gran velocidad, si la irrupción de las nuevas tecnologías de la información hace incomparable nuestro tiempo con cualquier época del pasado, ¿cómo deberíamos enseñar a los niños de hoy para que vivan el día de mañana con plenas competencias, no ya para trabajar sino con la capacidad suficiente para reflexionar sobre lo que ocurre, ser críticos y participar en la creación de su propio tiempo?
Si algo da el sistema educativo como cierto es que ya no sirven los modelos que se han usado hasta ahora. Padres, madres, profesores, escuelas, administración, instituciones públicas. Todos se hacen la misma pregunta. ¿Cómo tendría que ser la escolarización, la enseñanza y especialmente, el aprendizaje? “Urge repensar lo que se enseña, cómo se enseña y cómo se evalúa el aprendizaje”, sostiene Ismael Palacín, director de uno de los foros educativos más incesantes, la Fundación Jaume Bofill. Se sabe qué se quiere cambiar pero no hay un modelo que copiar. Hay que aprender con la acción. “Move”, dicen los ingleses por contraposición al inmovilismo. “El inmovilismo inquieta ahora más que nunca”, sostiene el profesor Aleix Clos, del instituto Moisès Broggi . El pasado sábado, la Associació Rosa Sensat organizó unas jornadas sobre innovación para profesores de secundaria a las que asistieron 160 personas. Un centenar de profesores se quedaron fuera. Igual ocurre en los encuentros sobre el tema en la Fundación Jaume Bofill, que ha registrado hasta asociaciones de padres que llaman para consultar y contrastar las prácticas de sus centros. Por su parte, las escuelas que ya han introducido transformaciones educativas han tenido que establecer horarios de visita para atender la demanda. Jesuitas, por ejemplo, una de las primeras organizaciones, junto al Colegio Montserrat, que visionó y proyectó un gran cambio educativo, organiza seminarios de tres días en el que se visitan los centros que están en pilotaje hablando con profesores y alumnos. “Antes de llamar o venir, enviad un mail, por favor”, rogaba en las mencionadas jornadas Sergi del Moral, profesor del Institut/Escola Les Vinyes de Castellbisbal, centro público de referencia en innovación. “Catalunya tiene un papel fundamental –recalca Xavier Aragay, director de la Fundación Jesuitas Educación–. A nuestros centros –añade– acuden de toda la Península y hemos recibido visitas procedentes de 15 países del mundo”. Hay movimientos de cambio en todas parte, arguye, y se oyen nuevas aplicaciones como el design thinking (trabajar con un reto en cooperación con otros) o la ‘ lipped classroom (práctica americana que al modo socrático promueve que los niños estudien en casa de forma individual y pregunten, practiquen y confronten con el profesor en el aula). “En Catalunya estamos más bien apostando por la flippedschool”, afirma.
Aunque no exista un modelo de innovación que pueda copiarse, sí existen diferentes formas de implementar la innovación. Aunque, según Boris Mir –uno de los conductores del tren de la innovación que acaba de fichar para la Fundación Jaume Bofill dejando atrás su etapa en Les Vinyes de Castellbisbal– señala que no todo es innovación lo que reluce: cabe distinguir entre los cambios en la gestión (aulas, profesores, alumnos) con los procesos de mejora en el centro, con un verdadero proceso de innovación que sitúa al alumno en el centro de toda la educación.
En la innovación actual, básicamente se rompe con el inmovilismo de una clase: todos sentados igual cada día, en la misma aula, con el mismo horario escolar todo el curso. Y un profesor de tutor con varios especialistas. Nada de eso. Los centros innovadores ponen los espacios y el tiempo al servicio de la educación: no hay aulas –sí espacios de diverso tamaño– ni horas destinadas a asignaturas, ni siquiera los alumnos coinciden siempre los mismos. Se trabaja en cooperación: en grupos de dos, cinco o más estudiantes en función de la necesidad del aprendizaje. Muchas escuelas se miran en el ejemplo del proyecto educativo de la escuela Súnion, que en este sentido fue pionera al establecer una organización educativa así en 1974. Ya no está sola.
Muchos centros innovadores trabajan por proyectos, aprender haciendo, por la acción, y no sólo escuchando. Los centros de los Jesuitas llevan dos años aplicando su nuevo modelo en una experiencia piloto que comprende a 1.750 alumnos (de 3 a 5 años, y de 10 a 14) de 6 escuelas distintas. Al finalizar el curso se calibrará el resultado y se someterá a una auditoria externa . “Esto funciona”, reconoce Aragay, “A los chicos les brillan los ojos, aprenden mucho, les encantan los retos... ahora hasta con fiebre quieren ir a la escuela”. ¿Qué es lo que ha funcionado mejor? “Sentirse parte del proceso educativo, ser protagonistas de su propio aprendizaje”. ¿Y los profesores? “Entre lo más destacable, la gratificación de trabajar en equipo”. “No esperemos hacerlo perfecto”, señala Mir, “sino sólo posible”.
Unos hacen y todos observan. “Esta inquietud convertida en acción enlaza con la más arraigada tradición catalana”, sostiene Aragay. “Es un movimiento de la sociedad civil similar a la eclosión de renovación pedagógica de los años veinte del siglo pasado”, añade. La Administración catalana forma parte del ecosistema en calidad de “observador” que no impulsa como en tiempos de la Mancomunitat, pero tampoco pone trabas a la innovación, según los agentes consultados.
“Debemos desmitificar la innovación. No es un asunto que sólo está al alcance de maestros o líderes inspiradores, la innovación puede tener evidencias científicas”, sostiene Palacín. A su juicio, la innovación debe ser posible en centros normales, con profesores normales y alumnos normales, con el contexto de las familias de esos alumnos, y contando con los recursos –siempre escasos– de los centros. Pero no hay modelos. Para Palacín, es fundamental que se comparta el conocimiento que se ha ido adquiriendo en los centros que se han atrevido a transformar y aprender de su propio aprendizaje. “Hay mucho conocimiento valioso depositado en nuestro sistema y deberíamos poder ser capaces de crear una red colaborativa en la que se identifique lo que se hace bien, lo que no ha funcionado y emerjan las buenas prácticas”.
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